LA POESÍA TERMINÓ
CONMIGO. VIDA DE RODRIGO LIRA
ROBERTOCAREAGA, Ed.
Universidad Diego Portales.
Santiago, Chile.
2017
La
vida breve
Acceder a la biografía exhaustiva de un
autor resulta apasionante por múltiples motivos. El lector conoce el itinerario
del trabajo del poeta, asiste al laboratorio privado que fueron sus días. Más
aún cuando se trata de la primera biografía escrita sobre un chileno de culto
como Rodrigo Lira. En una edición a cargo de Leila Guerriero para la colección "Vidas ajenas” de
la Universidad Diego Portales, el periodista Roberto Careaga nos brinda la
posibilidad de conocer a uno de los poetas latinoamericanos que mejor ha sabido
poner en tensión el lenguaje. Su enfermedad, su obra contradictoria y su
suicidio a los 32 años ayudaron a alimentar la figura de un extravagante, un
maldito y complejo que se ganó un lugar entre las figuras míticas de las letras
chilenas. La biografía menciona que Lira pasó por duras internaciones
psiquiátricas y pone en primer plano muchos de sus mejores poemas como
fragmentos de una vida profundamente existencial. Porque
Lira, vivía en carne propia casi todo lo que escribía, sus frustraciones
amorosas, su difícil inserción en el mundo, el no encontrar un trabajo. Durante
su corta pero intensa vida, se mantuvo ambivalente en el rótulo de poeta.
Paradójicamente le resistía. Hay varios misterios por resolverse. El biógrafo
sigue pistas perdidas como si se tratara de un enigma policial.
Ante todo, el programa de Rodrigo Lira atenta
contra la vanidad de las vacas sagradas, la solemnidad de la poesía “seria”,
de Neruda a
Mistral, pasando por la generación del 38, los surrealistas de La mandràgora (especialmente Braulio Arenas) y
la poesía lárica (Cárdenas, Teillier), incluso, claro, la obra de Raúl Zurita,
blanco de muchos de sus mejores instantes poéticos.
“Angustioso caso de soltería” “Grecia 907, 1975”, su extravagante “doQ.mentos
del antayer Q.atro ga- tos.s”, “Eia, Elle, Ella, She, Lei, Sie”, o “Es Ti Pi”, aquel poema trágico disfrazado de un juego lingüístico, son ejemplos de poemas donde su huella está
siempre presente, junto a esa tensión desbocada que amenaza toda su escritura.
Intensos e insistentes laberintos de mayúsculas, cursivas, paréntesis,
comillas, notas, símbolos. Versos fracturados, derivativos y retorcidos que
bien podrían ser una extensión de su odiosa enfermedad: la esquizofrenia
hebefrénica que le habían diagnosticado. ¿Era aquello eco de la anti-poesía de
Parra? Tal vez. Nacido en una familia adinerada, tuvo una educación respetable.
Sin embargo, algo desde su adolescencia lo hacía distinto al resto. “Creo que
descubrió muy tempranamente la incertidumbre y el sin sentido”, dice en otro
pasaje de esta biografía el cineasta y amigo Carlos Flores. Lira era disruptivo y, al mismo tiempo, lateral. No
creía en nada. Jamás pudo concluir ninguna carrera. Intentó sí exploraciones
espirituales, probó las drogas, se hizo un melómano de vanguardia. Las
numerosas anécdotas fueron compiladas a través de decenas de entrevistas
realizadas por Careaga durante siete años. Y está también, acaso más importante
que ninguna otra, la palabra de su madre, Elisa Canguilhem, quien tanto hizo
por su hijo (gracias a ella se publicó póstumamente, en 1984, su Proyecto de
obras completas), Antonio de la Fuente y, desde luego, el testimonio de
Roberto Merino, uno de los mayores cronistas latinoamericanos. Casi todos,
coinciden en que había un aura especial en él. “Su cabeza estaba en otra
parte”, dice una de sus “pololas” esporádicas. La poesía terminó conmigo
muestra los hechos sin tomar partido, la objetividad del periodista que sabe no
caer ante la seductora tentación de los mitos. Tal vez por eso mismo no
abundan opiniones en torno a sus internaciones y aplicación de electroshock.
Lira tuvo la desdicha de vivir y escribir
su hiperculturosa producción poética durante la larga dictadura de Pinochet,
época oscura en la que
sus textos aparecían en pequeñas revistas artesanales que él mismo se
encargaba de diseñar, fotocopiar
y distribuir. Por
esos días de plomo participó de algunos recitales (en los institutos Goethe y
Cultural de Las Condes, por ejemplo), ganó un modesto premio entregado por la revista cultural La Bicicleta y tuvo su instante de fama al participar en el programa televisivo ¿Cuánto
vale el show?, días antes de su suicidio.
Como Nicanor Parra, aunque más histriónico, Lira ayuda a combatir los fantasmas de la
hipocresía y la solemnidad. Quiebra la continuidad de una tradición poética
enmarcada en la opresión objetiva de la entonces dictadura pinochetista y
produce una síntesis más radical y de vanguardia. Era un desaforado al punto de
incomodar. Admiraba hasta el plagio a Kerouac y era
un obseso confeso de la obra de Enrique Lihn, acaso su mayor influencia entre
los poetas chilenos que frecuentaba. De este último, trabajó durante cinco
años en la más retórica y artificiosa novela suya: La orquesta de cristal.
Hizo una nueva edición desmembrando la original, que por desgracia se ha
perdido. Rescatamos en esa intervención atisbos de su ars poetica: homenaje, apropiación y burla.
Físicamente tenía un look particular, ligeramente anticuado. Verlo en
fotografías desconcierta. Pero cuando nos atinamos al escenario textual, en
Lira nada envejece. No hay impostura en la cadencia de sus versos. Se construye
a medida que se lee. Sílaba a sílaba. Nada pareciera estar fuera de lugar.
Estira tanto las posibilidades fonéticas que las palabras se vuelven, por
momentos, ilegibles. La suya es una operatoria deliberada de extremar las estrategias
poéticas. Si bien no concluyó sus estudios universitarios, era un autodidacta
nato. Su erudición se movía caóticamente entre la música, la botánica, los
saberes esotéricos y un sinnúmero de intereses diversos. Basta leer la
presente biografía para comprobarlo.
La obra de Rodrigo Lira es pura dispersión
y digresión, un experimento performático e iconoclasta que se resiste a pasar
inadvertido. Irónico, intertextual, crítico, de un humor negro del que todos
son víctima, incluso él mismo. A la altura de Grosso modo (Deniz), Cuerdas para Aleister (García
Vega), El cutis patrio (Espina) y, por qué no, Carroña última forma
(L. Lamborghini), Lira puede, después de todo, ser cronológicamente “el último
poeta de Chile (Bolaño dixit), y uno de los primeros de la lengua castellana de los últimos tiempos.
(Del libro “Ficciones supremas”,Ed. Griselda García, 2021, originalmente publicado enPágina 12. Hadar Libros. 4/3/18)
Augusto Munaro (Buenos Aires,
1980)
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