Religado (relevado), relatado
1
No cabría sostener que cada cultura
particular constituye un elemento primero entre todos los que están puestos en
juego en la Relación, puesto que cada cultura viene a definir los elementos que
va jugando al mismo tiempo que conmueve (cambia); tampoco afirmaríamos que cada
cultura particular es unánimemente cognoscible en su particularidad, puesto
que su propio límite no es discernible en la Relación.
Cada cultura particular se anima a
través del conocimiento de su particularidad, de un conocimiento que no tiene
fronteras. De igual modo, no podemos descomponer cada cultura particular en
elementos primeros, puesto que su límite no se encuentra definido y puesto que
la Relación juega, a la vez, tanto en esta relación interna (de cada cultura
con sus componentes) como en una relación externa (de esta cultura con otras de
su interés).
La definición de la relación interna
es infinita, es decir que a su vez no es reconocible, ya que los aspectos
constitutivos de una cultura, aun cuando son identificables, no pueden ser
retraídos a la indivisibilidad característica de los elementos primeros. Pero
es una definición operatoria. Nos permite imaginar.
La definición de la relación externa
es, también, analizable al infinito, puesto que cada cultura particular, al no
estar unánimemente compuesta
por elementos primeros -indivisibles-, no puede ser considerada como un
elemento primero en la Relación. De algún modo, retornamos a nuestras
proposiciones de partida, cumpliendo el círculo -la ronda- de nuestro
espacio-tiempo. A través de la paradoja, abierta a la definición de esta
relación externa (entre culturas), podemos aproximar mejor las constituyentes
de cada una de las culturas consideradas en particular.
El análisis nos ayuda a imaginar
mejor; el imaginario, a asir mejor los elementos (no primarios) de nuestra
totalidad.
Las ciencias humanas, desde la
antropología hasta la sociología, han estudiado, caso por caso, sociedad tras
sociedad, estos componentes estructurales y estas relaciones dinámicas. Ninguna
de ellas concibe el conjunto de ritmos que es inabordable sin el trabajo de
estas disciplinas.
Aplazando estos dos movimientos (de
una relación interna y de una relación externa) al estatuto de presupuestos del
pensamiento, estimamos que aquello que determina el primer movimiento se emparenta
con una física del ente, mientras que el recorrido del segundo equivale a un
abordaje del ser.
El relevo interno sería masivo,
directamente operativo, mientras que la relación externa sería evasiva
(dilatada), en todo caso demasiado precipitada como para que podamos
aprehender las reglas operativas en el momento mismo en que se aplican.
Nosotros nos abstendremos de sugerir
que, por parábola, el ente sería masivo y el ser volátil, tampoco diremos que
una masa variable del ente debería poseer, por oposición, la infinidad del ser.
Más bien, necesitamos abandonar esta yuxtaposición del ser y del ente, y renunciar
a la fecunda máxima según la cual el ser es relación, para en cambio considerar
que solo la Relación es relación.
Pero la Relación no se confunde ni
con las culturas de las que hablamos, ni con la economía de sus relaciones
internas, ni con la proyección de sus relaciones externas, así como tampoco
con estos inasibles que nacen del entremezclamiento de todas las relaciones
internas con todas las relaciones externas posibles. Tampoco se confunde con el
accidente maravilloso que sobrevendría por fuera de toda relación, conocida o
desconocida, de la que el azar seria su amante. Ella es todo esto al mismo
tiempo.
La génesis de una cultura particular
podría ser asida y su particularidad abordada sin que sea necesario definirla.
La génesis de la Relación no puede ser abordada, más que allí donde su
definición puede ser, si no determinada, al menos imaginada.
Si desconociésemos la intensidad de
la particularidad de una cultura, si pretendiésemos negar el valor particular
de una cultura cualquiera, por ejemplo, en nombre de una universalidad del
Todo, supondríamos o bien que la Relación tiene su principio en sí misma (sería
lo universal en sí y no sería más que esto), o bien que releva aferentes, que
se darían mutuamente referencia y que por lo tanto conducirían no a la
totalidad, sino a lo totalitario.
