ENCUENTRO
Estas duras colinas que han
hecho mi cuerpo
y lo agitan con tantos
recuerdos, me han abierto el prodigio
de ella, que no sabe que la vivo
y no llego a comprenderla.
La encontré una noche: una
mancha muy clara
bajo las estrellas ambiguas, en
la neblina de verano.
Había alrededor el olor de estas
colinas
más profundo que la sombra, y de
repente sonó
como salida de estas colinas,
una voz más limpia
y áspera a la vez, una voz de
tiempos perdidos.
Alguna vez la veo, vívida
delante,
definida, inmutable, como un
recuerdo.
Nunca pude aferrarla: su
realidad
cada vez se me escapa y me lleva
lejos.
Si es bella no lo sé. Entre las
mujeres es joven:
me sorprende al pensarla un
recuerdo remoto
de la infancia vivida entre
aquellas colinas,
tan joven es. Es como la mañana.
Me anuncia en los ojos
todos los cielos lejanos de
aquellas mañanas remotas.
Y tiene en los ojos un propósito
firme: la luz más limpia
que haya tenido jamás el alba
sobre esas colinas.
La he creado desde el fondo de
todas las cosas
que me son más queridas y no
llego a comprenderla.
VERANO
Hay un jardín claro, entre muros
bajos,
de hierba seca y de luz, que
reseca despacio
su propia tierra. Es una luz que
sabe a mar.
Tú respiras esa hierba. Te tocas
los cabellos
y sacudes el recuerdo.
He visto caer
muchos frutos, dulces, sobre una
hierba que sé,
como un golpe en el agua. Así te
sobresaltas
con el temblor de la sangre.
Mueves la cabeza
como si alrededor ocurriese un
prodigio de aire
y el prodigio eres tú. Tienen el
mismo sabor
tus ojos y el cálido recuerdo.
Escuchas.
Las palabras que escuchas te
tocan apenas.
Tienes en el rostro calmo un
pensamiento claro
que parece en los hombros la luz
del mar.
Tienes en el rostro un silencio
que cierra el corazón,
como un golpe en el agua, y
destila una pena antigua,
como el jugo de los frutos
caídos entonces.
UN RECUERDO
No hay hombre que llegue a dejar
una marca
sobre ella. Cuanto ha sido, se
disipa en un sueño,
como la calle en una mañana, y
sólo queda ella.
Si no fuese rozada la frente por
un instante,
parecería perpleja. Sonríen las
mejillas, cada vez.
Ni siquiera se acumulan los días
sobre su mirada para cambiar la
sonrisa ligera
que irradia hacia las cosas. Con
dura firmeza
hace cada cosa, pero parece
siempre la primera vez;
sin embargo vive hasta el último
instante. Se entreabre
su sólido cuerpo, su mirada
ensimismada,
a una voz acallada y un poco
ronca: una voz
de hombre cansado. Y ningún
cansancio la toca.
Al mirarle la boca, entorna la
mirada
esperando: ninguno osaría un
arrebato.
Muchos hombres saben de su
ambigua sonrisa
o de la arruga imprevista. Si hubo
ese hombre
que la supo gimiente, humillada
de amor,
paga día tras día, ignorando por
quién
ella vive este presente.
Sonríe a solas
la sonrisa más ambigua caminando
por la calle.
(Traducción: Jorge Aulicino,
-Edición no bilingüe-)
-Edición no bilingüe-)
IMAGEN: Lauren Bacall, actriz estadounidense de los años 40'.
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