Cuando era joven
Oropélida
no pensaba en nada.
Con una lamparita
la madre
le iluminaba
tanto el cerebro
que le era
imposible
ver
sus propias ideas.
El padre
no le dirigía
la palabra.
Oropélida
sos una piedra
que se aleja
cuesta abajo
negra.
Tus gestos se endurecen
tu rostro se contrae
tanto como una palta
y parece que vas
con cierta prisa
hacia una dirección
desconocida
flameando de tu cuello
tules
en todas las gamas
del verde.
Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.
Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.
Que nada nos mire.
Que nada nos vea.
Que nada nos toque.
Que las cabezas de los vecinos
caigan.
Que los vecinos no tengan cabeza.
Que las cabezas de los vecinos se
sienten a la mesa.
Que todas las cabezas se amen
y hablen de mí.
Que sólo coman dulce de naranjas
amargo
y un ají
picante.
Cada noche iluminada
Lunar Azul cose
su tela
perfecta, blanca
resaltan
sus ocho
patas
tiemblan
y se desprende
una lágrima
de la luna
La luz horada un hoyo azul en el médano.
Pupé y yo estamos iluminados y flotamos.
Él me habla, hace círculos en la arena.
El mundo se da vueltas
y el cielo está
en la tierra.
Selva Dipasquale (Argentina, Buenos Aires, 1968)
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