Lo que hay de común en las sensaciones
es que todas dan forma a la realidad.
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego
En nuestro lenguaje de todos los días, mi amor,
le vamos dando nombre a la realidad.
Pero le hacemos creer que es
lo que dice que es.
EL TOMATE
Corto el tomate en la tabla de un tajo,
lo parto en mitades sucesivas,
y para no demorar lo inevitable
sigo cercenando esos pedazos indefensos
hasta hacerlos papilla, y salvo el color
rojo como una mancha de sangre
en el pecho del herido ya no podemos saber
lo que fue alguna vez, bajo nuestro pies,
su raíz hablando una lengua desconocida,
ni lo que será, después de condimentar
a gusto, sentarnos a la mesa familiar
y comenzar a comer sin culpa,
mientras conversamos animados
sobre los temas impiadosos del día.
NO SÉ PENSAR CON LA CABEZA
Del otro lado de las varillas del alambre
vemos gaviotas revolotear sin escándalo
detrás de un tractor que ara la tierra.
Esas imágenes se recortan del resto
y la verdad es que no sabemos
quién elige a quién, ni por qué.
De este lado están las palabras.
Sin salirse de línea la reja rortura la tierra.
Pudiera ser esta lapicera que rasga
el papel hasta el margen de la hoja,
el límite donde el tractor quiebra el sentido,
gira ciento ochenta grados y vuelve
con la misma parsimonia en otra línea
paralela y sucesiva, mientras van a la siga,
confiadas, a levantar lombrices con el pico
las gaviotas, que con decir gaviotas
basta sin necesidad de adjetivar.
Así es como pienso que pienso mientras
escribo, pero no pienso, porque pienso
como siempre pienso, que no sé pensar
con la cabeza. Pienso como nuestros cuerpos
piensan, como piensan el aire y las gaviotas,
la tierra arada y el tractor en marcha,
y nuestros ojos que miran todo eso.
UN PAPEL EN BLANCO
Hace varios días que no te escribo.
Estamos tan cerca, en la misma casa,
comemos en la misma mesa,
con los mismos cubiertos, dormimos
bajo el mismo techo y en la misma
cama, que a veces, por la fuerza de
la costumbre, aparte de mensajes
de texto utilitarios, me resulta muy
natural, y hasta gracioso, escribirte
lo que la convención puede llamar
carta o nota que dejo sobre la mesa
con algún tema de la rutina del día,
donde las palabras se cocinan con otro
hervor. Tal vez por eso mismo lo hago,
para tentar a los hechos con la risa y a
la risa con la versatilidad de las formas.
Pero la escritura hecha para vos no tiene
obligaciones formales ni el sentimiento
explícito es su patrimonio. Se diría
que tampoco los derechos exclusivos
sobre lo que hacemos o dejamos de
hacer son hijos de la premeditación.
Hablar no es sacarse lastre de encima.
Desoír no es taparse los oídos.
A veces tomo un papel en blanco,
lo doblo en dos mitades y lo dejo
sobre tu almohada para que,
cuando llegues rendida de dar clases
a los mocosos despabilados de la escuela,
puedas leer en él todo lo que no son
capaces de decirte mis palabras.
LA PRIMERA INOCENCIA
Estallará la isla del recuerdo
La vida será un acto de candor.
A. Pizarnik, La última inocencia
Entre las inocencias afortunadas
que sucedieron en mi vida
hasta el momento de escribir este poema,
incluido el poema, la primera
de la que tengo memoria me pasó
muy temprano, después de comenzar
a presarle atención a las voces
de la radio eléctrica prendida
sobre el aparador de la cocina.
Creía que locutores de noticieros
y protagonistas de radionovelas
estaban en miniatura en el interior
de la caja de madera y que al final
del día saldrían caminando, callados,
desde atrás, para volverse, como nosotros,
del tamaño natural, pero no salían;
fue así que un día, al sacar con maña
los tornillos de la tapa y mirar, curioso,
dentro de la caja y no ver a nadie, me avivé.
(a Jorge Curinao)
EL FRACASO
Se puede saber como nadie lo que es el fracaso,
se puede ser un acróbata del fracaso y asegurar
que lo peor está por venir, y que sea lo que sea
aquello que venga, no hará olvidar lo malo
que ya pasó o acaba de pasar.
También , en un acto de piedad, hay quienes
se ofrecen para desalentarnos con el triunfo
sin hacernos desistir de nuestro tonto orgullo.
Pero si el fracaso es el pozo, mientras haya
vida del pozo se sale hacie arriba y de esto
se puede hacer algo más que una especulación.
A veces interviene la abuela, que nos conoce
mejor que ninguno, y con todos y cada uno
de los años encima pone la nota apropiada:
-Mientras no se enamoren del dolor en vano...
(a Concha García)
UN HOMBRE CAMINA SOLO EN EL PAISAJE
Ahora y siempre, según el punto de vista,
el cielo se toca un momento con la tierra.
¿El cielo está en nosotros quiere decirnos?
¿Quiere decir, significar, poner a prueba?
Un hombre camina solo en el paisaje.
Un paisaje con vacas, árboles, nubes, lluvia.
Es una compañía inadvertida pero presente.
Un paisaje que alguien ha visto no puede morir.
Tampoco un paisaje soñado debería morir.
El hombre se acerca a una obra en refacción,
busca, revuelve entre los escombros antes
de que una máquina los cargue en la caja
volcadora de un camión y los deseche
en el relleno de alguna tierra baldía.
El hombre se decepciona de las cosas
inútiles que encuentra, y reniega cuando,
de mala gana, le piden que se aleje de la obra.
Da vueltas como el perro, sin irse ni quedarse.
Oímos lo que dice o intenta decir: a los obreros,
a sí mismo, a nadie, o es posible que a nosotros,
que pasamos caminando en el callejón desierto
y miramos como si fuéramos parte del hecho.
¿El paisaje somos nosotros quiere decirnos?
¿Quiere decir, significar, poner a prueba?
Porque una persona también es una voz.
Y una voz no es un desecho, si es sincera.
(a Marcelo Leites)
Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, 1954)