XVIII-Algunos puntos de vista
1. Los riesgos del presente
Cada vez que tengamos la tentación de escribir sobre poesía,
tendríamos que recordar a
Chesterton: “nada
en esta vida mortal es perfecto, ni la mala poesía”. El punto irónico de la
frase parece consecuencia de haberse asomado al momento actual, donde abunda la
mala poesía. Dicho así, esto requiere explicación.
Desde la antigua Grecia, la mala poesía
pertenece “al momento actual”. Y es así porque el presente no ha hecho todavía
la criba, mientras que el pasado casi no es otra cosa: selección y
supervivencia. La mala poesía del pasado ya no cuenta, está olvidada y no es
motivo de debate; sobre todo nadie la echa en falta; en cambio la actualidad,
revuelta como es, aguanta el dilema de que todo vale o puede valer, los buenos
poetas y los malos agilizan sus méritos y justifican sus tareas con mucha
sociabilidad; y esto es algo que sabemos. La avalancha de mala poesía que nos
deparan talleres literarios, recitales, festivales, revistas, antologías y el
mundo digital, forma parte de lo que estamos viendo, y a la vez de la
dificultad de juzgar lo que vemos. La mala poesía no es una fatalidad de esta
época, sino de todas; es cuestión de moverse en el presente, en cualquier
presente, para saberlo.
Decir que un poema pertenece al pasado no
quiere decir necesariamente que haya sido escrito en el pasado, sino que se lo
percibe como algo ya dicho: suena a insistencia de algo que conocemos. Flaubert,
en una carta a Louise Colet, opinaba sobre un
contemporáneo: “Lo leo históricamente, pues es hombre de otra época”. Por otra
parte, conviene recordar que no es lo mismo ser original que armar un
escándalo, la novedad no es un gesto más bien teatral. Aquí cabe otra
afirmación complementaria de Flaubert: un poema bueno pierde su estilo; es
decir, deja de ser importante la escuela, la estética que lo ampare y, desde
luego, la época.
Pero hay otra consideración: la idea de
buena o mala poesía ha sido cambiante en la historia. Su labilidad es evidente
cuando se recuerda qué poetas tuvieron todas las luces en el escenario de sus
respectivas épocas, y qué poetas no salieron de la sombra; y demasiadas veces
el tiempo puso a la sombra lo que había estado a la luz, y al revés. Ejemplos
hay muchos y las razones son variadas: unas veces se consideró inhábil al que
anticipó una energía que sería recogida en un tiempo posterior, y otras gozó
fama en vida lo que se estaba desgastando pero aún no se le veía el desgaste.
Otras veces sucede que el tiempo es simplemente caprichoso con un poeta. Un
buen ejemplo es Góngora, y me refiero sobre todo a lo genuinamente “gongorino” de su obra: las Soledades,
la Fábula de Polifemo y Galatea. Fue reconocido y desconocido en
vida, imitado hasta el abuso por unos y denostado con saña por otros. Lope de
Vega llegó a decir en una carta: “como admiro en Góngora lo que entiendo, no
condeno lo que no entiendo”, aunque no se privó de mofarse del barroquismo
culterano de Góngora y sus seguidores, imaginando en un poema que Boscán y
Garcilaso se sentirían ‘agredidos’ por esas novedades (1) (precisamente ellos,
que medio siglo antes habían sido agredidos por las novedades que ellos mismos
portaban: una prueba excelente de que el tiempo pasa). Quevedo, por su parte,
escribió como epitafio para Góngora uno de los poemas más malignos que puede
dedicarse a alguien que acaba de morir (2). Y si esto sucedía con Lope y con
Quevedo, podemos imaginar con los demás. Luego cayó por dos siglos en la
indiferencia, hasta que la generación española del 27 lo colocó en sitio preferencial y en Latinoamérica fue visitado por poetas
fundamentales como Lezama Lima. No sé qué significa actualmente cuando la
lectura parece marcadamente funcional; da la impresión de que hoy no tiene
mucha chance: dicho con algo de cinismo, la dificultad de su lectura no ayuda a
resolver un problema.
Como
ejemplo de signo contrario se puede nombrar a Bukowski y a lo que se llamó “dirty
realism” o llanamente
realismo sucio. Bukowski ayuda a resolver al menos un problema: su temática nos
coloca en el ojo de un tipo de actualidad. El tema de la noche, de la vida
difícil, con mezcla de prostitución, alcohol y drogas en el paisaje urbano,
aprueba el examen y, por lo tanto, se perciben abundantes huellas de su paso.
El realismo sucio se organiza en esa dirección, podría asegurarse que ahí
radica gran parte de su sentido; fue tratado con mucho éxito por la narrativa
de los EE.UU., y en nuestros países (claramente en Argentina) acompaña los
problemas, da materia y soluciones literarias, incluso ha creado un
costumbrismo, con todas las características de un “ismo”,
(1) Ver el soneto que comienza: “—Boscán, tarde llegamos. ¿Hay
posada?"
