Poetas ensayando
La
experiencia de lo provisorio
sobre
la serie Zen I, II, III, IV,
Alberto Silva (Bajo La Luna)
Zen I / Zen II (2012)
No
es sencillo abordar discursivamente un fenómeno múltiple, potencialmente extraño
a nuestros paradigmas como es el caso del Zen. No al menos sin caer en lo codificable o en la asimilación al
supermercado de experiencias propio de la cultura occidental. Es este el
desafío que enfrenta Alberto Silva -poeta, traductor, especialista en temas
japoneses- el de constituir un método para poder dar cuenta de un objeto que
por su calidad de inaprensible, su vacío pregnante, ha
sido germen de infinidad de explicaciones, usos y distorsiones. Y para eso, la
mirada del autor encuentra un “entre”: por un lado su experiencia personal, su
práctica del Zen, y por otro su formación como sociólogo que le hace aprovechar
categorías propias de nuestro pensamiento.
El
presente trabajo consta de cuatro volúmenes. Los dos primeros, Zen I Ruta hacia Occidente, y Zen II
¿qué decimos cuando decimos experiencia?
A
Silva le interesa pensar el discurrir del Zen como fenómeno histórico y
cultural para escuchar de qué forma nos habla a nosotros —occidentales siglo
XXI— y para qué puede servirnos. Y la hipótesis es que su influencia puede ser
decisiva en la transformación radical del individuo y de la sociedad.
El camino del zen
De movida el autor nos invita a dejar en suspenso todo lo que creemos saber sobre Zen -vulgata que incluiría ser rama del budismo, filosofía
japonesa, forma de meditación o de control mental y sello estético, entre
otras- para de esta manera aventurarse a descubrir su propia lógica. Silva se
ajustará a tratar una forma concreta del Zen, aquélla que florece en Japón a
partir del SXIII de la mano del maestro Dôgen, el fundador de la escuela Soto.
Así, el primer volumen da cuenta de la progresión histórica del Zen - una
compleja amalgama de elementos procedentes de la tradición India, China y Tibetana- en su camino “desilachado y disperso”- hacia
el Occidente actual.
A
contramano del consabido y aparentemente inevitable proceso de
occidentalización, interesa indagar en la penetración que lenta y sin
aspavientos se da desde hace un siglo desde Oriente a esta parte. El Zen sería
un aporte decisivo en el proceso de la actual “revolución metafísica” de la que
habla el filósofo alemán Peter
Sloterdijk,
revolución que parte del legado de pensadores como Nietzsche, Bergson, Freud y Heiddeger, propulsores de un pensar al margen del idealismo y la subjetividad, y críticos del ego metafísico. Y es a través de la lengua
alemana y del sustrato fértil de la obra de Heiddegger que el Zen emprende su trasvase a Occidente, un proceso que aún continua.
Un Zen que piensa
Para una buena parte de la filosofía occidental la cuestión de la experiencia es cuando menos un
asunto espinoso. Silva encuentra en una distinción de la filosofía antigua por
un lado, un pensamiento de la abstracción (concepto de skolé) y por otro, un pensar que
surge de un estilo de vida (háiersis) -la base para hacer hablar al Zen. Porque para Dôgen, el Zen es
básicamente un acontecimiento: zazen (sentarse, atento a la respiración para, en el mejor de los casos, sin buscarlo, arrancarse
de si). El Zen acepta ser fuente de conocimiento a condición de que el
mismo esté constantemente resignificándose en la práctica. A través de ese
hacer es que transforma nuestro “modus vivendi”
Y
es aquí donde Silva abre una veta poco habitual en este tipo de estudios. Más
que pensar el Zen como experiencia -inevitablemente irreductible y opaca- nos
propone “experimentar un Zen capaz de destilar un pensamiento”. En este
sentido, su propuesta es casi una propedéutica. La práctica de Zen confluiría
en un tipo de discurso capaz de devolver al lenguaje gastado su condición de
“palabra viva”. Varias veces el autor se refiere a esas “hebras de lenguaje”,
como restos latentes que la marea del Zen deja sobre la playa.
