Capítulo 1
Fragmento
Desde hace tanto tiempo ¿podemos decir que el animal nos mira? ¿Qué animal? El otro. A menudo me pregunto, para ver, quién soy; y quién soy en el momento en que, sorprendido desnudo, en silencio, por la mirada de un animal, por ejemplo, los ojos de un gato, tengo dificultad, sí, dificultad en superar una incomodidad.¿Por qué esta dificultad? Tengo dificultad en reprimir un movimiento de pudor. Dificultad en silenciar en mí una protesta contra la indecencia. Contra lo malsonante que puede resultar encontrarse desnudo, con el sexo expuesto, «en cueros» delante de un gato que nos mira sin moverse, sólo paraver. Lo malsonante de cierto animal desnudo delante del otro animal,a partir de ahí, se podría decir una especie de «animalsonancia: la experiencia originaria, única e incomparable de lo malsonante que resultaría aparecer realmente desnudo, ante la mirada insistente del animal, una mirada benevolente o sin piedad, asombrada o agradecida. Una mirada de vidente, de visionario o de ciego extra-lúcido. Es como si yo sintiera vergüenza, entonces, desnudo delante del gato, pero también sintiera vergüenza de tener vergüenza. Reflexión dela vergüenza, espejo de una vergüenza vergonzosa de sí misma, deuna vergüenza a la vez especular, injustificable e inconfesable. En el centro óptico de una reflexión así se encontraría el asunto; y, según yo lo veo, el foco central de esta experiencia incomparable que denominamos la desnudez. Y de la que se cree que es lo propio del hombre, es decir, ajena a los animales, desnudos como están -se piensa entonces-, sin la menor conciencia de estarlo. ¿Vergüenza de qué y desnudo ante quién? ¿Por qué dejarse invadir por la vergüenza? ¿y por qué esta vergüenza que se sonroja por sentir vergüenza? Sobre todo, tendría que precisar, si el gato me observa desnudo de frente, cara a cara, y si estoy desnudo frente a los ojos del gato que me mira de pies a cabeza, yo diría, sólo para ver, sin privarse de hundir su vista, para ver, con vistas a ver, en dirección del sexo. Para ver, sin ir a verlo, sin tocarlo todavía y sin morderlo, aunque esta amenaza siga estando en el filo de los labios o en la punta de la lengua.
Ocurre aquí algo que no debería tener lugar; como todo lo que ocurre, en definitiva, un lapsus, una caída, un desfallecimiento, una falta, un síntoma (y síntoma, como sabéis, significa también la caída: el caso, el acontecimiento desafortunado, la coincidencia, el vencimiento, la malasombra). Es como si, en el momento, yo hubiera dicho o fuera a decir lo prohibido, algo que no se debería decir. Como si de un síntoma confesase lo inconfesable y que, como suele decirse, hubiera querido morderme la lengua. ¿Vergüenza de qué y ante quién? Vergüenza de estar desnudo como un animal. Se cree generalmente, aunque ninguno de los filósofos a los que voy a interrogar seguidamente hace mención de ello, que lo propio de los animales, y lo que los distingue en última instancia del hombre, es estar desnudos sin saberlo. Por consiguiente, no estar desnudos, no tener e! conocimiento de su desnudez, la conciencia del bien y del mal, en definitiva. A partir de ahí, desnudos sin saberlo, los animales no estarían en realidad desnudos. No estarían desnudos porque están desnudos. En principio, a excepción del hombre, ningún animal ha pensado nunca en vestirse. El vestido sería lo propio del hombre, uno de los «propios» del hombre. El «vestirse» sería inseparable de todas las demás figuras de lo «propio» del hombre, incluso si se habla menos de esto último que de la palabra o de la razón, del logos, de la historia, de la risa, del duelo, de la sepultura, del don, etc. (La lista de los «propios» del hombre forma siempre una configuración, desde el primer instante. Por esta misma razón, no se limita nunca a un solo rasgo y no está nunca cerrada: por estructura, la lista puede imantar un número no finito de otros conceptos, empezando por e! concepto de concepto.)