Lo totalitario se instaura como
relación a partir de un elemento no primero (la violencia, por ejemplo, o la
raza) cuya definición se halla sobredeterminada pero cuyo conocimiento en
consecuencia también tiene límites. Esta relación totalitaria es abordable,
aunque su definición no puede ser imaginada, ya que no podemos imaginar una
relación, abierta, entre elementos cuyo conocimiento tiene fronteras. La
totalidad, al contrario, al igual que la Relación, no es abordable, pero su
definición sí es imaginable.
La diferencia entre Relación y
totalidad proviene de aquello que se juega en la Relación misma, allí donde la
totalidad, ya en su concepto mismo, está amenazada de inmovilidad. La Relación
es totalidad abierta, la totalidad una relación que reposa. La totalidad es
virtual. Pero solo el reposo -en sí mismo- podría ser legítima o totalmente
virtual. Ahora bien, el movimiento es aquel que se realiza absolutamente. La
Relación es movimiento.
No
solamente ella no funda sus propios principios (se
fundan con y a partir de los elementos de los vínculos que ella conduce), sino
que estos principios cambian a medida que los elementos allí jugados definen
(encarnan) nuevas relaciones, y las cambian.
Digámoslo de nuevo, caóticamente: la
Relación no releva ni religa aferentes, asimilables o emparentables por un
simple principio; ella los diferencia de golpe y los desvía de lo totalitario
-puesto que su obra cambia a cada uno de los elementos que la hacen, cada vez,
y por ello, la relación que allí nace los cambia nuevamente.
2
La
Relación, ya lo hemos subrayado, no juega con elementos primeros, separables o
reductibles —cuestión que nos obligaría a remitirnos
a una mecánica susceptible de ser desmontada o reproducida-. No se precede a
través de su acto, no se atiene a ningún a priori. Ella es el esfuerzo sin límites del
mundo que se realiza en totalidad, es decir, que escapa al descanso. No se
ingresa a la Relación desde un comienzo, como si estuviésemos entrando en una
religión. No se la concibe desde un inicio, así como se ha querido concebir el
ser.
3
Lo que hace
que el conocimiento de cada cultura no tenga límites es lo mismo que nos
permite imaginar, sin abordar, la interacción de las culturas al infinito.
Magma en profusión que tiende a disipar todo pensamiento de ideología, puesto
que se estima inaplicable a una amalgama tal. Las pulsiones colectivas más bien
conducen a una utilidad literal (el peso tranquilizador de los resultados
concretos, elevados a la dignidad del valor), o al ideal providencial (la
decisión tranquilizadora de una causa o de un héroe que eligen por ustedes). Lo
literal y lo ideal se entienden bien.
Así reprimido, el pensamiento
ideológico (la necesidad de analizar, de comprender, de transformar) se
inventa nuevas formas, especula con la profusión y se proyecta en una
prospectiva que tampoco tiene límites; intenta, por ejemplo, hacer la síntesis
de las probables aplicaciones científicas, conduciendo sin más a las teorías de
la modelización. Los modelos pretenden fundar mediante relaciones la materia
de la Relación, es decir, detectar el movimiento para traducirlo en términos de
estructuras dinámicas, o dinamizadas.
El pensamiento de la ideología y el
pensamiento de la estructura confluyen así, contra la acción disolvente de la
amalgama, en modelos de protesta. La modelización es una tentativa
(generalizante) para superar la actualidad fugaz de la moda y la evidencia
falsamente definitiva del lugar común.
4
La Relación religa (releva), relata.
Dominacióny resistencia, ósmosis y encierro, consentimiento de lenguaje y
defensa de las lenguas. Su totalización no produce un procedimiento neto,
perceptible con certeza. Religado (relevado), relatado, no se combinan de
manera concluyente. Su mezcla sin apariencia (o en profundidad) no está
marcada, en la superficie, por ningún revelador. La poética de la Relación
hace estremecer a este revelador, mediante su solicitación del imaginario.
Aquello que surge mejor de la Relación, es aquello que presentimos en ella.
