miércoles, 23 de diciembre de 2020

POÉTICA DE LA RELACIÓN













 

 Religado (relevado), relatado

1
           No cabría sostener que cada cultura particular constituye un elemen­to primero entre todos los que están puestos en juego en la Relación, puesto que cada cultura viene a definir los elementos que va jugando al mismo tiempo que conmueve (cambia); tampoco afirmaríamos que cada cultura particular es unánimemente cognoscible en su particu­laridad, puesto que su propio límite no es discernible en la Relación.
          Cada cultura particular se anima a través del conocimiento de su particularidad, de un conocimiento que no tiene fronteras. De igual modo, no podemos descomponer cada cultura particular en elemen­tos primeros, puesto que su límite no se encuentra definido y puesto que la Relación juega, a la vez, tanto en esta relación interna (de cada cultura con sus componentes) como en una relación externa (de esta cultura con otras de su interés).
          La definición de la relación interna es infinita, es decir que a su vez no es reconocible, ya que los aspectos constitutivos de una cultura, aun cuando son identificables, no pueden ser retraídos a la indivisibi­lidad característica de los elementos primeros. Pero es una definición operatoria. Nos permite imaginar.
          La definición de la relación externa es, también, analizable al in­finito, puesto que cada cultura particular, al no estar unánimemente compuesta por elementos primeros -indivisibles-, no puede ser con­siderada como un elemento primero en la Relación. De algún modo, retornamos a nuestras proposiciones de partida, cumpliendo el cír­culo -la ronda- de nuestro espacio-tiempo. A través de la paradoja, abierta a la definición de esta relación externa (entre culturas), pode­mos aproximar mejor las constituyentes de cada una de las culturas consideradas en particular.
          El análisis nos ayuda a imaginar mejor; el imaginario, a asir mejor los elementos (no primarios) de nuestra totalidad.
          Las ciencias humanas, desde la antropología hasta la sociología, han estudiado, caso por caso, sociedad tras sociedad, estos componentes estructurales y estas relaciones dinámicas. Ninguna de ellas concibe el conjunto de ritmos que es inabordable sin el trabajo de estas disciplinas.
 
          Aplazando estos dos movimientos (de una relación interna y de una relación externa) al estatuto de presupuestos del pensamiento, esti­mamos que aquello que determina el primer movimiento se emparenta con una física del ente, mientras que el recorrido del segundo equivale a un abordaje del ser.
          El relevo interno sería masivo, directamente operativo, mientras que la relación externa sería evasiva (dilatada), en todo caso demasia­do precipitada como para que podamos aprehender las reglas opera­tivas en el momento mismo en que se aplican.
          Nosotros nos abstendremos de sugerir que, por parábola, el ente sería masivo y el ser volátil, tampoco diremos que una masa variable del ente debería poseer, por oposición, la infinidad del ser. Más bien, necesitamos abandonar esta yuxtaposición del ser y del ente, y re­nunciar a la fecunda máxima según la cual el ser es relación, para en cambio considerar que solo la Relación es relación.
 
          Pero la Relación no se confunde ni con las culturas de las que habla­mos, ni con la economía de sus relaciones internas, ni con la proyec­ción de sus relaciones externas, así como tampoco con estos inasibles que nacen del entremezclamiento de todas las relaciones internas con todas las relaciones externas posibles. Tampoco se confunde con el accidente maravilloso que sobrevendría por fuera de toda relación, conocida o desconocida, de la que el azar seria su amante. Ella es todo esto al mismo tiempo.
 
          La génesis de una cultura particular podría ser asida y su particula­ridad abordada sin que sea necesario definirla. La génesis de la Rela­ción no puede ser abordada, más que allí donde su definición puede ser, si no determinada, al menos imaginada.
          Si desconociésemos la intensidad de la particularidad de una cultura, si pretendiésemos negar el valor particular de una cultura cualquiera, por ejemplo, en nombre de una universalidad del Todo, supondríamos o bien que la Relación tiene su principio en sí misma (sería lo universal en sí y no sería más que esto), o bien que releva afe­rentes, que se darían mutuamente referencia y que por lo tanto con­ducirían no a la totalidad, sino a lo totalitario.
 
