domingo, 29 de noviembre de 2020

CONVERSACIÓN CON TRES MUJERES DE NUEVA INGLATERRA


 






El modo de la persona se torna el modo del mundo,
para esa persona y, a veces, para el mundo mismo.
Los contenidos de la mente se tornan solido espectáculo
o casi sólidos parecen espectáculo: como un ave voladora
se queda fija en su inevitable arbusto...,
lo que supone que cambiar de modo es cambiar el mundo.
 
Ahora tú, por ejemplo, eres de este modo: tú dices
que en ese central siempre oscuro, allá donde esté,
en lo central de tierra o cielo o aire o pensamiento,
hay una gota que es elemento de la vida,
solo, singular surtidor y mínimo patriarca,
única cosa común a toda vida, lo humano
e inhumano mismo, lo parecido de cosas dispares.
 
Y tú, tú dices que las cosas capitales de la mente
sean tan naturales como objetos naturales,
para que un rey labrado hallado en una jungla, gigantesco
y erosionado, sea parte de un paisaje humano,
que una figura reclinada entre columnas demolidas,
rígida en un eterno letargo, sea
no el inicio sino el fin del artificio,
una naturaleza de mármol en un mundo de mármol.
 
Y entonces, por fin, eres tú quien dice
que el hombre sólo en sus definiciones de sí mismo,
sólo acompasado en humanidad, es él
mismo. El autor de los cánones del hombre es el hombre,
no algún patrón e imaginero externo.
 
¿En cuál de estos tres mundos nos hallamos los cuatro
más próximos a casa? ¿O bastará con haber visto
y sentido y conocido las diferencias que hemos visto
y sentido y conocido en los colores en que vivimos,
en las excelencias del aire que respiramos
los aromas de ser...? ¿Basta para advertir
que el sentido de ser cambia conforme hablamos
que hablar altera el ciclo de las escenas de los reyes?
 

Wallace Stevens (E.E.U.U.; Reading, Pennssylvania, 1879; Hartford, Connecticut,  1955)

 (Traducción: Andrés Sánchez Robayna, Daniel Aguirre y Andreu Jaime)



CONVERSATION WITH THREE WOMEN OF NEW ENGLAND
 
The  node of the person becomes the mode of the world
 
or that person and, sometimes, for the world itself
The contents of the mind become solid show
Or almost solid seem show-the way a fly bird
Fixes itself in its inevitable hush
It follows that to change modes is to change the world.
 
Now, you, for instance, are of this mode: You say
That in that ever-dark central, wherever it is,
In the central of earth or sky or air or thought,
There is a drop that is life’s element,
Sole, single source and minimum patriarch,
The one thing common to all life, the human
And inhuman same, the likeness of things unlike.
 
And you, you say that the capital things of the mind
Should be as natural as natural objects,
So that a carved king found in a jungle, huge
And weathered, should be part of a human landscape,
That a figure reclining among columns toppled down,
Stiff in eternal lethargy, should be,
Not the beginning but the end of artifice,
A nature of marble in a marble world.
 
And then, finally, it is you that say
That only in man's definitions of himself,
Only encompassed in humanity, is he
Himself. The author of man’s canons is man,
Not some outer patron and imaginer.
 
In which one of these three worlds are the four of us
The most at home? Or is it enough to have seen
And felt and known the differences we have seen
And felt and known in the colors in which we live
 
 
In the excellences of the air we breathe,
The bouquet of being-enough to realize
That the sense of being changes as we talk,
ºThat talk shifts the cycle of the scenes of kings?



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