Asimismo, cada vez que procuramos
realizar un análisis, cuestión que es, a su vez, y en tanto tal, un elemento
de relación, resulta vano intentar conciliar sus nuevas proposiciones en una
serie de ejemplos probatorios. El ejemplo no se vincula más que a un elemento
de una multiplicidad cuyas partes concuerdan y se rechazan entre sí en varios
campos a la vez. Elegir un ejemplo (hacerlo evidente, volverlo demostrable),
es también privilegiar indebidamente uno de estos campos, y así, percibir
inadecuadamente el vínculo en la Relación.
La acumulación de ejemplos nos tranquiliza, pero al margen de toda
pretensión sistémica. La
Relación no puede ser “probada”, porque su totalidad no es abordable —sino
imaginada, concebible por práctica del pensamiento—. La acumulación de ejemplos
tendería a perfeccionar una descripción inagotable de los procesos de relación
y no a circunscribir o a legitimar en ellos una verdad global, imposible. En
este sentido, el análisis mejor acordado es el que traza poéticamente el vuelo
o la inmersión. La descripción no prueba, simplemente se ajusta a la Relación
en tanto esta es síntesis-génesis nunca acabada.
5
Las culturas coinciden en la precipitación
histórica (la confluencia de las historias), que ha devenido lugar-común. Las
enormes playas temporales (retornemos a ellas) que antaño permitían sumar
sedimentaciones lentas y profundas, ya no se encuentran disponibles. Ellas
autorizan contactos desapercibidos, y decisivos, cuya calidad de interrelación
no puede ser inmediatamente sospechada ni evaluada; al igual que la
precipitación que hoy nos distrae y a nuestros ojos dispersa los haces de
causalidad que hubiésemos podido detectar en el mecanismo. Las resultantes del
contacto desapercibido se imponían como elementos originales, como si hubiesen
sido suscitadas por el solo movimiento interno de una cultura particular,
movimiento infinito e indefinible.
Desde hace tiempo la aceleración
sigue la cadencia de los países industrializados que allí ritman la velocidad y
la orientación, mediante el control que ejercen sobre los modos de la potencia
y sobre los medios de comunicación. La situación mundial “comprende” culturas
que no se agotan en esta velocidad y otras que se hunden en el a-parte. Estas
últimas se mantienen en estado de receptividad pasiva, pesada; donde las
fantasías de desarrollo espectacular y de consumo masivo siguen siendo
fantasías.
Un principio importante del proceso
de interacción es que las líneas de fuerza pueden ser señaladas sin que esta
señal haga efecto. Los actuales agentes-efecto (radios, diarios, televisiones,
films, y sus derivados) desde hace tiempo dejaron de ser capaces de tales efectos,
y esto porque fulguran sus propios destellos, que no son más que los reflejos
de líneas de fuerza desapercibidas. Por otra parte, podría ser que este fuese
el camino más corto para identificar —no mediante reflexión, sino por esta
suerte de provocación difractada que es la marca de estos agentes-, las
diversas líneas de fuerza sustraídas de este modo.
Lo que parece ser una regresión al
infinito (la acumulación de lugares-comunes públicamente puestos en común y
celebrados mediante rituales fugaces) soporta así la supuesta barbarie de la
moda, al mismo tiempo que dibuja la profundidad en movimiento de la Relación.
La eventualidad de la influencia de un grupo de individuos o de obras
correspondientes a una “élite” ya no podría identificarse más que en el
estadio limitado de una especialización, técnica o científica, reconocida
tácitamente, sin verificación. La aprobación de la élite ha dejado de ser
tenida en cuenta. La enorme charlatanería que la ha reemplazado no deja ningún
tiempo de retroceso ni de recuperación.
Un análisis tal, que se anuda en el
lugar donde se generan los agentes de efecto (en resumidas cuentas, en los países
desarrollados), vale como absoluto para aquellos que soportan su imposición (en
resumidas cuentas, los países en vías de pauperización absoluta).
