lunes, 28 de septiembre de 2015

UN FOQUITO EN MEDIO DEL CAMPO


DICHA

Sigo encontrando cierta dicha
en ir en bicicleta hasta tu casa.
Remar no se trata de llegar a la isla,
es disfrutar el trayecto
-dijo Ricardo cuando nos enseñó.
Cada desplazamiento tiene su clave sensitiva.
Bajo los cambios para subir, después
apoyo el peso del cuerpo en los pedales
y me dejo caer en picada.
Se entretejen nudos en los pelos
cuando se ponen a flamear hacia atrás.
Las construcciones van perdiendo altura,
una estela de humo atraviesa el cielo
dibujada con la punta de una fábrica.
Aterrizo en la entrada
de tu casa, las cosas
andan bastante mal ahí adentro
o en cualquier otro reducto
que tengamos que compartir.
Puedo aceptar que ya no nos queremos como antes,
pero, si insisto, es porque la distancia
fabricada entre nosotros
es tan hermosa y delicada
como ningún otro trayecto
que conozca hasta ahora.



EQUILIBRIO

Papá aflojó los tornillos
para que aprendiera
a andar sin las rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
que rodea al hipódromo,
justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
de aprender a sostener
mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
me soltaría por nada del mundo;
giraba apenas mi cuello
para ver que ella siguiera ahí,
corriendo justo detrás mío,
agarrándome de la parte baja del asiento.
"Yo no te suelto -me decía-,
yo no te suelto",
pero para ese entonces
ya estaba pedaleando sola
y no me daba cuenta
de cómo ella se alejaba de mí,
aun quedándose quieta
entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me di vuelta
que rechacé ese objeto
a un costado de la vereda
y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
haciendo finitos, calculo
el tiempo exacto para pasar en rojo
y no morir en el asfalto,
pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
para dos personas iguales,
ni siquiera lo hay en una casa,
y por eso me fui apenas terminada la escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
si nos quedamos quietas
seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette
y resulta que soy yo la que se aleja
mientras ella se queda parada,
palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
yo no te suelto.



CUERDAS VEGETALES

El abuelo me enseñó a atrapar el aire
con las flores acampanadas de la enredadera;
cerrarlas por ambos extremos
-una bolsita de pétalos-
y comprimirlas en un movimiento
ágil y rápido para que haga
una pequeña explosión,
un sonido simpático, semejante
al del corcho cuando es eximido
de su compacta espera.
Nadie recuerda cómo era la canción
que el abuelo improvisaba
después de abrirte un secreto brillante,
hacerte así en la cabeza
y desplazarse con la manguera
para hacer florecer otro sector.



MIGRACIÓN

Las nubes de la noche son impuras,
tienen el corazón manchado.
Desconozco la simbología climática,
por lo tanto: mañana tal vez encuentre
el piso del patio mojado,
pero tal vez no.
Lo mismo la brisa va a hacer bailar
los juncos como a niños de un coro.
La luna gorda amamanta las
superficies más suaves, las lustra
con su leche, dejándolas brillantes.
Los patos sirirí apuntan hacia allá,
guiados por la estrella mayor,
emiten su pitido anunciando el trance.
Una vez al año, las golondrinas eligen
esta ciudad para desplegar su coreografía.
La gente se acerca a verlas cubrir
el barroquismo blanco de la catedral
en la celebración del linaje.
Después, revolotean hacia un árbol
y otro de la plaza, como poniéndose al tanto
de los ramajes de la genealogía.
Jamás llega una carnada de golondrinas
descolgada, ya finalizado el festejo.
No fijan una fecha,
simplemente la saben.



Daiana Henderson




Daiana Henderson nació en 1988 en Paraná, Entre Ríos, Argentina. Es estudiante de Comunicación Social en Rosario. A fines de 2011 publicó "Colectivo Maquinario" por Ediciones DiatribaVerao (Neutrinos), El gran Dorado (Ivan Rosado, 2012) y A través del liso (Determinado Rumor, 2013) y Un foquito en medio del campo, Ed. Municipal de Rosario, 2013.  Desde principios de 2012 lleva a cabo el Fanzine Pegaláctico, junto a un grupo de amigos con quienes comparte su enamoramiento (así lo llama) por la poesía joven.





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