lunes, 1 de junio de 2020

LA EDUCACIÓN MUSICAL

























Su voz se oye gruesa y nítida a través del tubo de teléfono. Habla con la confianza de un niño que todavía se comunica con su padre. Es como si dijera aquí estoy papá mientras yo estoy atento y lo escucho.


Me pide una guitarra. Miramos varias. Cualquiera, me dice. Y yo señalo alguna mientras él se preocupa por una armónica que pagará de su propio bolsillo. La elige como si fuera un experto. La observa, la hace bailar sobre su mano izquierda y la pone entre sus labios para hacerla vibrar.


El tiempo pasa rápido. Un día es la sombra de los bigotes que asoman. Otro, esa transpiración agria. Los cambios se suceden y no soy capaz de fijarlos. El recuerdo sigue a lo que acaba de pasar y no hay piedad para un padre que contempla.


Está enamorado por primera vez y habla con su novia por teléfono de manera insistente. Ahora ella se fue de vacaciones. Se nota la dependencia de sus llamados; si está triste es porque no hubo, si no es porque se hablaron. Imagino cómo será el reencuentro. Contar los días, los minutos, las horas hasta verse cara a cara y besarse.
Deseo ese momento y me alegro por él.


Llegamos al vinilo sin darnos cuenta. Una novia regala At Budokan impreso en un viejo disco de surcos negros y brillantes. La tapa cuadrada y de cartón con el perfil de Dylan sumido en contraluz de tono rojizo nos abre una antigua y nueva forma de compartir el gusto musical.


Ya subió al micro. Me mira, no me mira. No sabe cómo irse pero igual se va. Tomamos distancia, venimos y vamos. Es demasiado cariño y no sé hasta dónde llega.


La discusión es por el sentido de los materiales: si el CD o el mp3, si el vinilo original o la edición de 180 gramos. Yo me pierdo en este sistema de sospechas. Somos amateurs pero hablamos como especialistas. Ya me voy a callar, ya voy a dejar de escuchar, pienso.


Llega torpe por la escalera de entrada, me mira fijo y tararea furthermore, I hope my meaning won’t be lost or misconstrued. Ha pasado poca agua bajo el puente desde que cortó con su novia pero Paul Simon es así, los dos lo sabemos, y con un dejo de alguien íntimo ese pequeño hombre se mete en nuestras cosas.


El culto al vinilo es una fiebre delicada.
Vamos de excursión por un parque los domingos como si fuéramos a La Meca para dar vueltas y vueltas entre los puestos y nos pusiéramos a regatear.


Patti Smith es el futuro. Las infinitas armonías de los Beatles están junto a nuestros alaridos de ¡People have the power! Ella va y viene blanca y negra. Es la reina, nos escupe y ama al mismo tiempo.


Control de Cobjirn me ayuda a escuchar Joy Division en ese canto monótono y espeso a punto de quebrarse de Ian Curtis. Lo vemos una víspera de navidad tirados e hipnotizados en la cama aunque me embarga cierta inquietud, ¿para qué mostrarle a un hijo la existencia del suicidio?


Hace más de dos años que estudia armónica y nunca lo escuché tocar. Cuántos enigmas guarda el misterio de su silencio, la pérdida de no ver sus gestos mientras toma el instrumento, lo apoya levemente en sus labios y sopla.


A Vera

¿Tendremos que agradecerle a Morrisey?
Su voz del grave al falsete invade la casa día tras día mientras su adolescencia solitaria, sus gustos de cine, de literatura, de música son una auténtica educación sentimental.


Me despierto un domingo a las siete de la mañana sin ninguna posibilidad de volver a dormir. En el mp3 está toda la discografia de los Smiths. No tengo alternativa: oigo la voz sinuosa de Morrisey, representante ejemplar del cuarto sexo.


El gusto por el vinilo es una lucha inútil por recuperar lo que ya no existe. Así se suceden infinitas escenas por el disco que se oye mal, la púa que se gasta o la impedancia que hay de un equipo a otro. Entre éxitos y fracasos nos movemos con soltura y otras veces con grave incomodidad mientras la música suena, bien o mal, sin parar.


Dylan es nuestro cordón umbilical. De Charleville, 1854, a New York, 1963. Del poeta bello y precoz al músico adolescente, sabio y provocador. Frente a eso el viejo Bob se planta y nos une de por vida.


Hay momentos en que el padre es hijo. Me acerco, le rozo la espalda encorvada y anhelo algún reconocimiento. Con un hijo así responde y de modo torpe me saca el saludo.


(Fragmentos 
de: La educación musical,
Ed. Bajo la luna, 2013)

Yaki Setton (Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 1961)


IMAGEN: Bob Dylan (1966).



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