Sería imposible terminar de señalar
los lugares-comunes que repercuten en la Relación: la reanudación de una idea
en varios campos heterogéneos en principio; las repeticiones (caricaturescas,
elementales, pero inmediatamente triunfantes) a través de los agentes-efecto,
de una información reflexiva que por otra parte habría quedado ausente, porque
era reflexión, es decir, profundidad sospechada, ensamblajes barrocos de
líneas de fuerza redoblados en espacios inesperados, etcétera.
El lugar-común, que hemos
definido como la manifestación,
por un agente-efecto, de una línea de fuerza latente o insospechada, adquiere aquí y
enseguida una potencia neutra, cuya repercusión es espectáculo y fuga. La
noción misma de moda se ve superada por esta velocidad. Es una serie de
embriagueces a las que ninguna moda podría otorgar sentido. Los
lugares-comunes son las partículas efímeras divagando en este nodo frío que se
llama comunicación, donde todas las ideas están en el aire, pero, sobre todo,
donde el interés está puesto en su manifestación pública, exagerada o
simplificada. (El lugar- común, de esta manera, mediante este guión que
marcamos entre los dos términos que lo articulan, que lo constituyen, deviene
el increíble avatar de esta
necesidad poética, abierta y misteriosa que es el lugar común.)1 Así, se hace público lo que primeramente es
espectacular. La conclusión resurge, inmediata: las culturas a-parte,2
que reciben esta manifestación de lo espectacular pero que no la generan, no
tienen un pensamiento que importe.
Una cultura particular puede fingir
que funciona separadamente (porque habría cortado las marcas de relevo, o
porque no dispondría de agentes-efecto, o porque ella habría elegido,
agenciando sus propios destellos, despreciar tales marcas), pero no interviene
por ello -no podría ser de otro modo- como relevo activo de la Relación.
La acción relevante de las culturas
no depende de la voluntad ni tampoco del poder de relevo. Las consecuencias de
la sucesión de relevos superan la coyuntura del primer relevo, o del relevo
primero, que se pretendía fundador. Esta pretensión muestra su insuficiencia
cuando la serie se detiene o se realiza en otro campo o en otro ciclo. Es por
lo que la Relación, que es novedad del mundo, impone su velocidad a todas las
modas posibles. De modo contrario al de su procesión, ella no se da como
novedad: ella lo es indistintamente.
6
Toda presencia -aún ignorada- de una
cultura particular, incluso silenciosa, es un relevo activo en la Relación.
¿Podrían existir relevos pasivos? Ciertamente no, pero en todo caso, serían
relevos neutros. Es un relevo neutro este factor que se consume en su propio
destello: intervención de un Estado en el territorio de otro, genocidio,
triunfo universal de un modo de vida, generalización de un producto
estandarizado, ayuda humanitaria, institución internacional, intercambio
comercial a gran o pequeña escala, manifestación ritual de una reunión
deportiva, gran ola planetaria de la música trance... Estos son, en efecto, agentes
directos, pero cuya vinculación no se percibe directamente en la medida en que
lo espectacular del agente avanza sobre el contenido de su efecto,
enmascarándolo, por el agenciamiento mismo de su espectáculo. La percepción
difícil de los efectos de la interacción es lo que permite diferenciar los
agentes neutros y los activos. Una presencia cultural puede ser activa e
ignorada, una intervención, al contrario, espectacular y neutra. Lo neutro no
es aquí inefectivo, pero es lo que se sustrae al espectáculo. Lo activo no es
preponderante, actúa en lo continuo.
Los agentes-efecto transforman, en
relevos neutros (neutralizados en el efecto de sus pruebas manifiestas),
aquello mismo que antes funcionaba como relevo activo, no inmediatamente
percibido y dinamizado vastamente
por los agentes de relevo.
A
partir de esto sabemos lo que son hoy estos agentes de relevo: son ecos-mundo,
que trabajan en la materia de la Relación. Y podemos circunscribir, de modo opuesto, la materia de los
agentes-efecto: son reflejos
literales de esta materia, que manifiestan la violencia sin esclarecerla,
moverla o cambiarla.
