Sombras bajo la lámpara de aceite
Poemas
de después de la
fiesta
a la memoria de Irene Gruss (Febrero 2019)
EJ mundo incompleto se publicó en 1987 y está dedicado a Lea Fletcher y a José Luis Mangieri, el
creador de la mítica editorial de poesía Libros de Tierra Firme. Por este libro
conocí la poesía de Irene y de algún modo a Irene misma.
Algunos fragmentos habían salido como anticipo un año antes, en el primer
número del Diario de poesía, que casualmente iniciaba su
derrotero con un dossier dedicado a Juan 1. Ortiz,
hecho de relevancia ya que
fue un poco el comienzo del rescate y revisión del poeta de Gualeguay. Entre la
selección de poetas que en ese primer número del Diario acompañaban a
Irene estaban Oscar Taborda, Víctor Redondo y Néstor Perlongher. Había ya un
desliz y una emergencia en esos nombres con respecto a lo que se venía
escribiendo.
El
mundo incompleto
es la entrada fulgurante a la poesía de alguien que por entonces tenía 37 años,
una segunda entrada si se quiere, ya que cinco años antes había publicado La
luz en la ventana en la editorial El Escarabajo de Oro.
Desde el arranque del primer poema,
titulado “Tercera persona”, se plantea una actitud ante lo comunicable y el
acto de escribir: “Tiene problemas con el lenguaje: / habla y no se le
entiende, / escribe y no se le entiende. / Ironiza, da todo / por sentado, cree
que lo que ve/es simple, / claro / nada fácil para traducir”. Esa dificultad
para hablar y traducir lo claro, lo tangible y real, que el narrador atribuye a
una tercera persona, es la puerta de acceso al trabajo y la destreza de Irene
para estratificar mensajes, enrarecer cuestiones en apariencia simples o
banales, renovar sensaciones y formas de decir. Mediante la torsión que
producen sus síncopas, su rarísima forma de escandir y encabalgar los versos, o
recursos como las preguntas y las frases hechas, tanto la oralidad como la
reflexión o el movimiento de una escena, todo se transforma en música. Una
música insólita, descreída, empedernidamente individual, capaz de asumir tanto
las taras propias como de iluminar lo colectivo mirando puertas adentro, como
el mentado poema de aquella que no olvida a los muchos que sufrieron, que
desaparecieron, mientras lavaba ropa, acunaba o cantaba con la persiana a
oscuras.
En
los poemas de El mundo incompleto -por lo general breves- la anécdota le
cede su lugar a la reacción ante lo visto, algo que siempre es efecto de un
movimiento oculto, y en muchas ocasiones la duda, la sorpresa o el
descreimiento, desatan una inflexión liberadora.
Frecuentemente
está la sensación de que quien habla quiere desembarazarse de algo, sacarse un
peso de encima, huir -¿de las apariencias? ¿del teatro social? ¿de algo más
hondo?-. Aún tras la ironía ante lo propio o un estado de cosas, algo pulsa
entre la pena y la nada. Como si solo a partir de la lenta aceptación de esa
fisura, de ese estado incompleto y defectuoso, se pudiese aspirar a alguna
epifanía, a alguna necesaria plenitud momentánea.
En
El mundo incompleto la guerra -o la fiesta- terminó; el amor es apenas
conclusiones, se mira por la ventana sucia y se calla hondamente ante el mar.
La guerra, alguna guerra, diferentes guerras, permitieron por un tiempo vivir
en la pasión, el miedo y la inminencia, (“...Picasso y / sus mujeres: Gertrude Stein / manejando una camioneta de la / Cruz Roja
Internacional, en el paisaje / del frente”), ahora, solo quedan los restos que
dejó esa emoción. Y hay otra fuerza ahí, una fuerza secreta, hecha con el
reverso de la vida: un amor que se exalta en su falta de hechos, en lo que no
se hizo; la experiencia de luz en el nombre del hijo, y la maternidad como una
zona lejos de lo idílico, (“No la escuches. / Tu hija llora / pero no la
escuches”); juegos improvisados que descubren una felicidad clandestina; y las
manos, dedos manchados de pelar papas, de nicotina y limón, de tinta.