          Lo totalitario se instaura como relación a partir de un elemento no primero (la violencia, por ejemplo, o la raza) cuya definición se halla sobredeterminada pero cuyo conocimiento en consecuencia también tiene límites. Esta relación totalitaria es abordable, aunque su defini­ción no puede ser imaginada, ya que no podemos imaginar una rela­ción, abierta, entre elementos cuyo conocimiento tiene fronteras. La totalidad, al contrario, al igual que la Relación, no es abordable, pero su definición sí es imaginable.
 
          La diferencia entre Relación y totalidad proviene de aquello que se juega en la Relación misma, allí donde la totalidad, ya en su concep­to mismo, está amenazada de inmovilidad. La Relación es totalidad abierta, la totalidad una relación que reposa. La totalidad es virtual. Pero solo el reposo -en sí mismo- podría ser legítima o totalmente virtual. Ahora bien, el movimiento es aquel que se realiza absoluta­mente. La Relación es movimiento.
          No solamente ella no funda sus propios principios (se fundan con y a partir de los elementos de los vínculos que ella conduce), sino que estos principios cambian a medida que los elementos allí jugados de­finen (encarnan) nuevas relaciones, y las cambian.
          Digámoslo de nuevo, caóticamente: la Relación no releva ni religa aferentes, asimilables o emparentables por un simple principio; ella los diferencia de golpe y los desvía de lo totalitario -puesto que su obra cambia a cada uno de los elementos que la hacen, cada vez, y por ello, la relación que allí nace los cambia nuevamente.
 
2
 
La Relación, ya lo hemos subrayado, no juega con elementos prime­ros, separables o reductibles —cuestión que nos obligaría a remitirnos a una mecánica susceptible de ser desmontada o reproducida-. No se precede a través de su acto, no se atiene a ningún a priori. Ella es el es­fuerzo sin límites del mundo que se realiza en totalidad, es decir, que escapa al descanso. No se ingresa a la Relación desde un comienzo, como si estuviésemos entrando en una religión. No se la concibe des­de un inicio, así como se ha querido concebir el ser.
 
3
 
Lo que hace que el conocimiento de cada cultura no tenga límites es lo mismo que nos permite imaginar, sin abordar, la interacción de las culturas al infinito. Magma en profusión que tiende a disipar todo pensamiento de ideología, puesto que se estima inaplicable a una amalgama tal. Las pulsiones colectivas más bien conducen a una utilidad literal (el peso tranquilizador de los resultados concretos, elevados a la dignidad del valor), o al ideal providencial (la decisión tranquilizadora de una causa o de un héroe que eligen por ustedes). Lo literal y lo ideal se entienden bien.
 
          Así reprimido, el pensamiento ideológico (la necesidad de anali­zar, de comprender, de transformar) se inventa nuevas formas, espe­cula con la profusión y se proyecta en una prospectiva que tampoco tiene límites; intenta, por ejemplo, hacer la síntesis de las probables aplicaciones científicas, conduciendo sin más a las teorías de la modelización. Los modelos pretenden fundar mediante relaciones la mate­ria de la Relación, es decir, detectar el movimiento para traducirlo en términos de estructuras dinámicas, o dinamizadas.
          El pensamiento de la ideología y el pensamiento de la estructura confluyen así, contra la acción disolvente de la amalgama, en mode­los de protesta. La modelización es una tentativa (generalizante) para superar la actualidad fugaz de la moda y la evidencia falsamente de­finitiva del lugar común.
 
4
 
          La Relación religa (releva), relata. Dominacióny resistencia, ósmosis y encierro, consentimiento de lenguaje y defensa de las lenguas. Su tota­lización no produce un procedimiento neto, perceptible con certeza. Religado (relevado), relatado, no se combinan de manera concluyente. Su mezcla sin apariencia (o en profundidad) no está marcada, en la su­perficie, por ningún revelador. La poética de la Relación hace estreme­cer a este revelador, mediante su solicitación del imaginario. Aquello que surge mejor de la Relación, es aquello que presentimos en ella.
          Asimismo, cada vez que procuramos realizar un análisis, cues­tión que es, a su vez, y en tanto tal, un elemento de relación, resul­ta vano intentar conciliar sus nuevas proposiciones en una serie de ejemplos probatorios. El ejemplo no se vincula más que a un elemento de una multiplicidad cuyas partes concuerdan y se rechazan entre sí en varios campos a la vez. Elegir un ejemplo (hacerlo evidente, volver­lo demostrable), es también privilegiar indebidamente uno de estos campos, y así, percibir inadecuadamente el vínculo en la Relación.
          La acumulación de ejemplos nos tranquiliza, pero al margen de toda pretensión sistémica. La Relación no puede ser “probada”, por­que su totalidad no es abordable —sino imaginada, concebible por práctica del pensamiento—. La acumulación de ejemplos tendería a perfeccionar una descripción inagotable de los procesos de relación y no a circunscribir o a legitimar en ellos una verdad global, imposi­ble. En este sentido, el análisis mejor acordado es el que traza poética­mente el vuelo o la inmersión. La descripción no prueba, simplemente se ajusta a la Relación en tanto esta es síntesis-génesis nunca acabada.
 
