La literatura, nuestra fiel testigo
histórica, ha registrado a través de los siglos ese sentimiento de añoranza
que acompaña el destino del hombre. Ya Hesíodo en Trabajos y días echaba
de menos aquel tiempo idílico del reinado de Saturno, donde los días eran
inocentes, plenos de justicia, abundancia y bondad; una Edad de Oro donde la
humanidad, que entonces vivía su primavera perpetua, era pura e inmortal. El
pasado siempre ha sido útil a la hora de estimular la imaginación, ese paraíso
perdido que resulta la memoria. À la recherche du temps perdu, de Marcel Proust, tal vez sea el esfuerzo intelectual más ambicioso
y sostenido por ese principio, puesto que intentó recuperar del pasado los
mejores días vividos con el fin de convertirlos en presente continuo. Otros,
más modestos, se han refugiado en
la nostalgia, aunque circunstancialmente revestida por aire romántico. Lord Alfred Tennyson, por ejemplo, cuyos temas
mitológicos y medievales desarrollados en plena época victoriana revivieron con su poemario Idylls of the
King,las historias
artúricas, buscando siempre el heroico espíritu británico de antaño. En
Latinoamérica, Felisberto Hernández, José Antonio Ramos Sucre e inclusive
Rolando Cárdenas avivaron a través de distintos grados de escritura la
esperanza que despierta el futuro como regreso al venturoso pasado. Pero ha sido Jorge Teillier quien más
acertadamente supo crear un espacio para recordar el pasado. Los dominios perdidos lo comprueba. Todos sus libros vindican y
aspiran a ese estado de gracia cuya tendencia de replegarse hacia la infancia
ofrece una alternativa ética y estética que se articula con un fuerte sentido
de unidad. Su crepusculismo hace hincapié en la búsqueda de los valores del
paisaje del sur de Chile, de sus aldeas y de la provincia atravesada por los
solitarios y huidizos trenes de frontera. Con un lenguaje sencillo y sereno,
diseña un sentimiento de evasión por el presente. La ensoñación alcanza
realidades más altas y secretas a través de acertadas metáforas. “Un día u otro
/ todos seremos felices. / Yo estaré libre / de mi sombra y mi nombre. / El que
tuvo temor/ escuchará junto a los suyos/ los pasos de su madre, / el rostro de
su amada será siempre joven / el reflejo de la luz antigua en la ventana, / y
el padre hallará en la despensa la linterna/ para buscar en el patio / la
navaja extraviada.” Versos íntimos que marcan el estilo de un sobreviviente,
tal vez el último, de una Edad de Oro. Así, la presente selección de poemas
intenta recuperar los últimos vestigios del mundo misterioso del que se imaginó
honroso testigo. Ahistórica, situada en las antípodas de la
poesía social, la escritura teilliereana tiñe sus libros de una realidad que
subvierte lo cotidiano, dotándolo de mayor vitalidad. Su lírica desde Para
ángeles y gorriones (1956), hasta el póstumo En el mudo corazón del
bosque (1997)- producto de un fino lenguaje arcádico, revela un paciente camino de búsqueda de
identidad, algo que pudo consolidar durante cuarenta años de abnegada vocación.
Jorge Teillier fundó una mitología lárica, poesía del Lar, del Origen.
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