(2) Empieza y termina así: “Este que, en negra tumba, rodeado/ de
luces, yace muerto y condenado,/ vendió el alma y el cuerpo por dinero’’
...“Fuese con Satanás, culto y pelado./ ¡Mirad si Satanás es desdichado!”
que termina recordando aquella advertencia
de Enzensberger: “transformar el subdesarrollo en arte es más fácil que
eliminarlo”.
Hay muchos casos de valoración cambiante
en la historia de la poesía; lo que es bueno en un tiempo puede ser
prescindible en otro y al revés. No hay que descartar, sin embargo, la
sentencia de Lautréamont: “No existen dos clases de
poesía; sólo existe una”. Es apodíctico, y
no se toma el trabajo de hacer aclaraciones: da por cierto que sabemos a qué se
refiere; y tal vez tenga razón.
Quisiera agregar a lo dicho, a modo de
ejemplo, que detecto al menos dos versiones que forman parte de la retórica de
la época. Hay otras.
La primera podría caracterizarse así: si
no tiene qué decir, dígalo largo. No están convocados aquí los poemas largos
que sí tienen qué decir (hay muchos), sino los que provienen, creo, entre otras
procedencias, de cierta oralidad: lecturas públicas, festivales, ciclos, y esa
necesidad de escenario, tan actual. Da la impresión de que el asunto se estira
más por reclamo del auditorio que de la precisión. Sin embargo, conviene
recordar que no es lo mismo poema que “clima poético”. No siempre es fácil
discernir entre uno y otro; pero tratando de explicar podría decirse que en un
poema, corto o largo, lo evidente es la intención de instalar algo que
previamente no había: esto es así incluso por razones etimológicas; en cambio
un “clima poético” trabaja con recortes conocidos y plenamente aceptados:
retazos que se van ordenando en un camino que ya está trazado. Tal vez sea el
momento de recordar un adagia de Wallace Stevens: “No es lo mismo tener algo que decir que no tener nada que decir y
decirlo de una manera trágica’. Donde Wallace Stevens dice
‘trágica’ hay que traducir en este caso ‘efectista’.
La
segunda se caracteriza por una deliberada inanidad temática, o un tratamiento
inane de los temas. Se presenta como poesía que, agotado el rumbo objetivista,
ha derivado en poesía de constatación: que llueve o se ha enfriado el café, que
el poeta ha perdido las llaves o tiene algún brote escatológico con el que quiere asustar. Comida rápida.
Daniel Freidemberg habló de “poquitismo”, refiriéndose a lo mismo. He oído una
justificación en el abuso de
trascendentalismo de
la poesía anterior, generaciones dedicadas a algún tipo de altura (política,
filosófica, etc.), de modo que podríamos estar ante la vieja aspiración de
“torcerle el cuello a la elocuencia” (Verlaine) ; pero el resultado, que es lo que interesa,
es otro: contar sucesos más o menos triviales de la vida cotidiana, con el
peligro de darle la razón a Cornelius Castoriadis cuando analiza “el avance de la
insignificancia”. Sospecho que la trivialidad esconde algún desencanto, y
habría que averiguar las razones; la poesía refleja siempre el momento en el
que se da, y por lo tanto detecto que la idea base pregona que vivimos una
época trivial. Mi opinión es exactamente la contraria: ésta no es en absoluto
una época trivial, salvo que se entre por la puerta equivocada. Hay tanta
intensidad de pensamiento, revisión de costumbres, incorporación de asuntos y
reivindicaciones, que me resulta imposible entender que no vivamos un tiempo de
interés abundante. No creo que la reflexión que lo represente consista en
constatar que se ha enfriado el café, o lo contrario; aun contando con que
poesía se puede sacar de cualquier parte.
Eudeba, 2019)
Santiago Sylvester
Santiago Sylvester nació en Salta en
1942. Vivió veinte años en Madrid y actualmente
reside en Buenos Aires. Sus últimos libros de poesía son Llaman a la puerta
(2019); La conversación (2017), publicado por Visor en Madrid, y El
que vuelve a ver (2016). Entre otras antologías es autor de Poesía del
Noroeste Argentino. Siglo XX, del Fondo Nacional de las Artes. Cultiva
también otros géneros como el cuento (La prima carnal) y ensayos (La
identidad como problema. Sobre la cultura del Norte). Ha recibido, entre
otros, los premios Provincia de Salta, Nacional de Poesía, Municipal de la
Ciudad de Buenos Aires, Jorge Luis Borges y, en
España, los premios Ignacio Aldecoa y Jaime Gil de Biedma. Dirigió las
colecciones "Pez Náufrago” (de poesía) y “Época” (de ensayos), de
Ediciones del Dock. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.
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