Un gato come paté con vidrio molido.
Mastica con fuerza inhibiendo el dolor.
Sonríe. Por detrás del horizonte
del pico montañoso de la oreja
brilla el cuchillo de una culoncita que corta
una mandarina. Todo parece coincidir:
el gato con sonrisa ensangrentada, el cuchillo
salivado de ácido naranja, el culito
ortodoxo en tiro alto transpirado
por la inflamación climática de la estufa.
Pero es sólo un orden gráfico
y en realidad la obsesión que cubre la escena
es de un fracaso total: ningún día de invierno
van a recuperar la carnalidad del pensamiento,
el sueño adánico es visual, semejanza de los muslos
de pollo que cortaba mi abuela con tanta precisión
que la piel verrugosa cubría la herida.
Las ideas no son más que la risa de las cosas en la mente.
A la croqueta del cerebro se le descascara la fritura
con los pasos de los días que andan lentos
o se humedece con las nabas deformes mulliditas
que anidan en el chat descafeinando la rutina
en silabeos de pericos.
Si mi especie pudiera rendirle culto al cerebro de las plantas:
ellas piensan en el aire, el aire las completa de lenguaje,
transparencia con la que se funden
a los revoques invisibles del oxígeno.
(De Paijearse,
Colección Chapita,
2011)
Matías Heer. Poeta y traductor argentino. Nació en Buenos Aires, en 1984. Aparte de sus estudios de antropología, por su fisionomía y biografía, se sospecha que es hijo del Pato Fillol. Publicó Plaza Houssay e Irrisoria complexión, en la Colección Chapita, editorial que codirige junto a Daniel Durand.
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