Cuando era un niño, mi padre, todas las mañanas…
Algunas mañanas, durante un tiempo, cuando yo tenía unos diez años
……………más o menos,
Mi padre le daba a mi madre una droga que se llamaba antabus.
Te hacía vomitar cada que vez que tomabas alcohol.
Eran unas pequeñas pastillas amarillas. Él las picaba
En un vaso, disolviéndolas en agua, después le alcanzaba
A mi madre el vaso, y la observaba de cerca mientras se lo tomaba.
Esto fue hacia finales de los cuarenta, un tiempo,
Un mundo social, donde los hombres se levantaban
Para ir al trabajo, dejando a las mujeres con los niños.
Él me hacía un guiño, a la manera en que se hacían los guiños
……………a finales de los cuarenta,
Y yo la observaba de cerca para que no pudiera “zafarse”,
Ni “hacernos una jugarreta” a un par de tipos astutos como nosotros dos.
Cuando escucho esas mismas expresiones en las viejas películas
……………mi mente comienza a desvariar.
La razón por la que mi padre picaba tan finamente los medicamentos
Era que aquellas pastillas podían esconderse debajo de la lengua,
Para luego escupirlas. La razón para que este ritual
Ocurriera tan temprano en las mañanas, –o eso me informaban,
Y yo sabía que era cierto– era que ella, si quería, podía inducir el vómito,
Así que había que vigilarla mientras el organismo
Absorbía toda la droga. Es muy difícil reproducir en estos versos
El ritmo de aquella escena. Él picaba dos pastillas
Esparciendo el polvo sobre el vaso de agua,
Después se lo acercaba a ella, después la observaba mientras tomaba el vaso.
En mi recuerdo él tiene un traje gris de Herringbone,
Y una camisa blanca que ella misma había planchado.
Algunas mañanas, igual que en los cómics que leíamos,
En los que Dagwood salía muy temprano para tranquilizar
Al Señor Dithers, dejándole a Blondie los restos de una
Tostada y los riachuelos amarillos del huevo
Que ella tendría que limpiar,
antes de irse de compras con Trixie, la vecina
en lo que el Comic llamaba un frenesí de compras-,
Mi padre tomaba uno de los primeros buses, encargándome
A mí de la vigilancia. “Échale un ojo a mamá, socio”.
¿Conoces ese pasaje de La Eneida? Un hombre parte de
La ciudad incendiada con su padre sobre los hombros,
Llevando a su pequeño hijo de la mano.
Se abre camino entre los tapices en llamas
Y las columnas que caen, mientras el profeta ciego,
Levantando los brazos hacia el cielo, aúlla desde el interior:
“Ha caído la gran Troya. La gran Troya no existe más”.
Tumbada sobre su bata, arrepentida y obediente,
Mi madre en el mesón de la cocina sufría arcadas y bebía,
Bebía y sufría arcadas. De alguna parte tuvimos que aprender
Nuestra primera idea moral sobre el mundo,
De alguna parte la justicia y el poder, el género y el orden de las cosas.
Robert Hass (San Francisco, E.E.U.U., 1941)
(Traducción: Roberto Espinosa)
Pueden LEER la biografía en una entrada anterior del autor
(Nota del administrador)
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