VI
¿Y si después de tantas palabras el hecho haya sido en vano?
Rotundo el muro, tanto que faltan símbolos que lo demuestren.
Albergamos solo sombras de señales que semejan aquel alarido
nunca olvidable, o lo que algunos llaman plegarias.
Tersura masticada, palabras que no encuentran su valor, aquello
que se agrupa en la configuración sintáctica de lo que se ve, lo
que se dice y lo acumulado que se produce en este siempre antiguo
escenario que dice ser lo real.
Ahora que, inconsultos, fuimos arrojados gracias a Dios del paraíso
ya no podemos ni orar sin desoír el llamado de la pared tapiada, su
alfabeto roto. Elípticamente fantástica, como toda oración, aquella
hoja de diario que surca el espacio, serpenteando entre elementos
también de la creación, nos trae una exacta y callada definición.
El silencio oscila como un muestrario a la intemperie donde ya nada
tiene que ver con la verdad.
¿Y si después de tantas palabras, entre con mezcla de saliva y arena,
quedamos letreando los restos del sudario ajado ya por la repetición?
Amparamos solo aquella interrogación siempre presente y heredada,
pero sin consecuencias. Solo palabras. Un episodio sucio por el ruido,
y la gota agria que el bebedor destierra y que justifican, una y otra vez,
estos tumultos atolondrados.
Ahora que, irredimibles, fuimos arrojados gracias a Dios del paraíso
las hojas de nuestro grimorio casero se vuelven un pliegue que arde
y gotea en un altar ya vacío. Rezo sin tierra. Roto. Precario como un
manto precario; y destemplado, como toda plegaria perdida por los
aires del mundo. Sin tregua.
VII
Y sí. Siempre volvemos a viejos rastros.
Ahí habitamos todo cuanto podemos.
Papeles amarillos, voz de otro y escenario
propicio para gastar a cuenta todo ese alfabeto
desusado, la búsqueda de nómades y traidores;
aquella señal de paso que, para los cazadores,
significa el purgatorio.
Quien allí se haya mojado recordará siempre esos
licores, sus combinaciones. Ya poco nos reanuda.
Nosotros, los de palabras de antes, formamos parte
de la inmedible química que significa mirar, ver, y
decir tras la orfandada voluntad de cenizar; bestias
de vivir, solitarios, indispensables para la simple
constitución de una oración.
Las cosas tal como son. Las voces tal como se
escuchan. Y el humo siempre estuvo presente.
Entonces, ahora, cenizar. Con justa e inmedible
oración no usada. Con lo que de manifiesto designa
todo ese resto de vela que interroga; la lumbre
del dialecto que condena su lugar pertinente de
lectura de los hechos. Antiguos modos; berretines,
cansadas y viejas costumbres.
(Del libro Homónimo,
Barnacle,2025)
Lucas Peralta
Lucas Peralta (Avellaneda, 1977). Alfabetizador, Docente de Literatura. Integra el Departamento de Literatura del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. Es autor de los libros de poemas “Escombros” (Barnacle, 2017) y “Praxis” (Barnacle, 2020).

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