¿Quién puso estas cajas aquí? Un camino vacío. Árboles dispersos, ninguno dando frutos. Un cielo lleno de nubes que no van a dar lluvia. Ninguna señal de vida humana. Y, sin embargo, estas cajas, alineadas precisamente al borde del camino, depositadas sobre el suelo arenoso en pilas ordenadas. Cajas de cartón sin nada escrito en ellas. Ningún mensaje, o marca, o sello de compañía. Cartón marrón liso, con las partes de arriba plegadas y metidas. Quienquiera las haya dejado aquí sabía que no iba a llover. Observo las cajas como si esperase que ellas dieran el primer paso. Espero a ver si va a venir alguien: si alguien me está observando observar las cajas, listo para aparecerse de un salto y encararme con un grito airado, acercarse más e insultarme, maltratarme, maldecirme. Puedo oír al hombre, con barba de una semana, oler su transpiración, contemplar su gran vena palpitándole en el cuello. Silencio. Aquí no hay nadie. Ni siquiera pájaros. De modo que escucho los sonidos que aquí no hay y empiezo a oírlos: un griterío a lo lejos, un tractor, el graznido de un cuervo. Cuanto más oigo esos sonidos ausentes, más profundo se hace el silencio. Me acerco a la primera caja, aflojo la parte de arriba. La abro.
Levantar a la virgen
El trabajo de ella consiste en mantener limpia la iglesia, arreglar las flores, cambiar las velas. Al mediodía le prepara la comida al cura. Pero su principal preocupación es el bienestar de las estatuas de alabastro, especialmente la virgen. La semana pasada, me dice, tuvieron que levantar la estatua de la virgen, correrla un rato. "No puede imaginarse lo que pesaba", dice sonriente, como hablándome de una niña desobediente pero querida. El viento se ha detenido. Todo está en calma. Camino con el cura hasta el bar del pueblo. Después, en la plaza, los niños se agolpan a mi alrededor, jugando y charlando, corno si me hubiesen conocido de toda la vida. Soy un extraño que ha llegado a este lugar minúsculo y que pronto se irá. La mujer de la iglesia, el cura, el cielo, los niños, la placita con su árbol y dos hamacas. Una conspiración de sustantivos. Pero el efecto es el de un flujo entre una cosa y la siguiente, en un viaje que ha perdido todos los puntos de referencia y sólo ofrece la salvación de la continuidad. Levantar ese modelo de la virgen de proporciones reales se destaca como un desafío a todo lo que es inalterable en un pueblo de llanura. Era tan pesada. No pueden imaginarse.
Richard Gwyn
(Traducción: Jorge Fondebrider)
Richard Gwyn (Gales, 1956), poeta, novelista, profesor universitario, traductor y director de una maestría en escritura creativa. Fue pescador y realizó estudios de antropología; es autor de cinco libros de poemas –One Night in Icarus Street, Stone dog, flower red/Gos de pedra flor vermella (ambos de 1995), Walking on Bones (2000), Being in Water (2001) y Sad Giraffe Café (2010)–, de dos novelas –The Colour of a Dog Running Away (2005) y Deep Hanging Out (2007)– y de una gran antología de poesía galesa –The Pterodactyl’s Wing: Welsh World Poetry (2003). Acaba de publicar The Vagabond’s Breakfast, memorias.
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