7-
Aquí nos despedimos y replegados
para evitar la luz, para demandar
silencio al redondo horizonte
de agua, a la línea verde y tensa
del horizonte, absortos en su danza,
aquí nos despedimos. Bienaventurado
quien te nombre.
8-
Son los tumultos del corazón
y detrás de todo aquello,
una isla, un redondo horizonte
de agua. El encanto de despertar
reside en la sorpresa; nos
volveremos a ver. Los animales
que sufren se parecen.
9-
Ésta es la pequeña botella
del naufragio y está destinada
a vos y solamente a vos
su propia condición de añicos
que pensaba haber olvidado
en un sitio que no te concernía.
Hasta pronto, tal vez, Annabel h.
11-
Oh, sí, la luz desapareció
con maniática pacificidad.
Y todas, tuyas y mías, las estrellas
a ras del agua, tan cercanas como
para que significasen algo;
tampoco estabas allí. Y aquí
no vive nadie y todo ha sido
un sueño.
16-
La mutua vacilación
al respirar y estrellas
y grillos que, festejantes,
se vuelven muy lentamente
hacia nos como a un
seguro asilo y llaman
a alguien entre los vivos;
quizá nadie, quizá yo
mismo.
17-
Algo muy pequeño y sencillo
sobre la superficie ennegrecida
del agua, haciéndose más y más
leve, como si eso significara
algo, un fingidísimo cambio
en la cualidad de la luz. Un instante
para que alguien lo reproduzca.
¿Te acucia el hallazgo, Anica?
19-
Hacia el grupo de estrellas enmarcadas,
hacia la destrucción que volverás
a ver juntas y en otro orden,
en la complicidad fugaz de esta luz,
y del pasado que les inflige en torno
a un centro de luz, la luz de estrellas
muertas. Y exenta de su cuerpo,
una palabra. Una y otra vez. Y más
que sonidos pronunciamos recuerdos.
20-
El plazo brevísimo de un sueño,
muy lejos para siempre del rumor
del agua, del número de latidos
por minuto de tu corazón, algo puro
e inalcanzable como una estrella.
Si diste en divisarlo o no, qué importa,
estemos en paz. No hay sueños impunes.
24-
Digo en mi corazón: Nada
de brusquedades, nada de merced.
Sólo predije aquello que haría.
Y con los dos ojos en funcionamiento.
Inmóviles. Integran también un sueño
verdadero. Pan y tierra. Una lírica impía.
Una débil frontera de tinta. El silencio.
La más larga de nuestras extremidades.
Alberto Cisneros (Argentina, Buenos Aires, La Matanza, 1975)
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