La cena se enfriaba. Los
invitados, con la expectativa de que los encuentros fuesen de la manera
acostumbrada —rápidos, impersonales, azarosos—, estaban tirados por los
cuartos. Las papas estaban duras y las chauchas, blandas. La carne... No había
carne.
El sol de invierno había teñido
de amarillo los olmos y las casas; los ciervos iban calle abajo como
refugiados; y en la entrada, los gatos se estaban calentando sobre el capot de
un auto. Un hombre, entonces, vino y me dijo: “Aunque el pasado me encantaba,
su oscuridad, su peso que nada nos enseña, su pérdida, su todo que no nos pide
nada, me va a encantar aun más el siglo veintiuno, porque en él veo a alguien
en pantuflas y bata, pobre y de ojos marrones que marcha por la nieve sin dejar
detrás suyo ni siquiera una huella”.
“Ah”, dije yo, poniéndome el
sombrero. “Ah”.
Mark Strand
(Traducción: Ezequiel Zaidenwerg)
I WILL LOVE THE TWENTY-FIRST CENTURY
Dinner was getting cold. The guest,
hoping for quick,
Impersonal, random encounters of the
usual sort, were sprawled
In the bedrooms. The potatoes were
hard, the beans soft, the meat—
there was no meat.
The winter sun had turned the elms
and houses yellow
Deer were moving down the road like
refugees; and in the driveway cats
Were warming themselves on the hood
of a car . Then a man turned.
And said to me:” Although I love the
past, the dark of it,
The weight of it teaching us
nothing, the loss of it, the all
Of it asking for nothing, I will
love the twenty-first century more,
for in it I see someone in bathrobe
and slippers, brown-eyed and poor,
walking throught snow without
leaving so much as footprint behind”.
“Oh,” I
said, putting my hat on, “Oh
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