El lugar del poema Su
tema.
Bajo la
hechura de su vela, Ulises,
símbolo
de quien busca, cruzando por la noche
el
gigantesco mar, leyó su propia mente.
Dijo:
«Como conozco, soy y tengo
el
derecho a ser». Guiando su embarcación
bajo
las estrellas medias, dijo:
I
Conocer es ser.
Si
el conocimiento y la cosa conocida son lo mismo
de
modo que conocer a un hombre es ser
ese
hombre, conocer un lugar es ser
ese
lugar, y al parecer de eso se trata;
y
si conocer a un hombre es conocerlos a todos
y
si la sensación que uno tiene de un sitio sencillo
es
lo que uno conoce del universo,
entonces
el conocimiento es la única vida,
el
único sol del único día,
el
único acceso al verdadero alivio,
confortador
profundo del mundo y del sino.
de
modo que conocer a un hombre es ser
ese
hombre, conocer un lugar es ser
ese
lugar, y al parecer de eso se trata;
y
si conocer a un hombre es conocerlos a todos
y
si la sensación que uno tiene de un sitio sencillo
es
lo que uno conoce del universo,
entonces
el conocimiento es la única vida,
el
único sol del único día,
el
único acceso al verdadero alivio,
confortador
profundo del mundo y del sino.
II
Conocer es la fuerza del ser
Hay
una soledad humana,
una
parte del espacio y de estar solo,
en
que no puede el conocimiento ser negado,
en
que no hay cosa del conocimiento que falle,
la
luminosa compañía, la mano,
el
brazo fortalecedor, la profunda
respuesta,
la voz que del todo contesta,
la
que más que cualquier otra cosa es
el
derecho alrededor y dentro de nosotros,
unido,
el triunfante vigor, sentido,
la
dirección interna de la que dependemos,
Io
que nos guarda lo poco que nosotros somos,
la
ayuda de la grandeza por ser y la fuerza.
III
El
verdadero creador es este, el variador
variando
varitas purpurantes, el pensador
pensando
pensamientos de oro en una mente dorada,
de
elevado cascabeleo, radiante,
el
júbilo de significar en un diseño
arrancado
al caos... La callada lámpara,
pues
este creador es una lámpara
que
va aumentando, lo mismo que un rayo nocturno,
el
espacio en que se alza, el resplandor
de
lo oscuro, creando de ninguna cosa
tales
negras construcciones, tales públicas hechuras
y
mortecina mampostería, que uno se maravilla
del
dedo que de golpe aparta esto a un lado
gigantesco
en toda cosa salvo en tamaño.
IV
El centro del yo.
El
creador no nombrado de una esfera no conocida,
no
conocida todavía, no cognoscible,
certidumbre
no cierta, Apolo
imaginado
entre los indígenas
y
Edén concebido en la Falda de la Mañana,
centro
del yo, el yo
del
futuro, de un futuro hombre
y
un lugar futuro, cuando resulten estos conocidos,
al
fin una libertad de lo místico,
el
principio de un orden final,
el
orden del derecho del hombre a ser
como
es él, la disciplina de su mira
observada
como un absoluto, su mismo yo.
V
Excepto ilógicas recepciones
Un aliento
más largo, más profundo sustenta
la
elocuencia del derecho, pues conocer
y
ser son una sola cosa: el derecho a conocer
y
el derecho a ser son uno. Llegamos
al
conocimiento cuando llegamos a la vida.
Con
todo hay siempre otra vida,
una
vida más allá de este conocer presente,
una
vida más luminosa que este esplendor presente,
más
luminosa, perfeccionada y distante, lejos,
no
para alcanzarla sino para conocerla,
no
un logro de la voluntad
sino
una cosa ilógicamente recibida,
una
adivinación, un bajarse
de
lo elevado, recelos deslumbradoramente
resueltos
en un deslumbrador descubrimiento.
Mapa
del paraíso no hay ninguno.
El
gran Ómnium desciende sobre nosotros
igual
que una carrera libre. Lo conocemos, uno
a
uno, en el derecho de todo. Cada hombre
es
una aproximación a la vigilancia
en
que al sobrar las verdades se tornan
un
todo, el día en que la última estrella
ha
sido contada, la genealogía
de
dioses y hombres destruidos, el derecho
a
conocer establecido como el derecho a ser.
Los
símbolos antiguos no serán ninguna cosa entonces.
Habremos
ido detrás de los símbolos
hasta
lo que simbolizaban, lejos
de
los rumores de las bóvedas llenas de habla,
hasta
el charlar que entonces será la verdadera leyenda,
igual
que un fulgurar ascendido hasta el interior del fuego.
VI
Presencia de
un maestro externo del
conocimiento.
Maestro
del mundo y de sí mismo,
por
el conocimiento llegó a esto o
llegará.
Su mente presenta el mundo
y
en su mente el mundo da vueltas y revueltas.
Las revoluciones
por el día y por la noche,
por
espacios salvajes de otros soles y lunas,
en
torno al verano y angulares inviernos y vientos,
van a la par de
otras revoluciones
en
las que el mundo gira y gira en redondo
en
las atmósferas cristalinas de la mente,
comedias
de la luz, tragedias de lo oscuro,
como
cosas producidas por un clima, el mundo
gira
en redondo en los climas de la mente
y
da sus floraisons de imaginería.
Ia
mente renueva el mundo en un verso,
un
pasaje de música, un parágrafo
de
un filósofo en lo cierto: renueva
y
posee, por sincera perspicacia y acierto
en
el Juan-engendró-a-Jacob de lo que conocemos,
los
vuelos por el espacio, cambiando habitudes.
En
las generaciones del pensamiento, hijos y herederos
del
hombre son poderes de la mente,
su
solo testamento y patrimonio.
