YO
Haciendo del error virtud,
estoy donde mi cabeza estuvo y vio todo
hasta donde alcanzaba la vista,
porque ella —no yo— nunca se perdió:
en la entrevista oscuridad
del túnel, adelante, dio a pensar
—haciendo de virtud verdad— que esa cabeza
era todo el acontecimiento de la luz.
Y ella acontecía mientras yo
dentro del cuerpo me encerraba,
haciendo de cada órgano mí casa:
oeste o este era un todo sin ventanas,
una feliz ciudad descentrada
en la cuadrícula de la ocasión.
El horizonte desprestigiado
se retiró, se acercó, cambió todo
y todo para que entrara yo:
abajo, arriba, ejido, centro y alrededor.
¿Dónde pasó cada cosa, dónde todo
sucedió? ¿Infancia, juventud, virtud, error?
El tiempo fue quien pasó: salió, subió,
se puso y terminó. Aunque poco, no del todo
definido, el mundo —cabeza y cuerpo—
cobró la forma del contenido,
agrandó la o del yo.
AHORA, más cerca de la tierra,
veo las mismas cosas
pero veo más. Sentarse
para evitar la distracción,
y la ilusión retrocede.
Puede menos y sé más
aunque no sepa nada nuevo:
¿seguramente no habrá?
propone el yo
que no alcanzó el desapego.
Sentarse y desconfiar.
NO SÉ por qué
veo más. Esta
atmósfera sedente
no atrapó mí cabeza
obstinada en ganar altura,
acontecer allá arriba,
gobernar. El paisaje
interior, Manley Hopkins,
sangra por la herida,
sutura el yo. La verdad,
la virtud, la ilusión, son leudantes
de la vida. Ir adelante, arriba,
avanzar hacia allá, tener pensamientos,
evitar los adjetivos. No calificar.
Sentarse y saber dominar.
Mirta Rosenberg (Argentina, Rosario, 1951, reside en Buenos Aires)
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