5
 
          Las culturas coinciden en la precipitación histórica (la confluencia de las historias), que ha devenido lugar-común. Las enormes playas tem­porales (retornemos a ellas) que antaño permitían sumar sedimen­taciones lentas y profundas, ya no se encuentran disponibles. Ellas autorizan contactos desapercibidos, y decisivos, cuya calidad de in­terrelación no puede ser inmediatamente sospechada ni evaluada; al igual que la precipitación que hoy nos distrae y a nuestros ojos dis­persa los haces de causalidad que hubiésemos podido detectar en el mecanismo. Las resultantes del contacto desapercibido se imponían como elementos originales, como si hubiesen sido suscitadas por el solo movimiento interno de una cultura particular, movimiento in­finito e indefinible.
          Desde hace tiempo la aceleración sigue la cadencia de los países industrializados que allí ritman la velocidad y la orientación, median­te el control que ejercen sobre los modos de la potencia y sobre los medios de comunicación. La situación mundial “comprende” culturas que no se agotan en esta velocidad y otras que se hunden en el a-parte. Estas últimas se mantienen en estado de receptividad pasiva, pesada; donde las fantasías de desarrollo espectacular y de consumo masivo siguen siendo fantasías.
 
          Un principio importante del proceso de interacción es que las lí­neas de fuerza pueden ser señaladas sin que esta señal haga efecto. Los actuales agentes-efecto (radios, diarios, televisiones, films, y sus derivados) desde hace tiempo dejaron de ser capaces de tales efec­tos, y esto porque fulguran sus propios destellos, que no son más que los reflejos de líneas de fuerza desapercibidas. Por otra parte, podría ser que este fuese el camino más corto para identificar —no median­te reflexión, sino por esta suerte de provocación difractada que es la marca de estos agentes-, las diversas líneas de fuerza sustraídas de este modo.
          Lo que parece ser una regresión al infinito (la acumulación de lugares-comunes públicamente puestos en común y celebrados me­diante rituales fugaces) soporta así la supuesta barbarie de la moda, al mismo tiempo que dibuja la profundidad en movimiento de la Re­lación. La eventualidad de la influencia de un grupo de individuos o de obras correspondientes a una “élite” ya no podría identificar­se más que en el estadio limitado de una especialización, técnica o científica, reconocida tácitamente, sin verificación. La aprobación de la élite ha dejado de ser tenida en cuenta. La enorme charlatane­ría que la ha reemplazado no deja ningún tiempo de retroceso ni de recuperación.
          Un análisis tal, que se anuda en el lugar donde se generan los agen­tes de efecto (en resumidas cuentas, en los países desarrollados), vale como absoluto para aquellos que soportan su imposición (en resumi­das cuentas, los países en vías de pauperización absoluta).
          Sería imposible terminar de señalar los lugares-comunes que re­percuten en la Relación: la reanudación de una idea en varios campos heterogéneos en principio; las repeticiones (caricaturescas, elemen­tales, pero inmediatamente triunfantes) a través de los agentes-efec­to, de una información reflexiva que por otra parte habría quedado ausente, porque era reflexión, es decir, profundidad sospechada, en­samblajes barrocos de líneas de fuerza redoblados en espacios ines­perados, etcétera.
 
