lunes, 12 de octubre de 2015

PANTANO



















Mi casa se está poniendo antigua,
está envejeciendo,
las paredes se están descascarando y yo
no tengo plata para arreglarlas.
No importa, me gusta igual, paso la tarde
muy contenta, limpiándola,
las llavecitas de la luz, las manijas
de las puertas de Ja alacena, la
lámpara de piel.
Ayer me arrodillé ante el paraíso, pero
el paraíso no estaba en mi casa,
estaba en otra parte,
cuando caminé lo vi,
era una plaza.
Una tonta plaza con árboles secos y
adornos de navidad en las ramas,
llena de perros y ancianos, y niños de
muy baja estatura.
La primavera, que dio sus frutos, la había
llenado de pájaros silvestres.
Yo quería entrar, pero tenía rejas
(se las puso la municipalidad).
Rejas negras y filosas y mirándolas
les dije;
"Devuélvanme mi paraíso o tendré
que entrar a las patadas, aunque así
no se entra,
tendré que romper la puerta de cristal con mi cuerpo
y después no alcanzará toda la sangre
que derramaré."
¿Quién sabe de qué material están hechas
las puertas de la felicidad?
Yo no las vi nunca.
Nunca se me aparecieron las escalinatas
que conducen hacia ella.
Cuando viajé en colectivo a la tarde
me hirió con su sable de luz,
y muchas más cosas me hirieron
que no podría describir,
y repetí encaprichada la misma
canción de siempre:
"lo que realmente quiero, lo que de verdad
quiero es un pantano"
¿habrá un pantano en la plaza, un pantano
para mí?
Sé que es una idea descabellada, por eso
también he llorado.
No tendré mi pantano, nunca lo tendré.
Pero lo imagino, perfectamente, como
quien imagina lo que los otros
dicen de él:
su humedad desborda, hay insectos
y el musgo es un gran anillo, como una
alfombra a su alrededor.
Mis pies se resbalan y no tengo miedo,
lianas me cruzan la cara,
cantan los pájaros negros,
los animales se mueven sigilosos,
salen miles de estrellas y las enredaderas
son como personas.



GONZALO

No en un millón de años

Vuelvo a escribir entre drogados, pero 
sin drogarme.
Junto a Gonzalo, vestido de jeans 
tomó drogas para caballos, me pide que 
lo acompañe a hablar por teléfono 
(al hospital?) está mareado, pobrecito 
parece un pobre ángel herido, 
un pobre animal desamparado. 
¿Por qué tomaste eso, Gonzalo?

Para probar, sólo para probar.

Estamos en un shopping,
somos amigos del dueño,
está cerrado porque ya es la madrugada
y hay una fiesta.

Caminamos por este lugar tan grande
lleno de glamour, lujo, sofisticación.
El piso de parquet brilla.
Cuando llegamos a su casa se acuesta
como un peso muerto
Se deja caer y se desviste.
Deja de escribir con la mente
me dice,
y me muestra
una revista porno que le regaló un amigo
No es una revista vulgar,
es pornografía estetizada,
y le agradezco al cielo tener un
amante tan sutil esta noche

Una mujer con ocho pijas en la cara,
nunca había visto
algo parecido,
pero ella es hermosa,
verdaderamente hermosa,
y parece muy segura de lo que hace.

Hacemos el amor y conversamos.
Estoy exhausta de tanto hablar,
las letras se mezclan con cualquier cosa,
se me pierde la mente y la garganta.
Gonzalo habla sobre la playa.
La playa es su lugar preferido,
quiere morir en la playa,
quiere dejar todo e irse a una isla desierta. 
Yo,
no puedo parar de mirar
las puertas del placard.
Va de pared a pared,
Adentro no hay nada.
Qué lindo placard,
le digo,
y qué bien decorada
está tu casa.
Y al escuchar esto me abraza
con tanta pasión
y me da millones de besos
los mejores besos que he recibido
los besos que estaba esperando
hace
millones de años.
De: "¿Existe el amor a los animales?" 
(Siesta, 2001)

Cecilia Pavón (Argentina, Mendoza, 1973 -Vive en Buenos Aires)




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