Lo llaman Pronunciación
Estándar
como si
fuera un regalo obtenido
a fuerza de
primogenitura.
Quizás así
fue. Viejas palabras doradas
entonadas
como violines de concierto,
entonadas
para hablar con Dios.
Después de
las guerras del Francés y del Latín
saboreé las
semillas de amapola de Donne
aunque
pensaba que esta graciosa lengua extranjera
servía sólo
para los hombres,
adecuada a
los gustos de Coleridge
pero me daba
sueños desagradables.
Dicen que no
podemos hablarla
y tienen
razón.
Era dura y
escurridiza como cantos rodados
llena de
acorraladas consonantes
y agotadas
vocales, todo dicho
con los
labios tensos,
sin pena, ni
dulces canciones de cuna
hasta que la
tomamos del cuello y la sacudimos.
La
esquilamos, alisamos, desollamos
y finalmente
la tejimos
en algo
propio,
adecuado
para insultos y bendiciones
para
palabras dulces y de rencor
y para el
sonido de los corazones rasgados
y para el
sonido de los corazones desgarrados
(Tomado de
la Revista
La Pecera,
Nº12,
Verano-Otoño, 2007).
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