Abuelas otoñales y las tías juveniles
en la calle que da acceso al colegio para niños.
Campanas invisibles de alguna catedral
les hicieron girar la cabeza
como si alguien las llamara
o descubrieran que el tañido las hiciera a la mar de la memoria
de alguien que recuerda.
Luego de la última campanada de la tarde
nos quedamos los únicos, Margarita La Rubia
y El Que Entonces Yo Era,
ambos, las manos entintadas, junto a la pileta del patio jardín.
Es el caso que detrás de aquellos muros esperamos hasta lo absurdo
el paso del Verano.
Han caído los años y su chapuceo de peces.
Seca o derruida la fuente del Cetrero,
y nosotros sin hablarnos.
Como sucede hasta este mismo día.
Waldo Rojas (Concepción, Chile, 1944)
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