Para quien quiera intervenir en los
modos de la Relación (orientarlos, equilibrarlos, cambiarlos tal vez), su
acción se tornará incierta debido a esta indeterminación de los relevos activos
y de los relevos neutros. Es por lo cual una semejante intervención “en la
Relación”, no puede hacerse verdaderamente más que “en un lugar”, a la vez
cerrado sobre sus componentes y abierto sobre sus ecos de retorno. No puede
desarrollarse una estrategia generalizable de la acción en la Relación. La
ideología ha multiplicado las tentativas “regladas” para sobrepasar este límite
obstinado, precisamente por la vía de la generalización: rol final del
proletariado, revolución permanente, misión civilizadora de una nación, defensa
universal de la libertad, o, incluso también, cruzada anticomunista (que
dejará pronto de un pretexto para todo tipo de opresores), etc. Estos intentos
de aprehensión o de acción global tropiezan en cada oportunidad contra las
singularidades de la Relación. Ella no es universal más que por la cantidad
absoluta y definida de sus particularidades.3
Está en la naturaleza de los
agentes-efecto mantener la distancia, socavando una diferencia entre culturas
emergentes y culturas de intervención (esta es una de las formas
“desreguladas” del universal generalizante). Los agentes-efecto agotan el
pensamiento a través de la maquinaria de su mistificación. Desviándola hacia la
certeza de que su “fin” no es sino el de perfeccionar aquello mismo que
refuerza su mera emergencia en tanto agentes-efecto y que les permite mantener
la potencia a la vez lógica y desnaturalizante. Ellos tienen necesidad de la
separación (entre países fabricantes y países receptores) para mantener su
estilo.4
Sería utópico estimar que, por
compensación, las culturas que no manipulan los agentes-efecto encontrarían
una suerte de recompensa inversa en una profundización lenta y equilibrada de
sus valores. Si es cierto que no sabríamos adivinar “dónde habrán de surgir las
soluciones reales”, sería asimismo presumido confiar simplemente en una suerte
de justicia del devenir. Una etnotécnica, por ejemplo (la adecuación de
necesidades y de medios en un lugar dado) no tendría suficiente aparato
“natural” como para imponerse: sus agentes son neutros, impotentes, su fin se
agota, a la larga, en la difracción parpadeante de los agentes-efecto. No
escapamos a la aceleración histórica, aun si nos mantenemos, por fuerza o
inclinación, a distancia de sus estampidas.
(1) La
particularidad de una lengua —la añadidura del guión (de lugar común en lugar-comun)—
me autoriza a aventurar una conceptualización que supere su ocurrencia
concreta. Habría sido imposible en un contexto de sabires que reemplazan las
lenguas. Concibamos la reserva inimaginable que las lenguas del mundo procuran
a fin de una tal producción de superaciones. ¿De cuántos idiomas, dialectos,
deberíamos inspirarnos para poder alcanzar, en cada oportunidad, los mecanismos
indeconstruibles de la Relación? A falta de acceso a esta multiplicidad,
tratamos de unirnos a ella por medio de la lengua con la que nos expresamos.
Entonces, cuando queremos dar con la multiplicidad, abrimos el bastión
lingüístico y multiplicamos a su vez la lengua en la que permanecemos,
constelándola en un lenguaje que, mediante un movimiento atravesado, reúne la
lengua y la disemina.
(2) El
a-parte no es la antigua periferia: está vinculado con una dependencia de
hecho, ya no de derecho.
(3) Las
acciones realmente generalizadas allí se ocultan, no son perceptibles: aquellas
de las multinacionales y de los complots de poder.
(4)
Pareciera que a la antigua partición entre descubridores y descubiertos le
corresponde rigurosamente una repartición actual entre países fabricantes y
países receptores hasta Japón. Pero, repitámoslo, esta distribución ya no es
más de derecho, viene a consagrar una dominación de hecho, que no se funda en
un privilegio de conocimiento ni en una pretensión de absoluto.
(Capítulo del libro:
Poética de la relación, Universidad Nacional de
Quilmes, Bernal, 2017)
Édouard Glissant
(Capítulo del libro:
Poética de la relación,
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