Él
no tiene ninguna cosa más que la verdad para dejar.
¿Cómo
será entonces la mente menos que libre
si
sólo conociendo se es libre?
VII
Verdad como sino
El
hombre vivo en el lugar presente,
siempre,
el particular pensado
entre
abstracciones Plantagenet,
siempre,
siempre, la difícil pulgada,
sobre
la que las vastas arcadas del espacio
reposan,
siempre, lo creíble pensado
desde
el que los sistemas increíbles afloran,
el
pequeño confín pronto sin confinar
en
magnitudes estelares: estas
son
las manifestaciones de una ley
que
tuerce los particulares hacia lo abstracto
y
hace con ellos una manada a espaldas de un gigante,
de
majestuosa madre una multitudinaria camada,
como
si las abstracciones fueran, ellas mismas,
particulares
de un sublime relativo.
No
es esto alivio mental de poeta,
Es
el sino que vive en la verdad.
Obedecemos
las incitaciones de nuestro fin.
(Traducción:
Andrés Sánchez Robayna, Daniel Aguirre y Andreu Jaime)
THE
SAIL OF ULYSSES
Under
the shape of his sail, Ulysses,
Symbol
of the seeker, crossing by night
The
giant sea, read his own mind.
He
said, «As I know, I am and have
The
right to be». Guiding his boat
Under
the middle stars, he said:
I
«If
knowledge and the thing known are one
So
that to know a man is to be
That
man, to know a place is to be
That
place, and it seems to come to that;
And
if to know one man is to know all
And
if one’s sense of a single spot
Is
what one knows of the universe,
Then
knowledge is the only life,
The
only sun of the only day,
The
only access to true ease,
The
deep comfort of the world and fate.
II
There
is a human loneliness;
A
part of space and solitude,
In
which knowledge cannot be denied,
In
which nothing of knowledge fails,
The
luminous companion, the hand,
The
fortifying arm, the profound
Response,
the completely answering voice,
That
which is more than anything else
The
right within us and about us,
Joined,
the triumphant vigor, felt,
The
inner direction on which we depend,
That
which keeps us the little that we are,
The
aid of greatness to be and the force.
III
This
is the true creator, the waver
Waving
purpling wands, the thinker
Thinking
gold thoughts in a golden mind,
Loftily
jingled, radiant,
The
joy of meaning in design
Wrenched
out of chaos... The quiet lamp
For
this creator is a lamp
Enlarging
like a nocturnal ray
The
space in which it stands, the shine
Of
darkness, creating from nothingness
Such
black constructions, such public shapes
And
murky masonry, one wonders
At
the finger that brushes this aside
Gigantic
in everything hut size.
IV
The center
of the
self.
The
unnamed creator of an unknown sphere,
Unknown
as yet, unknowable,
Uncertain
certainty, Apollo
Imagined
among the indigenes
And
Eden conceived on Morningside,
The
center of the self, the self
Of
the future, of future man
And
future place, when these are known,
A
freedom at last from the mystical,
The
beginning of a final order,
The
order of man’s right to be
As
he is, the discipline of his scope
Observed
as an absolute, himself.
V
Except
illogical
receptions.
A
longer, deeper breath sustains
The
eloquence of right, since knowing
And
being are one: the right to know
And
the right to be are one. We come
To
knowledge when we come to life
Yet
always there is another life,
A
life beyond this present splendor
Brighter,
perfected and distant away,
Not
be reached but to be known,
Not
an attainment of the will
But
something illogically received,
A
divination, a letting down
From
loftiness, misgivings dazzlingly
Resolved
in dazzling discovery.
There
is no map of paradise.
The
great Omnium descends on us
As
a free race. We know it, one
By
one, in the right of all. Each man
Is
an approach to the vigilance
In
which the litter of truths becomes
A
whole, the day on which the last star
Has
been counted, the genealogy
Of
gods and men destroyed, the right
To
know established as the right to be
The
ancient symbols will be nothing then
We
shall have gone behind the symbols
To
that which they symbolized, away
From
the rumors of the speech-full domes,
To
the chatter that is then the true legend,
Like
glitter ascended into fire.
VI
Presence of
an external
master of
knowledge.
Master
of the world and of himself,
He
came to this by knowledge or
Will
come. His mind presents the world
And
in his mind the world revolves.
The
revolutions through day and night,
Through
wild spaces of other suns and moons,
Round
summer and angular winter and winds
Are
matched by other revolutions
In
which the world goes round and round
In
the crystal atmospheres of the mind,
Light’s
comedies, dark’s tragedies,
Like
things produced by a climate, the world
Goes
round in the climates of the mind
And
bears its floraisons of imagery.
The
mind renews the world in a verse,
A
passage of music, a paragraph
By
a right philosopher: renews
And
possesses by sincere insight
In
the John-begat-Jacob of what we know,
The
flights through space, changing habitudes.
In
the generations of thought, man's sons
And
heirs are powers of the mind,
His
only testament and estate.
He
has nothing but the truth to leave.
How
then shall the mind he less than free
Since
only to know is to be free?
VII
The
living man in the present place,
Always,
the particular thought
Among
Plantagenet abstractions,
Always
and always, the difficult inch,
On
which the vast arches of space
Repose,
always, the credible thought
From
which the incredible systems spring
The
little confine soon unconfined
In
stellar largenesses-these
Are
the manifestations of a law
That
bends the particulars to the abstract
Makes
them a pack on a giant’s back,
A
majestic mother’s flocking brood
As
if abstractions were, themselves
Particulars
of a relative sublime.
This
is not poet’s ease of mind.
It
is the fate that dwells in truth.
We
obey the coaxings of our end.
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