Señor, vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo
para llegar a la casa de la niebla
y después qué
le dijiste?
le explicaste que el camino estaba cortado?
¿que el motor estaba roto?
¿que todo estaba roto?
¿que no había vuelta?
¿qué hiciste, cómo
para convencerlo?
para que te diera la mano
se sentara en la sillita de mentira
dejara que la oscura hostia de tu nombre
le llegara a la boca
¿o le metiste una piedra?
o una moneda, un gancho,
un papelito
de dónde lo enmudeciste, lo hiciste
olvidar
olvidarnos
qué señas le habrás hecho para que en vez de volver a casa
apagara el motor del falcon
se escurriera de la sedosa perfección del cuero
de la música en la radio
del ronroneo cachondo del auto
y se bajara con vos
para ir adónde
¿a cazar pajaritos?
¿a ver el dorado pasto extinguirse tras el fuego del invierno?
¿a romper el cristal del agua para que beban las crías?
o era verano, quizá, por entonces
y le diste el agua peligrosa de tu cielo
entradora, el aguita, sí
clarita, el agua, bueno
pero detrás de eso vos sabés que un agua así da más sed uno se
entierra más en el pozo
y más
hasta echarse tierra en el lomo
y ni el ángel constante y poderoso de los molinos de viento
puede salvarte
no
¿sabías que mi hermano iba a decir sí?
cuando viste el polvito que levantaba el falcon rojo en el
caminono pensaste dejarlo ir?
aunque sea, señor, porque él era toda belleza,
a esa edad,
toda alegría
toda
razón de ser
II-
plantamos un árbol en la casa de la niebla
se doraban al sol los girasoles
moría otro día
otra noche
el árbol creció, arraigó
en la penumbra
modelaba con hueso su estatura
cada pájaro que probó los frutos
caía en somnolencia
en ausencia de vida
en la radical ceguera de los muertos
III
Epumer el cobrizo, el glorioso,
te prestó la escopeta, y el galgo
que no temía hundirse en el agua
en la laguna espejeaba, todavía, la luna
no sabías matar, hasta entonces,
y mataste
esa mañana
mataste
dos o tres sirirís, en pleno vuelo
no conociste el arco glorioso del sexo practicado
no viajaste más allá de ese campo y la colonia
no le viste la mueca al diablo
y su diente de oro
pero aprendiste que la muerte entra en cada
pequeña
grande carne
que el incendio del cañaveral te tocaría
taparía las entradas
mustiaría el paraíso y su flor
V
no, mi casa no se derrumbó,
no temblaron los vidrios
ni la araña cayó de la amapola del infierno
todo vino, empezó adentro:
nos tragaba un ojo
éramos o somos
el pan corruptible
por cada hueso hubo una boca
un diente
un hambre distinto
feroz, el ojo eligió
al Imprescindible
al Dulce
al que sigue cantando
somos tan tristes sin él
a veces no hay de qué hablar, ¿sabe?
no hay fuerza para decir las cosas de la vida
pero llega la lluvia, a veces,
que es mansa y hace música en las canaletas
llega la lluvia por el este para ungir la herida
para hacer grandes las flores de carne
de ángel se pone el patio
detrás del ligustro, el Dulce renace
me dice: poné, hermanita, tu mano
en mi corazón
hace el mismo ruido que los caballos
¿viste?
¿no es un milagro?
