EL TROTE CORTO
TAMBIÉN LOS HOMBRES ESTÁN PASTANDO
La historia
se mina de caballos:
son los
hombres, van hacia el campo
con las
manos enterradas en las crines
negras de
sus yeguas. Los niños
desde el
cerco seguro
de los
alambrados los ven ir
se preguntan
qué les dan
los caballos
que ellos no pueden darles.
Crecen de
golpe los niños sin saber
que los
hombres galopan rápido por el apuro
de morirse
antes que todos los demás,
que sólo el
campo y su distancia
logran
separarlos de la carga doméstica
rescatarlos
por un instante
de la
familia con su peso manso,
de la
tragedia de su civilidad.
EL TROTE
CORTO
La noche cae rápida:
el tiempo de las flores es otro
el invierno tiene una luz leve.
¿Hay en la oscuridad
de los días cortos algún brillo?
El frío empuña su cuchillo
el acero filoso de sus ritos
alrededor de la mesa donde
reunida a veces
la familia es capaz de una luz
buena.
Hay también oscuridades que
titilan
los días cortos no son pura noche:
el resplandor débil
donde la bondad aparece los
alumbra.
Sus vidas coinciden con el
bosque
donde descansan en la noche
los caballos de la jornada y su
carrera.
Duermen hasta que con el canto
de los gallos la familia recobra
el trote corto de sus días.
Y vuelven los caballos:
su carga, su montura, su nombre.
Cualquier designación, ¡su
especie!
para ser de vuelta zainos, payos
o moteados.
LA TROPILLA
Al borde de la noche, el olor de la leña sube
denso y peligroso por las
paredes de la casa.
La familia se hace endeble y la prudencia
en el corcoveo de antes
de dormir, en esa
pequeña lucha por no perder la
conciencia,
Ie toma la mano, al final
todos avanzan hacia las nubes
altas.
La luna se mueve lenta pero el
ruido
de los cascos cuando golpea está
perfectamente vivo.
Siempre hay uno más veloz, el
primer
caballo que en la tropilla marca
un paso
imposible de seguir.
Los caballos avanzan por el
paisaje
rápidos si los sueltan sus
jinetes
porque saben el camino de
vuelta.
Los niños al crecer
hacen el mismo movimiento:
van hacia la espesura
de la vida como si volvieran.
El bosque trepa por la ropa de
cama o cambia
el galope ingenuo de un sueño
por otro.
Para llegar a la mañana, los
niños
montan a pelo los caballos más
mansos.
El cuerpo pegado al animal forma
una única figura que intenta
alcanzar de nuevo la tierra. Es un sueño.
El menor dice: ‘vamos hasta las piedras.’
Pero el miedo lo arrima
al lomo oscuro, a la misma
noche de la que partió.
La conversación entre hermanos
se disuelve
como un agua liviana o se demora
en la forma de una imagen, o
dos:
los caballos, el olor de las
crines,
la velocidad de la tropilla.
Para ellos la confianza consiste
en dejar que los caballos los
lleven
aquí o allá, como una brújula o
como un río.
(De: “El
libro de los caballitos”, Caleta
Olivia, 2020)
Valeria
Meiller (Azul, Provincia de Buenos Aires, 1985). Vive en Nueva York.
Pueden LEER
toda la biografía en una entrada anterior de la autora.
(De: “El
libro de los caballitos”,
No hay comentarios:
Publicar un comentario