ORO FURTIVO
La noche así entreabierta por
esa ventana
que tú misma ahora cierras,
fugaz ropaje vivo tu desnudez
persiste
en un vuelo sostenido o el
aleteo de algo
entre la noche ciega y el vidrio
enceguecido.
Pero ya asciende o cae la
imposible estancia
de tu gesto,
vuelo también de manos y de tela,
ya corroe ella misma su tibieza
en trizas
y de golpe
nada sino esa forma de muro
entre mi ojo cazador furtivo y
tu luz carnal.
A este lado de la verdadCÍRCULO DE BOJ
El cuenco seco del agua
refractante y en torno a ella
como alrededor de una fuerza
débilmente formadora
está la piedra circular que
envuelve al agua y la detiene,
inmóvil entonces como ahora
ese eje de roca para el verdor
circundante:
un círculo perfecto de matas de
boj
—pétalos duros y pequeños de un
verde pétreo resistente al
tacto—
resuena a mi visita en el cuenco
de la memoria
con una melodía que creo
inconfundible.
Ocúltate, me digo.
Cual en otro tiempo así debieron
hacerlo las voces de los niños
en torno de la fuente;
porque una voz es siempre un
cuerpo
más su cercanía tibia o fría,
a flor de manos,
un escondite para el cuerpo tras
la piedra del estanque.
Porque de esa manera con que
transcurre el desenlace
en el infantil juego de los
ocultamientos,
tal vez alguien haya ahí,
acechante, o algo,
y una voz que me habla a ciegas nada
diga
que yo no haya pronunciado cien
veces en silencio.
Pálido reflejo de una imagen
magra:
memoria construida de otra
memoria con escoria y desechos
como "el nido del mirlo con
las plumas del alucón"
necesariamente no permites el
paso, detienes,
atascas, entrabas,
enturbias el agua y desdibujas
el irisado contorno del
rostro reflejado.
Mientras que hiedra, musgo,
herrumbres
anegan la brisa que se cuela por
la verja
desde el muro deslumbrante del
enfrente soleado a sangre
viva.
Creo recordar la casa que abría
sus mamparas
a un mundo presente conciliado
consigo mismo
y a un pasado que repetía el
pasado
hasta el cansancio o el futuro.
Ahora el presente debilita el
pedúnculo del pétalo de rosa.
Se robustecen las ruinas
como si aspiraran a un cuerpo
todavía más sólido.
Se establece el atardecer con la
confianza con que se
anunciaría
el advenimiento de un gran día.
Y hay tañido de campanas contra
el deterioro,
campanas contra la decrepitud,
la plata bruñida y la locura
de los viejos sirvientes,
campanas contra un silencio
asaeteado de vuelos de libélulas
y sólo a favor de la falsa
memoria.
Creciente opacidad del suelo
polvoriento,
un viento arrastra a la hojarasca
a ima elocuencia sorda,
el patio ante los muros como
ante una fortaleza, frío y blando,
a causa del musgo que enverdece
la línea divisoria de las
losas,
en un mismo amarillear fundidos
el colorido de los pétalos de
rosa y la maleza muerta.
Palabras que están claras pero
en una jerga incierta
y que yo no diría si no fuera a
propósito de las palabras.
Ocúltate. Me dicen.
En la mitad de un atardecer
que ni tarda ni adelanta,
que sólo fluye justo al ritmo con que la realidad se da su
iempo
para ponerse una vez más a prueba,
soy el fruto defectuoso o la
llave equivocada,
en ese punto en que alguien
llega, después de algunos años,
a la Casa,
remueve la herrumbre de la
verja atascada
y en el gesto congelado de su
cara,
entre el chirrido y el
encaminarse,
late oculta la crisálida de un
grito.
(Tomado de Poesía
continua
1966-2017),
FCE, 2018.
Waldo Rojas (Concepción, Chile, 1944)
IMAGEN: Fotografía de David Hamilton.
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