El animal, por consiguiente, no está desnudo porque está desnudo. No tiene el sentimiento de su desnudez. No hay desnudez «en la naturaleza». No hay más que el sentimiento, el afecto, la experiencia (consciente o inconsciente) de existir en la desnudez. Porque está desnudo, sin existir en la desnudez, el animal no se siente ni se ve desnudo. y, por lo tanto, no está desnudo. Al menos así se piensa. Con el hombre ocurriría lo contrario, y el vestido responde a una técnica. Tendríamos, pues, que pensar juntos, como un mismo «tema», el pudor y la técnica. Y el mal y la historia, y el trabajo y tantas otras cosas que van asociadas con aquél. El hombre sería el único en haberse inventado un vestido para esconder su sexo. Sólo sería hombre al tornarse capaz de desnudez, esto es, púdico, al saberse púdico porque ya no está desnudo. Y saberse sería saberse púdico. Suele creerse que el animal, desnudo porque no tiene conciencia de estar desnudo, seguiría siendo ajeno tanto al pudor como al impudor. Y al saber de síque se inicia con ello.¿Qué es el pudor si no se puede ser púdico más que permaneciendo impúdico y recíprocamente? El hombre ya no estaría nunca desnudo porque tiene el sentido de la desnudez, esto es, el pudor o la vergüenza. El animal estaría en la no-desnudez porque está desnudo, y e! hombre estaría en la desnudez allí donde ya no está desnudo.
Ésta es una diferencia, un tiempo o un contratiempo entre dos desnudeces sin desnudez. Este contratiempo sólo está empezando a darnos quebraderos de cabeza acerca de la ciencia del bien y del mal. Ante el gato que me mira desnudo, tendría yo vergüenza como un animal que ya no tiene sentido de su desnudez? ¿o al contrario tendría vergüenza como un hombre que conserva el sentido de la desnudez? ¿Quién soy yo entonces? ¿Quién soy? ¿A quién preguntarle sino al otro? ¿Quizás al propio gato? Debo precisarlo inmediatamente: el gato del que hablo es un gato real, verdaderamente, creedme, un gatito. No es una figura del gato. No entra en la habitación en silencio para alegorizar a todos los gatos de la tierra, los felinos que atraviesan las mitologías y las religiones, laliteratura y las fábulas. Hay tantos en esos lugares. El gato del que hablo no pertenece a la inmensa zoopoética de Kafka que merecería aquí una atención infinita y originaria. El gato que me mira, y al cual parece, pero no os fijéis de esto, que dedico una zooteología negativa, no es tampoco el gato Murr de Hoffmann ni el de Kofman, aunque el gatito salude conmigo, en esta ocasión, el magnífico e inagotable libro que le dedicó Sarah Kofman: Autobiogriffures (2) , cuyo título resuena tan bien con el de esta década. Vela sobre ésta y requeriría ser citado o releído permanentemente. Un animal me mira. ¿Qué debo pensar de esta frase? El gato que me mira desnudo, y que es realmente un gatito, ese gato del que hablo, que es también una gata, no es tampoco la gata de Montaigne el cual, sin embargo, dice «mi gata» en su Apología de Raimond Sebond.Es éste, lo reconoceréis, uno de los más grandes textos precartesianos y anticartesianos que existen sobre el animal. Nos interesaremos más tarde por cierta mutación de Montaigne a Descartes, por un acontecimiento oscuro y difícil de fechar, de identificar incluso, entre tales configuraciones de las que estos nombres propios son las metonimias,tendría vergüenza como un hombre que conserva el sentido de la desnudez?