Varias
veces aparece el después de la fiesta en los poemas de Gruss, lo que queda
después de algo intenso, de todo lo que mueve la sociabilidad. El lavar y
ordenar, el agua que se lleva los detritus y que borra las marcas, la vuelta a
un orden áspero, sin placebo. Pero en ese llevarse hay también un volver a
vivir, un vivir por segunda vez, con más calma y distancia, sin la urgencia de
dar una respuesta. Del poema “Fue una fiesta” (Elmundo incompleto), al
“Después de la fiesta” (Entre la pena y la nada, su último libro), el
jabón y el agua tibia se llevan todo rastro de alegría, pero a la vez preparan
lo que viene, “lo que brilla es pasado y preparación para lo que urge, lo / que
se aproxima”, “cuenta /lo que no puedes atrapar”.
En
la segunda y la tercera parte del libro aparecen las distintas fases, el
devenir cambiante de una mujer que juega a adjetivarse, que sabe que no hay
algo que se pueda fijar: indómita, irresuelta, agraciada u horrible, por
momentos multitudinaria, agradecida, la que ambiciona aquello que solo
espíritus atentos y sutiles pueden apreciar -el color de un pullover, el olor a pintura de un cuadro, la raíz del
pasto “apenas raspado por la más suave zapatilla”-, mujer que más allá de los
estereotipos, las reivindicaciones, quisiera liberarse, que la dejen en paz,
“quisiera, como Gauguin, largar / todo e irme, / dejar mi
familia, la no tan sólida / posición / e irme a escribir a alguna isla..
.’’(“Mujer irresuelta”).
Hay
frases, expresiones que asocio inevitablemente a la imagen de Irene, a su
poesía: “anotar un goteo”, o “dijo que decía”, y esa especie de súplica: “Por
favor no sufran más / me cansa, / dejen de respirar así / como si no hubiera
aire” (“Mutatis Mutandi”).
Eso,
y la pregunta que va y viene a través de sus libros, la pregunta sobre lo real:
“Quién necesita esas flores / quién se queda en describirlas / tal como están,
allá lejos, / quién sabe cómo son esas flores / Y si no son margaritas? / Si no
se llega / si no se completa el mundo?” (El mundo incompleto).
Después
de haber leído por primera vez estos poemas y de ver un aviso en el que
anunciaba sus talleres de escritura, le pedí una entrevista y fui a verla a su
departamento. Me acuerdo de su risa un poco rea, de su mirada atenta y su
amabilidad, de que tenía un
poster de Serrat pegado en la pared y de que
justo cuando entré sonaba por lo bajo “Nací en el mediterráneo”. Aunque nos
vimos pocas veces, Irene siempre tuvo para mí esa impronta: en su presencia y
sus palabras había algo que te bajaba a tierra, (“no escribo con el cuerpo,
sino con la mano y un lápiz”, dice en una entrevista), algo que se ofrecía sin
dobleces, sin la necesidad de explicarse o agradar. Y a la vez algo guardaba,
algo que solo se puede atisbar en su poesía, mezcla de extrañeza y risa, dolor
e insumisión.
Mario Nosotti
Mario Nosotti nació en San
Fernando, provincia de Buenos Aires, en 1966. Cursó estudios de Letras (UBA) y
la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero. Poeta y
ensayista, colabora con diversos medios ligados a la literatura. Publicó los
libros de poesía Parto mular (Ultimo Reino, 1998), El proceso de fotografiar
(Viajera Editorial, 2014) y La casa de la playa (Club Hem, 2018). Entre 2004 y
2006 editó la plaquette Música Rara -poesía & aledaños; en 2021 publicó Dos
poemas inconclusos en Caleta Olivia- y su ensayo La casa de los pájaros en ed.
de la Universidad Nacional del Litoral, sobre la vida y la obra de Juan L.
Ortiz. Obtuvo la beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes en 2014. Tuvo
a su cargo la elaboración de la cronología que integra la nueva edición de la
Obra Completa de Juan L. Ortiz, (UNL / EDUNER). Coordina talleres de escritura
y lleva adelante el blog Música Rara.
IMÁGENES: Irene Gruss y Mario Nosotti.
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