ESTUDIO Nº 6 – Desplazamiento de partículas sobre las superficies
23- Partículas de finísimo polvo se depositan en el papel y dejan noticias de haces luminosos, de trabajos y días de los hombres.
24- No flotarán, a menos que las agite de nuevo con la punta de la birome.
No hace mucho tiempo, observaba por casualidad el remate superior de una fachada bastante antigua que forma ochava en Brown y Fitz Roy. Allá arriba, una estela alargada de mampostería abarcaba casi toda la esquina, y sobre ella todavía eran perfectamente legibles unas letras mayúsculas en bajorrelieve que formaban el nombre AGAR CROSS & CO. LTD.
Debajo de esas letras, está el supermercado BURGOS.
Sin dudas, el motor ha salido de estos mismos salones; quizá haya podido verse desde las amplias vidrieras que sirven de escaparates. La pintura verde que cubre la carcaza en ese entonces relucía y se mostraba orgulloso, flanqueado por partes de cosechadoras y ruedas de molino que aparecían desproporcionadamente enormes al descender de sus torres de hierro.
Me acerqué al vidrio.
Una muchacha embarazada consultaba el precio de las latas de arvejas. Un nenito se le acercó corriendo y se abrazó a sus piernas. Ella le dijo algo que no alcancé a oír.
Dentro del carrito de las compras me pareció ver paquetes de pañales, una botella de gaseosa y otros bultos indefinibles.
Sólo sé que tomó una lata de arvejas, acarició el pelo del nene y juntos desaparecieron atrás de los estantes.
El resto lo ignoro.
Sobre la superficie del vidrio se reflejaba el cielo transparente. A través de ellos, la mortadela se anunciaba en oferta. Una nube comenzó a atravesar las palabras y las cosas.
Ya no las distinguía bien.
Metí las manos en los bolsillos y seguí caminando.
ESTUDIO Nº 7 – Otra lata
Y sí, es necesario que sigamos un poco más con el tema de los tarros, o más concretamente, de este tarro que no incluí con los anteriores porque merece un tratamiento propio.
Una lata de NESQUIK de 1 kg., similar a las de leche NIDO; al fin de cuentas, pertenecen a la misma fábrica. Está sobre un aparador en la casa del campo, llena de broches para colgar la ropa.
"Sabor a chocolate".
En la parte inferior, la inscripción que dice INSTANTÁNEO está en el centro de un óvalo dentado, pictograma de una explosión, precisamente como si la palabra misma hubiese estallado y por lo tanto nos obligase a dirigir hacia ella la mayor de nuestras atenciones. La poesía debería detonar con la misma precisión en la mente de cada lector, pero la sucesión constante de una misma imagen termina acostumbrando al ojo y al oído para los cuales lo instantáneo se ha vuelto un texto que no se diferencia de los demás, una palabra invisible, casi inaudible, el peculiar silencio de los imitadores acríticos, o de los que empiezan a repetir mecánicamente sus primeros hallazgos.
¿Hoy debiera llamarnos la atención que ese polvo marrón produzca en el instante una taza de leche chocolotada fría o caliente, teniendo en cuenta que lo conocemos desde nuestra más temprana infancia? Debiera, sí, sobre todo si tenemos en cuenta el tiempo demorado de sumergir la barrita de chocolate en una leche a la que debió llevarse casi a punto de hervor, el trabajo acompasado de la cucharita que hace girar la barra de bordes ya fláccidos, y cuya blandura se profundiza hasta hacerse una con la del líquido caliente. Pero éste es ya el sabor de las madres. Quiero decir: aquellas que han sumergido para nosotros y nuestros hermanos no una barra sino una tableta entera en una cacerola algún fin de semana de invierno.
También debiera demorar nuestra atención el hecho de que esta sustancia no tenga un nombre bien definido. "Cacao en polvo" o bien "chocolate en polvo" podrían ser los más sencillos y próximos a la realidad del objeto, y sin embargo no me parece que sean los más usados; también sería absurdo que un chico le pidiese a su madre un vaso de leche con "alimento a base de azúcar, cacao, lecitina de soja y aromatizado con etilvainilla", tal como se lo nombra en el envase. Todos recurrimos a la vieja figura retórica de la antonomasia de manera inconciente, claro, del mismo modo en que los chicos del jardín de infantes emplean sujetos y predicados, modificadores, términos de complemento, objetos directos y proposiciones subordinadas sin la menor dificultad. Sí, uno debiera experimentar el mismo asombro que Monsieur Jourdain cuando se enteró que había estado cuarenta años de su vida hablando prosa.