          El lugar-común, que hemos definido como la manifestación, por un agente-efecto, de una línea de fuerza latente o insospechada, ad­quiere aquí y enseguida una potencia neutra, cuya repercusión es es­pectáculo y fuga. La noción misma de moda se ve superada por esta velocidad. Es una serie de embriagueces a las que ninguna moda po­dría otorgar sentido. Los lugares-comunes son las partículas efímeras divagando en este nodo frío que se llama comunicación, donde todas las ideas están en el aire, pero, sobre todo, donde el interés está pues­to en su manifestación pública, exagerada o simplificada. (El lugar- común, de esta manera, mediante este guión que marcamos entre los dos términos que lo articulan, que lo constituyen, deviene el increíble avatar de esta necesidad poética, abierta y misteriosa que es el lugar común.)1  Así, se hace público lo que primeramente es espectacular. La conclusión resurge, inmediata: las culturas a-parte,2 que reciben esta manifestación de lo espectacular pero que no la generan, no tie­nen un pensamiento que importe.
 
          Una cultura particular puede fingir que funciona separadamen­te (porque habría cortado las marcas de relevo, o porque no dispon­dría de agentes-efecto, o porque ella habría elegido, agenciando sus propios destellos, despreciar tales marcas), pero no interviene por ello -no podría ser de otro modo- como relevo activo de la Relación.
          La acción relevante de las culturas no depende de la voluntad ni tampoco del poder de relevo. Las consecuencias de la sucesión de re­levos superan la coyuntura del primer relevo, o del relevo primero, que se pretendía fundador. Esta pretensión muestra su insuficiencia cuando la serie se detiene o se realiza en otro campo o en otro ciclo. Es por lo que la Relación, que es novedad del mundo, impone su veloci­dad a todas las modas posibles. De modo contrario al de su procesión, ella no se da como novedad: ella lo es indistintamente.
 
6
 
          Toda presencia -aún ignorada- de una cultura particular, incluso silen­ciosa, es un relevo activo en la Relación. ¿Podrían existir relevos pasi­vos? Ciertamente no, pero en todo caso, serían relevos neutros. Es un relevo neutro este factor que se consume en su propio destello: inter­vención de un Estado en el territorio de otro, genocidio, triunfo univer­sal de un modo de vida, generalización de un producto estandarizado, ayuda humanitaria, institución internacional, intercambio comercial a gran o pequeña escala, manifestación ritual de una reunión deportiva, gran ola planetaria de la música trance... Estos son, en efecto, agentes directos, pero cuya vinculación no se percibe directamente en la me­dida en que lo espectacular del agente avanza sobre el contenido de su efecto, enmascarándolo, por el agenciamiento mismo de su espectácu­lo. La percepción difícil de los efectos de la interacción es lo que permi­te diferenciar los agentes neutros y los activos. Una presencia cultural puede ser activa e ignorada, una intervención, al contrario, espectacular y neutra. Lo neutro no es aquí inefectivo, pero es lo que se sustrae al espectáculo. Lo activo no es preponderante, actúa en lo continuo.
          Los agentes-efecto transforman, en relevos neutros (neutraliza­dos en el efecto de sus pruebas manifiestas), aquello mismo que antes funcionaba como relevo activo, no inmediatamente percibido y dina­mizado vastamente por los agentes de relevo.
          A partir de esto sabemos lo que son hoy estos agentes de relevo: son ecos-mundo, que trabajan en la materia de la Relación. Y pode­mos circunscribir, de modo opuesto, la materia de los agentes-efecto: son reflejos literales de esta materia, que manifiestan la violencia sin esclarecerla, moverla o cambiarla.
 
          Para quien quiera intervenir en los modos de la Relación (orientarlos, equilibrarlos, cambiarlos tal vez), su acción se tornará incierta debido a esta indeterminación de los relevos activos y de los relevos neutros. Es por lo cual una semejante intervención “en la Relación”, no puede hacerse verdaderamente más que “en un lugar”, a la vez cerrado so­bre sus componentes y abierto sobre sus ecos de retorno. No puede desarrollarse una estrategia generalizable de la acción en la Relación. La ideología ha multiplicado las tentativas “regladas” para sobrepasar este límite obstinado, precisamente por la vía de la generalización: rol final del proletariado, revolución permanente, misión civilizadora de una nación, defensa universal de la libertad, o, incluso también, cru­zada anticomunista (que dejará pronto de un pretexto para todo tipo de opresores), etc. Estos intentos de aprehensión o de acción global tropiezan en cada oportunidad contra las singularidades de la Rela­ción. Ella no es universal más que por la cantidad absoluta y definida de sus particularidades.3
 