De: LA ZONA
EL RÍO
vendrá el xanaes
con su lengua de muerta
a cruzarnos el campo
vendrá arrastrando los fetos tibios
de las cloacas distantes
la sal, el malvón
la blonda cabellera artificial de las estatuas
la semilla de caín
en su orilla beberás la lepra
en su orilla habrá un espejo turbio
que revuelva tus gestos
que los deforme hasta ver en ellos
tu real imagen
beberás el caos
el espanto
la verdad
habrás sido arrojado a tu propio infierno
EL TELÉFONO
desde alguna ciudad han llamado los otros
los que por alguna razón están afuera
ignoramos lo que eso signifique
pueden estar, quizá, retozando
de felicidad
-el pulso candoroso-
amando o dejándose amar
por extraños
pueden, también,
estar caminando, aún,
sobre el áspero desierto
de sus alucinaciones
han llamado
y hemos ido, vehementes,
a levantar
el rojo auricular que creíamos muerto
y no hemos entendido nada:
un idioma extranjero
tal vez
la interferencia del viento
entre un balbuceo y otro
una falla mecánica
la lengua que nos hermanaba
ha caído, rota,
como un vaso en el piso
y es inútil reconstruirla
¿qué decían, aquellos?
¿sigan la línea del lago
hacia el Sur?
¿nos pedían esperarlos?
¿o el mensaje era
permanezcan allí
que la zona es infinita
e inusual su infierno,
y triste?
LOS TRENES
un día los viajes cesaron
a las dos, a las cinco,
los trenes cruzan el pueblo
vacíos,
fantasmales
su vapor se confunde con la niebla
que ciega a los caballos
con el humo de neón
de las cafeterías públicas
con el tabaco amargo de los suicidas
que a esa hora
en grupos
van a mirar los rieles
a oler el perfume del aceite ardido
una noche recordé a la mujer etrusca
que sacó un pañuelo blanco
por la ventanilla
y me hizo la seña del adiós
así de antigua es la felicidad
así de inexacta
las máquinas no hallan
las salidas
su timbre de soledad
nos hace doler el corazón
LOS TELARES
las mujeres se llaman faustine
o amelia
labran el telar
en los buenos tiempos urdieron
en las tramas
niños sudorosos corriendo
tras los rebaños
díscolos ancianos domando la tierra de potrero
segando la hilacha rubia de los trigos
tejieron en ronda
la canción del atardecer
la muerte del albañil
el pelaje suntuoso de la loba
no recordamos cuándo
pero comenzó un día
los dibujos se hicieron frágiles
difusos
como si el vidrio prístino de los ojos
se hubiera ensuciado
como si el paisaje se diluyera
entre los dedos
o fuera
un sueño difícil
cuesta pensar en el vuelo
al ver el pájaro en la trama
cuesta imaginar los sábalos radiantes
si los hilos se cruzan
formando un río
todos los colores tienden
hacia la noche
donde todos los rostros son
idénticos
donde las manos tejen
cosas de las que no se habla
De: OTROS POEMAS
IX
soy
la doméstica de esta vidita
cuando la otra se ausenta, yo
entro a la casa, saco
la basura
la grasa de la vajilla, saco al sol
el colchón con pelos de gato
donde se deshoja el tiempo
de la muerte
me quedo mirando piadosamente
las pelusas contra el sol de la mañana
a veces, también por piedad
acomodo su corazón
pongo en hora el reloj del pasillo
cuando la otra que soy vuelve
pasa un dedo sobre el mueble y dice
que soy buena haciendo eso:
esconder la mugre
perfumar la áspera verdad
(Envío de Valeria Cervero)
Elena Anníbali
Elena Anníbali (1978, Oncativo, Córdoba, Argentina). Estudió Licenciatura en Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba.Tiene publicados los libros de poesía Las madres remotas (Editorial Cartografías, 2007) , Tabaco mariposa (Caballo Negro, 2009) y La casa de la niebla (2015). Integró varias antologías de poesía y narrativa, entre ellas: Cucrito-Antología de poetas argentinos (Editorial Ratona Cartonera, México, 2010); Quince-Antología de poetas mujeres de Córdoba (Editorial Tinta de negros ediciones; 2010); Dora Narra (co-edición Caballo Negro & Recovecos). La Editorial Universitaria de Villa María publicó su relato El tigre, en el marco del Plan Provincial de Lectura.Lleva adelante su blog Che, madamme.
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