NESQUICK o TODDY son los nombres definitivos.
La marca comercial ha reemplazado al posible nombre de la cosa, se ha impuesto sobre ella en nuestras cabezas. La antonomasia es aquí manifestación del triunfo capitalista.
Inconciente como la respiración que en sus elevaciones y depresiones alternativas nos hace ondular, nos convierte en lenguaje, o los imperceptibles movimientos con que el intestino absorbe una taza de chocolatada, con que el cerebro asimila ideas que no ha digerido.
Este chocolate en polvo - así lo dicen unos números grabados en relieve que están en la base del tarro - fue envasado en 1976. María Julia, mi compañera, tenía 8 años; su hermano Guillermo, 6 y Ricardo, 4; Cristina todavía no había nacido. Yo, 10 años.
Estaba en quinto grado de la Escuela Normal que lleva el nombre del filósofo argentino Vicente Fatone, y un vago recuerdo, al iniciar las clases, de una foto en blanco y negro publicada en la revista Gente en la que tres hombres uniformados estaban de pie ante de un telón grisáceo sobre el que gravitaba un Escudo Nacional.
Esa lección la aprenderíamos más tarde, reponiendo los nombres y apellidos correspondientes.
Mientras tanto, los gránulos de chocolate comenzaban a desaparecer, sumergidos en un torbellino de leche.
23- Partículas de finísimo polvo se depositan en el papel y dejan noticias de haces luminosos, de trabajos y días de los hombres.
24- No flotarán, a menos que las agite de nuevo con la punta de la birome.
No hace mucho tiempo, observaba por casualidad el remate superior de una fachada bastante antigua que forma ochava en Brown y Fitz Roy. Allá arriba, una estela alargada de mampostería abarcaba casi toda la esquina, y sobre ella todavía eran perfectamente legibles unas letras mayúsculas en bajorrelieve que formaban el nombre AGAR CROSS & CO. LTD.
Debajo de esas letras, está el supermercado BURGOS.
Sin dudas, el motor ha salido de estos mismos salones; quizá haya podido verse desde las amplias vidrieras que sirven de escaparates. La pintura verde que cubre la carcaza en ese entonces relucía y se mostraba orgulloso, flanqueado por partes de cosechadoras y ruedas de molino que aparecían desproporcionadamente enormes al descender de sus torres de hierro.
Me acerqué al vidrio.
Una muchacha embarazada consultaba el precio de las latas de arvejas. Un nenito se le acercó corriendo y se abrazó a sus piernas. Ella le dijo algo que no alcancé a oír.
Dentro del carrito de las compras me pareció ver paquetes de pañales, una botella de gaseosa y otros bultos indefinibles.
Sólo sé que tomó una lata de arvejas, acarició el pelo del nene y juntos desaparecieron atrás de los estantes.
El resto lo ignoro.
Sobre la superficie del vidrio se reflejaba el cielo transparente. A través de ellos, la mortadela se anunciaba en oferta. Una nube comenzó a atravesar las palabras y las cosas.
Ya no las distinguía bien.
Metí las manos en los bolsillos y seguí caminando.
ESTUDIO Nº 7 – Otra lata
Y sí, es necesario que sigamos un poco más con el tema de los tarros, o más concretamente, de este tarro que no incluí con los anteriores porque merece un tratamiento propio.
Una lata de NESQUIK de 1 kg., similar a las de leche NIDO; al fin de cuentas, pertenecen a la misma fábrica. Está sobre un aparador en la casa del campo, llena de broches para colgar la ropa.
"Sabor a chocolate".
