sábado, 2 de agosto de 2025

TANTO


ALGUNOS FRAGMENTOS



Le va mal el campo; no sabe qué hacer con tanto verde en los ojos. El ojo se asusta con el exceso de horizonte, necesita un límite que la tierra no le da.

El silencio es tal que empieza a distinguir la sutileza del viento, de los árboles cuando los roza el aire. Y de los ruidos de la casa. Hay ciertos sonidos que son perfectos. El ronroneo de la heladera; el tac tac del cuchillo picando cebolla; el chapoteo continuo del agua de la canilla; el burbujear del tuco cuando rompe el hervor.

Confunde los cantos distintos del benteveo. La primera noche el gallo cantó anunciando el amanecer y ella, expectante, se vistió rápido; pero cuando fue a mirar la hora recién eran las cuatro de la mañana.

A veces cree que la falta de compañía la está transformando en una persona distinta, como si los objetos le hablaran y ella intentara descifrarlos. Se marea. Necesita voces, un bar cerca. Pero el pueblo queda a cinco kilómetros y su auto está roto, algo de la bujía, señaló el mecánico; y ella se limitó a asentir y a resignarse a una posible vida de siembra.




Los primeros días se dedica a limpiar. Torpemente coloca los estantes que trajo y amontona los libros. La rutina la ordena: barre, cocina, baldea, ventila, riega; una catarata de acciones mínimas que la hacen sentirse útil y calma. Organiza de forma compulsiva la despensa, incluso se imagina recibiendo gente, poniendo flores silvestres para posibles invitados.

El gato vino con la casa. Las pulgas también. Las ronchas aparecieron de a dos. Se acostumbró al picor, entre otras cosas. Desinfectó, lavó las sábanas, las toallas, las almohadas y finalmente las pulgas se fueron.

El gato está en lo suyo. Va y viene a su antojo. Tal vez ahora pueda sostener eso, no asfixiarse con la demanda, con la rutina.

Llegó y faltaba poco para el verano. Estaba todo de un verde intenso. Le gustaría distinguir si el viento viene del este o del oeste, y cuál les hace peor a las plantas, cuál va a traer sequía. Su percepción del tiempo se diluye; deja de llevar la cuenta de los días que hace que está en la casa.
Sigue teniendo esa necesidad de aprender las cosas; podría hablar horas del comportamiento de las hormigas. Estaba acostumbrada a aprender leyendo y ahora quiere probar qué pasa si aprende por observación.





Cómo cuesta.

Un espacio sin límite, abierto, sin bordes fijos. Tierra de matorrales y arbustos enanos. Lo monótono trae tristeza y deja en primer plano la bruma. La vegetación es seca, áspera, leñosa. Matas de pasto verde y grueso; un mar sin ruido ni movimiento en una tensa calma.

La mitad de lo que ve se sostiene en su propia forma de ocultarse. La luz altera el color de los pastizales, la bruma confunde. No sabe si hay un límite en el horizonte o si es todo verdor. El aire huele a madera humedecida, está viciado; el viento lo acompaña en una vibración lenta; casi imperceptible.

La luz se vuelve espesa, materia, como si el sol se hubiese puesto blanco de pensativo. No logra distinguir si el paisaje provoca melancolía o si la blancura da indicios de una futura claridad.

El campo se despliega ante los ojos de un modo recto. La sombra cubre primero el pasto espeso y luego va moviéndose hacia el este. Los colores resplandecen como un mosaico abandonado. El pastizal es esponjoso; lo que marca la perspectiva es la línea difusa que aparece luego de un amontonamiento de nubes, de un suelo que se enfrió el día anterior.

El aire parece luz, la luz parece agua.




La quietud es casi la misma todos los días, una quietud que se parece a la de tardes de pausa impuesta por la siesta en un pueblo. Da la impresión de que el borde de la tierra se hubiese aflojado.

La brisa trae consigo una leve humedad, y ella cada tanto abre la boca para sentirla. Sigue igual de asombrada que cuando llegó y observaba a las hormigas. Le hipnotiza verlas cómo construyen galerías subterráneas en las que almacenan hojas frescas. No comen las hojas, las cortan en pequeños trozos y las arreglan en montones que se cubren rápidamente de una vegetación de hongos pequeños, que después guardan para su uso. Cuando las hojas se secan las sacan afuera del hormiguero para reemplazarlas por hojas frescas; así fabrican su propio alimento.





La pone incómoda leer sobre las personas que deciden abandonar todo e irse a vivir al bosque. Los libros que trajo sobre eso no los puede terminar; se le cierra la garganta en la mitad de la lectura.

El lugar donde está ahora le es ajeno. Aunque se pregunta si alguna vez podrá pertenecer a algún lugar o a alguna persona.

Se acomoda en la galería y observa. Los animales, los insectos, las plantas. El sol anula su cabeza y la adormece; el orden habitual de las cosas se reafirma con brusquedad.

Mira la mañana despuntando allá por el horizonte, el declinar del verano que se anuncia. A veces cree que ella también perdió el paso seguro. Es como si estuviese llena de una sustancia que no es suya.





Se despierta nublada. Durmió pequeña en la mitad de la cama del lado izquierdo. Se despierta con la falsa apariencia de estar ubicada, pero la asfixia no estar haciendo algo concreto, ¿no tendría que pasar que algo se moviera? ¿Qué sentido tiene estar en donde está si aparentemente nada se mueve?

Quienes habrán crecido en esta casa, se pregunta. Este lugar le sugiere permanencia, la solidez de un paisaje que se mantiene estable. El ombú ofrece la misma parábola, persiste a través de lo transitorio; es en el ruido de las hojas que se puede descubrir la tenacidad de la planta.

Ya no puede volver al laboratorio, a esa atmósfera asfixiante, ni trabajar catorce horas por día, o entregarse absolutamente a algo.

Ahora cree que ver salir o ponerse el sol todos los días debería ponerla calma. Elige degustar lentamente los destellos de luz procedentes del cielo. No quiere un luego, sino un ahora.




La casa huele un poco a humedad. Tiene que ventilar más seguido. Cada día que pasa se ancla más en esta familiaridad. Según Jung, inconscientemente de algún modo venimos a completar la vida de nuestros padres que no fue vivida, no podemos escapar ni abandonar la ruta de nuestros antepasados. Su madre nació en el campo y se escapó de él para ir a la ciudad. Su abuela materna se enfermó en el campo del mal de rastrojos, pero fue a morir a un hospital de la ciudad. Ella vino al campo a algo que todavía no sabe.


                                                                                                                                                           (del libro "Tanto",
Eterna Cadencia,2023)
Nurit Kasztelan 


Nurit Kasztelan nació en Buenos Aires en 1982. Publicó los libros de poesía Movimientos Incorpóreos (2007), Teoremas (2010), Lógica de los accidentes (2013) y Después (2018). Estos dos últimos fueron traducidos al portugués y al inglés. Co-dirige la editorial Excursiones y tiene en su casa una librería atípica: Mi Casa. Tanto fue finalista del Premio Estímulo de Escritura (La Nación-Proa) (2021) y obtuvo una mención en el Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes (2022).

Pueden LEER poemas en entradas anteriores de la autora.
















 

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