jueves, 8 de agosto de 2013

el agua que tiembla






Lauro, el frío y la intemperie

IX

A veces el amor nos brilla 
como piedras mojadas 
en la costa.

Su humedad aceitosa 
se derrama 
sobre las capas 
del tiempo.

El parpadeo de la luz 
entre su forma 
le bordea los tintes 
con detalle.

Todo es perfecto,
Lauro,
hasta que sopla
el viento.


X

No partas nuevamente 
con la noche en la espalda.

Quizás no habrá más días dulces 
para nosotros.

El otoño ocurre despacio.

Lauro sabe orientarse
en el océano
pero el sur es una bruma
que le crece
en los ojos.

Los espejismos se opacan 
en la hondura 
del sueño.



Cecilio entre los ojos

II

Cecilio supo pronto que robar 
es navegar 
mirando de costado.

Amó el amor como al fuego 
en los motines 
desbordándole los ojos 
la corteza.

Encontró sosiego en los incendios
acechados de pliegues
en las llamas,
esa corriente nacarada y sola
que traspasa los umbrales
hacia adentro.

Cuando su mano fue un impulso, 
un arrebato, 
no tuvo miedo.

Lo propio pesa lo mismo
que lo ajeno
cuando la noche
es un cartón ahumado
alejándonos del frío.


VI


El oleaje se inquieta 
mientras cae el sol 
como una piedra terca 
sobre el agua.

No se repara el paraíso 
en medio del naufragio.

El pasado de Cecilio se tiende
sobre la costa,
en las piedras abruptas
y en los huecos
del árbol vuelto leña.

Todo sueño es opaco.

Un animal oscuro con dos aros 
de fuego sobre el lomo 
puede ser la lengua 
de nuestra ceguera.

Puede ser eso
y también otra cosa.



Luciana Mellado (Argentina, Buenos Aires, 1975-Vive en Comodoro Rivadacia, desde niña)






2 comentarios:

Tani dijo...

Gracias Marcelo por difundir estos textos, te mando un fuerte abrazo desde el sur, que siempre anda temblando

Marcelo dijo...

Un beso de río dulce para vos, Tani.