En la parte inferior, la inscripción que dice INSTANTÁNEO está en el centro de un óvalo dentado, pictograma de una explosión, precisamente como si la palabra misma hubiese estallado y por lo tanto nos obligase a dirigir hacia ella la mayor de nuestras atenciones. La poesía debería detonar con la misma precisión en la mente de cada lector, pero la sucesión constante de una misma imagen termina acostumbrando al ojo y al oído para los cuales lo instantáneo se ha vuelto un texto que no se diferencia de los demás, una palabra invisible, casi inaudible, el peculiar silencio de los imitadores acríticos, o de los que empiezan a repetir mecánicamente sus primeros hallazgos.
¿Hoy debiera llamarnos la atención que ese polvo marrón produzca en el instante una taza de leche chocolotada fría o caliente, teniendo en cuenta que lo conocemos desde nuestra más temprana infancia? Debiera, sí, sobre todo si tenemos en cuenta el tiempo demorado de sumergir la barrita de chocolate en una leche a la que debió llevarse casi a punto de hervor, el trabajo acompasado de la cucharita que hace girar la barra de bordes ya fláccidos, y cuya blandura se profundiza hasta hacerse una con la del líquido caliente. Pero éste es ya el sabor de las madres. Quiero decir: aquellas que han sumergido para nosotros y nuestros hermanos no una barra sino una tableta entera en una cacerola algún fin de semana de invierno.
También debiera demorar nuestra atención el hecho de que esta sustancia no tenga un nombre bien definido. "Cacao en polvo" o bien "chocolate en polvo" podrían ser los más sencillos y próximos a la realidad del objeto, y sin embargo no me parece que sean los más usados; también sería absurdo que un chico le pidiese a su madre un vaso de leche con "alimento a base de azúcar, cacao, lecitina de soja y aromatizado con etilvainilla", tal como se lo nombra en el envase. Todos recurrimos a la vieja figura retórica de la antonomasia de manera inconciente, claro, del mismo modo en que los chicos del jardín de infantes emplean sujetos y predicados, modificadores, términos de complemento, objetos directos y proposiciones subordinadas sin la menor dificultad. Sí, uno debiera experimentar el mismo asombro que Monsieur Jourdain cuando se enteró que había estado cuarenta años de su vida hablando prosa.
NESQUICK o TODDY son los nombres definitivos.
La marca comercial ha reemplazado al posible nombre de la cosa, se ha impuesto sobre ella en nuestras cabezas. La antonomasia es aquí manifestación del triunfo capitalista.
Inconciente como la respiración que en sus elevaciones y depresiones alternativas nos hace ondular, nos convierte en lenguaje, o los imperceptibles movimientos con que el intestino absorbe una taza de chocolatada, con que el cerebro asimila ideas que no ha digerido.
Este chocolate en polvo - así lo dicen unos números grabados en relieve que están en la base del tarro - fue envasado en 1976. María Julia, mi compañera, tenía 8 años; su hermano Guillermo, 6 y Ricardo, 4; Cristina todavía no había nacido. Yo, 10 años.
Estaba en quinto grado de la Escuela Normal que lleva el nombre del filósofo argentino Vicente Fatone, y un vago recuerdo, al iniciar las clases, de una foto en blanco y negro publicada en la revista Gente en la que tres hombres uniformados estaban de pie ante de un telón grisáceo sobre el que gravitaba un Escudo Nacional.
Esa lección la aprenderíamos más tarde, reponiendo los nombres y apellidos correspondientes.
Mientras tanto, los gránulos de chocolate comenzaban a desaparecer, sumergidos en un torbellino de leche.
COMENTARIO Nº 2 - JUNIO DE 2011
El campo es felicidad de los planchones de hielo y niños sentados en reposeras.
El viento del atardecer entre hojas de acacia trae la quietud. Remueve cristales.
El viento del atardecer entre hojas de acacia no trae la quietud.
El viento es el viento. Cristales en reposo.
La quietud no es la quietud.
El campo es el campo no es el campo.
Esto no es una contradicción. Es un conflicto.
Felicidad en las constelaciones y pétalos como niños.
La conciencia desgarrada. El conflicto con el campo.
(Cuaderno de lengua y literatura Vol.VI)
-Fragmentos)
-Fragmentos)
Mario Ortiz (Bahía Blanca, Buenos Aires, Argentina,1965)
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