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Mujeres
casi belgas, casi italianas o judías ya criollas
iban de
labores entre paraisales suburbanos,
y en la
hondura del monte el mestizaje bárbaro,
visible en
las cejas de los hombres
y en el
pelaje de sus caballos.
Cada una
tenía dos lenguas para explicarse a sí misma
las bodas o
los enterramientos en estos atardeceres de extramundo.
Ahora, sólo
tengo un caballo atado a mi ventana
que pasta
en una amanecida república de extraños,
pero su
galope sigue siendo pulso de universo,
casco
campana que me aguarda para devolverme
a la ultra
realidad de aquel gurí que temía soñar,
cuando
soñar era irse en alma de la tierra.
Tengo un
caballo atado a mi ventana,
y él, que
ya resucitó, me mira.
21
No es mía
la violencia que sostiene esta palabra: llamaron conquista del
desierto
a la expropiación más cruel y el zorro de los graneros sonreía
y las
ganaderías abundaron. ¡Que bien les vaya, mal habidos!
Yo sólo
tuve un caballo, que no fue uno ni mío,
érase el
índice hacia arriba y había algarrobos centenarios.
Pero ¿acaso
érase yo quien lo veía, era yo quien rezaba de montado entre
la selva, cuando
era la alegría misma quien cantaba, solísima y exilada de
las palabras
amaestradas?
Ni dios
tenía nombre todavía y ya el gurí cabalgaba.
50
Lucio Madariaga de siete años en el último
tren,
traspasados los altísimos puentes de Zárate
le dijo a su padre: —Aquí empieza a haber
caballos.
Y nosotros entendimos el homenaje.
Hay que
cruzar enredaderas de obenques
y
arrodillarse ante la luz,
antes de
visitar el aire de la gracia,
del país
corazón de palmas altas.
Hay que
subir para bajar a la entre ríos verdadera:
el Paraná,
el Uruguay, el Miriñay y el Corrientes.
La de hoy
es un resto de barajas e ignorancias,
una
cascarita de naranja con hormigas,
un arsenal
de changuitos de supermercado
boqueando
entre costas de rotas redes colgadas.
Hablo de la
patria de un niño verde,
yacaré y
colibrí para los saberes del agua y el aire,
que
traspasó siguiendo a las mariposas,
los turbios
nubarrones del lenguaje,
porque sus
ojos aprendieron a confiar
en los ojos
del caballo:
Amaba los
caballos y quiso que su polvo
se mezclara
con los cascos voladores del último tramo.
78
¿Qué
haré con tus riendas, maestro mío, mi caballo,
si estas riendas son apenas nervadura de nieblas encauzadas
que de
pronto alumbran o se caen en silencios empozados?
Pasan
silentes las garzas entre páginas vacías,
un
reservorio a contracorriente, una ventana
para jamás
aterrizarse.
Tu morada
sangre vuelve en celajes de nubarrones bajos
que
inquietan a las taipas de aquí abajo.
Criatura de
este mundo: ¿me dirás alguna vez
si fuiste
realmente de este mundo?
De este
arrozal o estos trigales comerán los hombres,
pero las
cigüeñas y las hadas
son como
furtivas sombras chinas volando,
y ahora
sólo hay aviones y drones
volando por
todos lados, donde antes
solamente
volaban los caballos y los pájaros.
(del libro: Geografía de la fábula,Eduner, 2021) Miguel Ángel
Federik
Miguel Ángel Federik nació en 1951 en Villaguay, ciudad de Entre
Ríos en la que reside. Es poeta y ha publicado las siguientes obras: La estatura
de la sed (1971, Los sepulcros vencidos (1974), Fuegos del bien amar (1986),
Una liturgia para Némesis (1994, premio Fray Mocho de poesía), De cuerpo impar
(2001), Imaginario de Santa Ana (2004) y Niña del desierto y otros poemas (2010).
Es autor también de numerosos ensayos sobre la obra de escritores de la región,
como Daniel Elías, Alberto Gerchunoff, Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi, Ana
Teresa Fabani, Francisco Madariaga y Juan José Manauta. Geografía de la fábula,
poemario del que esta edición toma su título, mereció en 2017 el segundo premio
del Fondo Nacional de las Artes.
(Biografía tomada de la Obra poética, las “reunidas”,
mencionadas, que cuenta con un prólogo de Sergio Delgado. Nota del Administrador)
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