sábado, 12 de septiembre de 2015

LA PLAZA SALVAJE



DE MARZO DEL 79

CANSADO de todos los que llegan con palabras, palabras,
pero no lenguaje,
parto hacia la isla cubierta de nieve. 
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones! 
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve. 
Lenguaje, pero no palabras.



SOLSTICIO DE INVIERNO

Mi ropa irradia
un resplandor azul.
Solsticio de invierno.
Tintineantes panderetas de hielo.
Cierro los ojos.
Hay un mundo sordo,
hay una grieta
por la que los muertos
traspasan la frontera.



SEMINARIO DE SUEÑOS


Cuatro mil millones de personas en la tierra.
Y todos duermen, todos sueñan.
En cada sueño se apiñan los rostros y los cuerpos
—las personas soñadas son más que nosotros.
Pero no ocupan lugar...
Sucede que te duermes en el teatro.
En medio de la pieza se hunde el instante.
Un breve segundo de doble exposición: el escenario,
allí al frente, es aventajado por un sueño.
Luego, ya no hay más escenario; eres tú.
¡Teatro en la sincera profundidad!
¡El misterio de un director teatral
agotado!
Continuo aprendizaje de memoria...
Un dormitorio. Es de noche.
El cielo oscuro se desliza dentro de la habitación.
El libro que alguien dejó al quedarse dormido
todavía está abierto
y permanece abatido al borde de la cama.
Los ojos del durmiente se mueven,
siguen el texto sin letras
en otro libro
—con iluminaciones, antiguo, rápido.
Una commedia vertiginosa que se impregna
dentro de los muros de convento del párpado.
Un solo ejemplar. ¡Existe en este instante!
Mañana, todo estará tachado
¡Misterio de este gran derroche!
Eliminación... Como cuando el turista es detenido
por sospechosos hombres de uniforme
—abren la cámara, desenrollan su película
y dejan que el sol mate las imágenes:
así son los sueños oscurecidos por la luz del día.
¿Eliminados o solo invisibles?
Hay un soñar-fuera-del-alcance
que siempre está pasando. Luz para otros ojos.
Una zona donde pensamientos que reptan aprenden a andar.
El rostro y las imágenes se reorganizan.
Nos movemos en una calle, entre gente,
en la canícula.
Pero tantos, o más,
que no vemos,
están dentro de los oscuros edificios
que se alzan a ambos lados.
A veces alguno de ellos se acerca a la ventana
y arroja una mirada sobre nosotros.





Tomas Tranströmer (Suecia, Estocolmo, 1931)


(Traducción: Roberto Mascaró;

edición no bilingüe)






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