Foto: Fabio Bracarda
En su nuevo libro de poemas, LAS CUATRO ESTACIONES, Arturo Carrera vuelve a la infancia como origen del lenguaje y de un universo instaurado en el imaginario para, al mismo tiempo, centrarse en cuatro pueblos de la pampa que fueron aniquilados por un Estado claudicante.
Por JORGE MONTELEONE
Para La Nación----Fuente: ADN, 2008.
Las cuatro estaciones que componen este nuevo libro de Arturo Carrera tienen varios significados. El más obvio corresponde a las temporadas en las que se divide el año: primavera, verano, otoño, invierno. Un orden fuertemente cultural: la primavera, estación de la fertilidad y comienzo de los ciclos de regeneración, inicia también la famosa serie de los cuatro conciertos para violín y orquesta de Vivaldi (compuestos como ilustración a cuatro sonetos), casi un orden lógico que retomó Piazzolla en "Cuatro estaciones porteñas". Ese conjunto es, además, el de cuatro estaciones del ferrocarril, ya desactivado, en una zona agrícola-ganadera de la provincia de Buenos Aires: Lartigau, Quiñihual, Pringles y Krabbe. Con excepción de Pringles, el espacio natal y vital del poeta, son sitios casi deshabitados, cuyas estaciones ferroviarias están desmanteladas. El interés de Arturo Carrera por esos lugares que aniquilaron décadas de capitalismo prebendario y un Estado claudicante -en el arco megalómano que va de la frase "ramal que para, ramal que cierra" al "tren bala"- no se limita a este libro. Carrera fundó en su ciudad natal un centro de actividades culturales que llamó "Estación Pringles" -"utopía reticular, posta poética"- y consiguió que el Onabe cediera la abandonada Quiñihual para abrir allí un espacio fronterizo y multicultural, que incluirá residencias temporarias para artistas, si logra concretarlo y expandirlo. Como señala Daniel Link en el posfacio al apuntar que esa estación cerrada para siempre volverá a existir para el arte, se trata de "una forma de descentramiento pero, sobre todo, una forma de hacer política".
Otro significado de las estaciones solo en apariencia responde a lo autobiográfico, a juzgar por lo que el autor señala en la contratapa: "No es autobiografía, no es mi infancia, no es la estación común, son ferroviarias las cuatro estaciones, no es el verano, es Quiñihual y así, así el Lector quedará soñando la verdad: es la infancia de un mundo, es la autobiografía de un mundo, son los trenes de miniatura en una actualidad de paradas macro". La frase expande la hermosa idea leída en el epígrafe de Gilles Deleuze: "Devenir niño mediante la escritura es ir hacia una infancia del mundo, restaurar una infancia del mundo". Esa sería una de las tareas de la literatura. Entre ambas citas circula como una vía, otro ramal de acceso a la poesía de Carrera, ese tema absolutamente central: la infancia -de la cual los niños y el niño Arturito son metáfora y significante; y la paternidad, su contracara simbólica-, la infancia como un origen de lenguaje y como un origen de mundo instaurado en el imaginario poético. Su poesía se levanta así en una paradoja: todas las referencias documentales y anecdóticas, desde los pequeños actos pueblerinos hasta las sensaciones ínfimas, pertenecen al pasado de la infancia del poeta, en las inmediaciones que trazaba el ferrocarril. Pero eso ya no existe, literalmente se ha desmontado. Las estaciones, como pabellones del vacío, se suspenden en ruinas, en restos, en ensoñaciones y sobre todo en versos como destellos, iluminaciones que vienen y van en la "intermitencia de un balbuceo".
No se trata exactamente de la poesía como autobiografía, como la de Baldomero Fernández Moreno, que residió un tiempo cerca de Pringles, en Huanguelén, poeta afín al Carrera del campo argentino. Se trata de los ritmos de una reconstrucción imaginaria del pasado infantil, los "ritmos de la memoria", insistencias del recuerdo en el nombre, que "parece no existir" y que sin embargo habla, se articula en signos como "pequeñas ofrendas y detalles felices". Ese ritmo se alcanza en el poema por medio de azarosas "distribuciones / desiguales de elementos, frases desiguales, / intervalos diferentes de tiempo casi existente". Lo anecdótico obra al modo de un relato subliminal, apunte de hechos vividos entre los cinco y los siete años: la llegada a la estación de Lartigau donde aguarda el padre en sulky, el halo de una luna campestre, la fragancia femenina del polvo Coty cerca de la cara de un niño, el mundo incesante de los viajes en tren a las estaciones viejas, la ansiedad y la espera. Los hechos recordados tienen un aire de miniatura, retornan al poema como los juguetes antiguos de una colección privada: el poema como una cajita musical a la que se le da cuerda "para que aparezca algo". Esos relatos aparecen como fragmentos de un sueño discontinuo, que se forma y se desvanece, y allí otros versos los enlazan, dubitativos, expectantes, como preguntas ante la incertidumbre de lo que ha tenido lugar. Son documentos, no de lo real, sino de lo imaginario, como las cigueñas que vuelan a la vez en el cielo de la pampa húmeda y en el grabado blanco y negro de Escher.
Todo ello se incluye en una forma mayor que lo contiene y desde la infancia proyecta un origen de mundo y de lenguaje, ordenado según el universo propio de Carrera: el de las animaciones suspendidas, los niños, el campo argentino, las Parcas Cloto y Láquesis, las monedas y el potlacht , los faunitos mallarmeanos en la pampa. Y en un último arrebato del tiempo, después de visitar "El cementerio de Pringles" y el osario como una promesa de palabra testamentaria, Carrera imagina una poesía futura en la sección "Krabbe": "Los dos últimos poemas los escribí imaginando que los ´autores eran mis tataranietos". Así el futuro es tan irreal como el pasado y el sujeto del poema se congela en la memoria no menos incierta de una estación helada.
Otro libro extraordinario y a la vez arquetípico de la poesía de Arturo Carrera que, parafraseando a Baldomero, no se repite: se aumenta.
Arturo Carrera (Buenos Aires, 1948)
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