La
pregunta de fondo es, como bien advierte Silva ¿cómo se relaciona la dupla
experiencia-palabra? “El zen busca continuamente releer toda versión
convencional del mundo e incluso de sí mismo, a fin de orientarse cada vez
hacia una elocución intempestiva de sí”. Como pensamiento -siempre trenzado en
su práctica, zazen- constituye un discurso donde lo que se ha dicho está
siempre migrando hacia lo por decir. Dôgen lo expresa así: “Zen es pensar, no
pensar y sin pensar”. Una práctica que genera un discurso que a la vez se
disuelve en la práctica para emerger inédito de esta. Y para hacer hablar a
este ejercicio, modesto, pero de resonancias incalculables, es claro que los recursos
normales no alcancen. Por eso muchos de los interlocutores de Silva en este
ensayo son poetas -Philip Larkin, Rilke, J. L Ortiz, Nicanor Parra- y por eso es que él mismo es
un fino traductor de esa poesía extrema, el haiku, forma que aspira a captar lo instantáneo y
nombrar la experiencia sin sujeto de la que habló Bataille.
Para
cerrar quizás sirva aclarar que el Zen no se resiste a la teoría; solo sonríe
un poco cuando el discurso explicativo amenaza borrar la sed de una
insistencia.
Zen III / Zen IV (2014)
Allá
por los años 80, en una columna semanal que tenía en una radio de Barcelona,
Silva disponía de sesenta segundos para hablar de algún tema relacionado con la
cultura japonesa: “Si tuviera que decir en un minuto qué es el Zen diría lo que Dógen: Zen es zazen”. Zen es un pensar y un
comprender, y zazen una práctica, vinculados de aquí para allá. Zen es solo en
caso de Zazen, y el pensamiento, el discurso, la cultura y el arte del Japón a
partir del siglo XIII en adelante tiene que ver con esa experiencia. Ahí me
callaría yo”.
Sin
embargo, dar cuenta de ese acto sencillo y radical le traccionó al autor
escribir cuatro libros —una obra única por su exhaustividad y variedad de
abordajes- de los cuales acaban de salir los dos últimos que completan la
serie.
Para
Dôgen (el maestro que inició la escuela soto, en el SXII) “estudiarse a sí
mismo es olvidarse de sí mismo”. Y para demostrar qué significa que el Zen ocurre
en el cuerpo y con el cuerpo, Silva acomete en este tercer tomo (Zensualidad) una especie de historia Japonesa del cuerpo que toma seis de sus
iconografía básicas, desde el siglo XI hasta la actualidad: la dama de corte,
el samurái, el haijin, la geisha, el
burgués y el asalariado contemporáneo, desentrañando cuál es la relación de una
cultura con el cuerpo y de qué forma el Zen amparó o criticó esas formas como
más libres o aherrojadas. Cabe aclarar que cuando Dôgen habla del cuerpo, habla
de anatomía, entendimiento, emoción y lenguaje -nada más alejado de la “cárcel
del alma” platónica-. El Zen crea ese tiempo condicional capaz destituir el uso
convencional del cuerpo y ayudar a liberarlo.
Es
sabido que el Zen ama lo provisorio. Su símbolo más conocido es un círculo
imperfecto, que no cierra. Esto, lejos de convertirse en desazón, en desamparo,
es lo que lo mantiene constantemente renovado. El zen puede ayudar a la persona
a estimarse a sí misma como provisoria, sin lamentar que todo lo que vivimos
sea provisional. Vivir desde la experiencia del zazen significa que el lenguaje
no es definitivo. Su práctica es capaz de generar un intercambio en busca de
esas “palabras nuevas” que la experiencia “reclama para sí”. De eso trata el
cuarto tomo de la serie, El oficio de vivir -en alusión al libro de
Cesare Pavese-, volumen colectivo donde dialogan
poemas, citas de filósofos y anécdotas personales y en donde seis o siete
practicantes van triturando términos en busca de dar cuerpo a esa experiencia,
así como los árboles dibujan su postura adaptándose al medio en que les toca
vivir.
(Del libro: “Sombras
bajo la lámpara”
de aceite”;
Borde perdido editora,2020)
Mario Nosotti (San Fernando, provincia de Buenos Aires, 1966)
Alberto Silva (Buenos Aires, 1943)
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