LA FLOR
La municipalidad le paga un sueldo a un hombre concienzudo
para que con un adminículo adosado a la espalda
mantenga limpios con un chorro de aire los caminos del parque.
Mi perra y yo lo observamos con suma atención
cuando levanta con estruendo flores lilas en la mañana de
noviembre
suspendidas contra el cielo
como catedrales efímeras
más altas que su gorra.
Sorprendidos todos
por el privilegio que el hombre tiene
de crear belleza.
EL RUIDO
No tengo nada que decir
O sea que perdonen
por interrumpir, pero
tal vez quisiera eso sí que continuara
esto que es apenas algo más que
silencio
un susurro
insistente monocorde mientras
sus voces restallan
con altura.
No es que fuera a decir algo
digo
apenas este murmullo
pero
insisto
es empecinado
y se mantiene al ras
entre los muebles de las habitaciones de los hombres
en sus lechos
y mesas
y en los huecos húmedos
que se arman y desarman
entre los cuerpos amantes.
Nada en que reparar
digo
mientras
los ruidos de ustedes
aturden.
LO SEPARADO
La ventana por donde
la luz de la tarde cae
tiembla a veces
como
si no creyera
en lo que ella
es
o
mejor aún
lo que ella
es
cuando refleja
algo ajeno
o tal vez
sea
ese temblor
lo
que se aleja
o
mejor aún
el resultado
del lento
tenue
desvanecimiento
de un rostro
reflejado
como en un
pozo
de luz
húmeda.
Así es.
LA TIBIEZA
Te ruego que te acerques
Que llegues descalza
Desnuda como la planta de los pies
Por la madera del piso
Hasta mí
EL PARQUE
Detestamos a los viejos poetas que se citan,
que declaman versos de juventud
como obstinados payasos de la pasión.
Nos reímos de ellos, y no puedo evitar pedirte que lo recuerdes
ahora
en que con voz engolada digo
"Como el hombre aquel que leía
en un libro ciego del Parque Lezama..."
esos versos que escribí para ti.
¿Cuántas veces desde entonces hemos caminado,
las manos juntas o en los bolsillos,
bajo los árboles o, permíteme decirlo,
en "las barrancas que el río tocó una vez"?
¿Qué de la pasión,
qué de los besos por apurar
ahora que tu paso tranquilo se detiene ante las chucherías
de los artesanos, y yo sigo,
en la estela de tu pelo, revolviendo los bolsillos,
sin encontrar
tiempo perdido alguno,
añejas melancolías?
Los viejos poetas ensayan versos carrasposos
y nuestro paso es lento y convengamos
nuestra vista tampoco es la de entonces.
No sé qué se hace con los amores de antaño,
dónde encogen sus pretensiones de absoluto.
No sé cómo vive aún
el amor en nosotros.
Desentendidos de todo, sin que nadie sepa
los versos que te escribí,
una pareja avanza
entre los árboles del Parque
hacia el río tal vez.
(De: Lo efímero y otros
poemas inestables,
Ediciones en danza,
2009)
Miguel Gaya (Argentina, Buenos Aires, Ayacucho, 1953)
IMAGEN: Parque Lezama -Buenos Aires.
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