No es lo mismo pasear por esta galería
que pasear por esta galería
a la hora crepuscular, zamparse una bebida
también crepuscular
y pararse ante el escaparate de viejas fotos: mujeres
frecuentadas,
con una brillante carrera sexual a sus espaldas:
la primera
ofrece su catálogo envuelta en tules
con dos globos que ocupan el día
y el lugar:
la que sigue
tiene un gesto de decir “aquí no duerme nadie”;
otra
ha pactado muchas veces con su vida: hablo de sabiduría:
su deshabillé abierto hasta la cintura, su teléfono blanco:
lujosa como una cristalería: y no importa si todo eso es
simulación
como lo sabe cualquiera que pasea por aquí:
la siguiente
intenta una magia que ya no tiene a su disposición: la falsa
juventud de quien, estando en el principio,
no sabe que ya ha llegado al final;
esa otra,
perecedera como su belleza, está protegida por un secreto
o da lo mismo
por sus ganas evidentes de exhibirlo:
esta señora ya no es joven:
sostiene la mirada como si la sangre de algún rey de Francia
le corriera alegre por sus venas: conoce el secreto de por
qué las cosas
son así: un pesimismo estratégico detrás de la cortina;
pero esta chica de cara indefensa
me recuerda mi primera decepción y posiblemente
mi primer fracaso, y alguien vuelve a decirme como entonces:
“ya no pienses más en eso”:
y yo en eso pienso siempre.
Santiago Sylvester (Salta, Argentina, 1942)
(de: "El que vuelve a ver",
2016)
IMAGEN: La galería del Pasage Vivienne, en París.
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