lunes, 15 de abril de 2024

ONDAS DE RADIO



A Antonio Machado
Ha dejado de llover y sale la
luna.
No sé nada de ondas
de radio. Pero supongo que se
transmiten mejor
después de haber llovido, con el
aire húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo
coger Ottawa, si quiero, o
Toronto.
Últimamente, por la noche, me
sorprendo a mí mismo
interesado en la política
canadiense
y en sus problemas internos. Es
verdad. Antes solía buscar
sus emisoras de música. Me
sentaba aquí en el sillón
y escuchaba, sin hacer nada ni
pensar en nada.
No tengo tele y ya no leo
los periódicos. De noche pongo
la radio.
Cuando llegué a este lugar estaba
intentando alejarme
de todo. Especialmente de la
literatura,
de cómo te atrapa y sus
consecuencias.
Un deseo en el alma de no
pensar.
De quedarme quieto. Y a la vez
un deseo de ser estricto, sí, y
riguroso.
Pero el alma también puede ser
una afable hija de puta,
no siempre es de fiar. Y no lo
tuve en cuenta.
Le hice caso cuando me dijo:
Mejor cantar a lo que se ha
ido
y no volverá que a lo que sigue
ahí
con nosotros y seguirá ahí
mañana. O no.
Y si no, da igual.
Tampoco importa mucho, dijo, si
un hombre no le canta a
nada.
Ésa es la voz que escuché.
¿Es posible que alguien piense
así?
¿Da todo igual, realmente?
¡Qué absurdo!
Pero pensaba estas estupideces
de noche
cuando me sentaba en el sillón y
escuchaba la radio.
Entonces, Machado, ¡tu poesía!
Era un poco como el hombre
maduro que se enamora
de nuevo. Una cosa digna de
atención;
desconcertante, también.
Se me ocurren tonterías como
colgar tu retrato de la
pared.
Y llevarme tu libro a la cama
conmigo,
dormirme con él a mano. Una
noche
pasó un tren por mis sueños y me
despertó.
Lo primero que pensé, con el
corazón acelerado
allí en el dormitorio a oscuras,
fue esto:
No pasa nada, Machado está
aquí.
Y me volví a dormir.
Hoy me llevé tu libro cuando fui
a dar
un paseo. «Presta atención»,
dijiste,
cuando alguien se preguntó qué
hacer con su vida.
Así que miré alrededor y tomé
nota de todo.
Luego me senté con el libro al
sol, en mi sitio
junto al río, desde donde puedo
ver las montañas.
Cerré los ojos y me puse a
escuchar el sonido
del agua. Luego los abrí y
empecé a leer
«Abel Martín».
Esta mañana pensé mucho en ti,
Machado.
Espero, incluso a pesar de lo que
sé de la muerte,
que hayas recibido el mensaje
que te envié.
Pero da igual si no es así. Que
duermas bien. Descansa.
Antes o después espero que nos
encontremos.
Entonces podré decirte estas
cosas personalmente.
(De: "Todos nosotros", poesía reunida)

Raymond Carver (EEUU, Clatskanie, Oregón, 1939-Port Angeles,  Washington, 1988)


Traducción, selección y prólogo: Jaime
Priede

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