La gata que me mira desnudo, ésta y ninguna otra, esta de la que hablo aquí no pertenece todavía, pero nos estamos acercando, a la familia de los gatos de Baudelaire, de Rilke o de Buber. Al pie de la letra al menos, estos gatos de poetas y filósofos no hablan. «Mi» gata (aunque una gata no pertenece nunca) ya no es tampoco esa que habla en Alicia en el país de las maravillas. Por supuesto, si queréis a toda costa sospechar de mi perversidad, cosa siempre posible, soismuy libres de oír o de recibir la protesta que dice -yo acabo de hacerlo- «realmente, un gatito», como la cita traducida del capítulo XI de Al otro lado del espejo. Dicho antepenúltimo capítulo, titulado «El despertar» «<Waking»), sólo consta de una frase: «--and it really was a kitten after all»: « ... y, finalmente, era realmente un gatito» o, según otra traducción, « ... y, finalmente, era de hecho una gatita negra».Por supuesto hubiera querido, pero no hubiera tenido nuncatiempo de hacerlo, inscribir todas mis palabras en una lectura de Lewis Carroll. No es seguro, por lo demás, que no lo haga, de buen grado o por fuerza, en silencio, inconscientemente o a vuestras espaldas. No es seguro que no lo haya hecho ya cuando un día, hace unos diez años, di la palabra o dejé paso a un pequeño erizo, una cría de erizo, quizás, ante la cuestión: «¿Qué es la poesía?>/. Pues el pensamiento del animal, si lo hay, depende de la poesía. Aquí tenéis una tesis y es eso de lo que la filosofía, por esencia, ha tenido que privarse. Es la diferencia entre un saber filosófico y un pensamiento poético. El erizo de «¿Qué es la poesía?» no heredaba solamente un trozo de mi nombre. Respondía también, a su manera, a la llamada del erizo de Alicia. Acordaos de ese campo de croquet sobre el cual las «bolas eran unos erizos vivos»8. Alicia quería «golpear al erizo» con el flamenco que tenía en sus brazos y que se volvía en aquel momento para mirarla de frente «<look up in her face»9) hasta hacerla estallar de risa.
8. L. Carroll, Alicia en el país de las maravillas. A través del espejo, trad. de R.Buckley, Cátedra, Madrid, 21995, pp. 184·185: "The crocket balls were live hedgehogs[ ... ]».9. ,,[ ... ] and was going to give the hedgehog a blow with its head, it would twistitself round and look up in heT face».
¿ Cómo puede un animal mirarnos de frente? Éste será uno de nuestros afanes. A continuación Alicia se da cuenta de que "el erizo se había desenrollado y se alejaba lentamente; y casi siempre había un hoyo o un montículo en el lugar donde ella se proponía lanzar al erizo». Era aquél un campo sobre el que «los jugadores jugaban todos al mismo tiempo sin esperar su turno; discutían sin parar y se peleaban por los erizos (/ighting for the hedgehogs)).
Nos sentiremos más atraídos aún, en silencio A través del espejo, cuando tengamos que tratar una especie de estadio del espejo y que plantear algunas cuestiones precisamente desde el punto de vista del animal.
Pero si mi gato real no es el gatito de Alicia «<el gatito», dicen algunas traducciones para kitten, «una gatita negra» dice la que acabo de citar), sobre todo, no voy a apresurarme, como Alicia, a concluir al despertar que no se puede hablar con un gato con el pretexto de que él no responde o que responde siempre lo mismo Pues todo lo que me dispongo a confiaros consiste sin duda en pediros que me respondáis, vosotros, a mí, que me respondáis a propósito de lo quees responder. Si podéis. Toda la susodicha cuestión del mencionado animal consistirá en saber no si el animal habla sino si puede saber lo que quiere decir responder. y distinguir una respuesta de una reacción. Retenemos en la memoria, a este propósito, la frase finalmente muy cartesiana de Alicia. La cito, en primer lugar, en traducción:
Las gatas tienen una costumbre muy mala (Alicia ya lo había observado): les digas lo que les digas, se ponen a ronronear siempre para respondernos. <<iSi tan sólo ronronearan cuando dicen 'sí' y maullaran cuando dicen 'no', o si siguieran cualquier otra regla por el estilo de manera que se pudiera conversar con ellas! ¿Pero cómo se puede hablar con alguien que responde siempre lo mismo?»
En esta ocasión, la gata negra se contentó con ronronear; y era imposible adivinar si quería decir que «sí» o que «no».
(Del libro homónimo
Editorial Trotta, 2008)
Jacques Derrida
(Traducción de Cristina de Peretti y Cristina Rodríguez Marciel)

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