         Está en la naturaleza de los agentes-efecto mantener la distancia, so­cavando una diferencia entre culturas emergentes y culturas de in­tervención (esta es una de las formas “desreguladas” del universal generalizante). Los agentes-efecto agotan el pensamiento a través de la maquinaria de su mistificación. Desviándola hacia la certeza de que su “fin” no es sino el de perfeccionar aquello mismo que refuerza su mera emergencia en tanto agentes-efecto y que les permite mante­ner la potencia a la vez lógica y desnaturalizante. Ellos tienen necesidad de la separación (entre países fabricantes y países receptores) para mantener su estilo.4
 
          Sería utópico estimar que, por compensación, las culturas que no ma­nipulan los agentes-efecto encontrarían una suerte de recompensa inversa en una profundización lenta y equilibrada de sus valores. Si es cierto que no sabríamos adivinar “dónde habrán de surgir las so­luciones reales”, sería asimismo presumido confiar simplemente en una suerte de justicia del devenir. Una etnotécnica, por ejemplo (la adecuación de necesidades y de medios en un lugar dado) no tendría suficiente aparato “natural” como para imponerse: sus agentes son neutros, impotentes, su fin se agota, a la larga, en la difracción par­padeante de los agentes-efecto. No escapamos a la aceleración histó­rica, aun si nos mantenemos, por fuerza o inclinación, a distancia de sus estampidas.
 
(1) La particularidad de una lengua —la añadidura del guión (de lugar común en lugar-comun)— me autoriza a aventurar una conceptualización que supere su ocurrencia concreta. Habría sido imposible en un contexto de sabires que reemplazan las lenguas. Concibamos la reserva inimaginable que las lenguas del mundo procuran a fin de una tal producción de superaciones. ¿De cuántos idiomas, dialectos, deberíamos inspirarnos para poder alcanzar, en cada oportunidad, los mecanismos indeconstruibles de la Rela­ción? A falta de acceso a esta multiplicidad, tratamos de unirnos a ella por medio de la lengua con la que nos expresamos. Entonces, cuando queremos dar con la multiplicidad, abrimos el bastión lingüístico y multiplicamos a su vez la lengua en la que permanece­mos, constelándola en un lenguaje que, mediante un movimiento atravesado, reúne la lengua y la disemina.
(2) El a-parte no es la antigua periferia: está vinculado con una dependencia de hecho, ya no de derecho.
(3) Las acciones realmente generalizadas allí se ocultan, no son perceptibles: aquellas de las multinacionales y de los complots de poder.
(4) Pareciera que a la antigua partición entre descubridores y descubiertos le corres­ponde rigurosamente una repartición actual entre países fabricantes y países recepto­res hasta Japón. Pero, repitámoslo, esta distribución ya no es más de derecho, viene a consagrar una dominación de hecho, que no se funda en un privilegio de conocimiento ni en una pretensión de absoluto.
 
(Capítulo del libro: Poética de la relación,
Universidad Nacional de Quilmes,
Bernal, 2017)
  
Édouard Glissant
 


 
Édouard Glissant (Sainte-Marie, Martinica, 1928-París, Francia, 2011). Poeta, narrador y ensayista antillano de nacionalidad francesa. Creador de las teorías de la Relación y de la creolización, así como los conceptos de antillanidad y Todo-mundo. Su pensamiento poético buscó desmontar los resortes de la esclavitud y del colonialismo, fomentando la solidaridad de los pueblos y el respeto a la diversidad, todo ello complementado con un intenso activismo cultural. Fue profesor de literatura francesa en la Universidad de la ciudad de Nueva York y dirigía el Institut du tout-Monde, fundado por iniciativa suya en París en el año 2007.Para Glissant, la globalización no es más que una estandarización, una forma negativa de mestizaje. La forma positiva sería lo que él llamaba mundualidad (para evitar el término mundialización, muy frecuente en francés), la posibilidad de cada cultura de reafirmarse en las otras. Se trata, según él, de pensar la historia no como algo cerrado sino como algo abierto. No un continente sino un archipiélago. No habría, así, identidad propia sin relación con el otro. Pero relación no es disolución. No es extraño que no le gustase el concepto de literatura universal: "De existir, sería abstracta y sin contenido, a fuerza de querer desprenderse de todo arraigo territorial, de todas sus particularidades. Lo universal es, en realidad, una sublimación de lo particular".





No hay comentarios: