Queda algo por decir sobre la infancia
además de lo que venimos
y seguimos diciendo.
La casa donde crecimos es ahora de otros.
Flota extraña la ventana
en lo que era la pieza de mis padres.
Es cierto. Desconozco
las malas noticias, los buenos ratos,
los proyectos que habrán nacido en esos
metros cuadrados desde que nos fuimos.
Pero sé con seguridad cómo
a la mañana se infiltra por la ventana
un halo de energía a partir la vivienda,
como plantas que crecen
en las hendijas de los edificios:
una prolija franja de luz
aterriza sobre la alfombra.
De chica, sentada en el lado fresco,
la observaba revelar partículas
de polvo u otra cosa, suspendidas
en el aire, que bajaban lento
en diagonales diversas.
Desde la vereda de enfrente veo
que le pusieron rejas a la entrada,
usaron una paleta de colores
que yo no hubiese aprobado,
no puedo ir a decirles tampoco
que esos helechos secos colgando
a los costados de la puerta
le dan un aspecto descuidado.
Pero es imposible que ellos
conozcan mejor que yo el momento
en que el sol entra y la fecunda.
Igual que personas que conservan
fotos de sus ex parejas desnudas,
en esa imagen íntima, la casa,
todavía algo me pertenece.
Daiana Henderson (Argentina, Entre Ríos, Paraná. 1988)
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