El costo de la vida
(Ningún centavo es tímido ni temido)
Las piedras pasan por premio,
alto el talión, la teluria del lar.
Vale el bronce cuanto él sería,
el hastío de estar cada instante.
Soplo de loas en un año plano,
es lo que supo empezar recién.
Los jubones suben avizorando
hasta de las almas hablar y del
verbo que a su voz aborrecían.
Ni qué decir: nada no fue todo
y el dinero es un mal menor (e
igual pasan cosas de ésas que
hasta ayer sabían soñar cerca).
Manejan los ricos un auto
de fe, la pobreza no aparta
la paja del trigal, pasa con ese
éxito que costaría creer.
A tales paisajes juntos, ni la
posibilidad podrá alcanzarlos.
Vuela como ave a cualquiera
aunque la luna quedara lejos.
(Es duración ante una cima y
ésta para quitarla de encima.)
Dura el árbol, la voluntad de
quedarse quieto cambia hoy
de lugares como mañana no.
Algo será más verde por ver
la verdad de las cosas ciertas
hasta cuando serán similares,
algo que pudiera darle al día
otro aprendizaje para atrapar
con los precios sorprendidos.
¡Cuánto cuesta la semejanza,
qué caro será el pensamiento
subiendo hasta donde está!
Mientras tanto, el tiempo
de la respuesta piensa en
seguir a Icaro acariciando
la moneda tibia por nativa.
Sube el ave fiel, un cóndor
duerme más veloz que este.
La altura en tela de juicio:
las alfombras voladoras
están por las nubes y elige
al jilguero alguien de lejos.
A quiénes, ¿por fin creerles?
Ya mirar cuesta un ojo de la
cara pero la caridad también.
(Haz de heces decididas con
que la dura noria perdura por
el perdón de los apercibidos
cambiándole el óbolo a todo.)
Escena de salvedad necesaria:
en el encuentro que atraviesa
el viento caben el color de los
perfumes y la puerta de atrás.
Trae al método donosura, cara
de haber tan mal embalsamado
menos alma cuando dan ganas
cuantas caben: sirve el samsara
a la modalidad, nada por hacer.
Sigue el miedo en la costumbre
y la inmensa mirada termina en
enmienda, manera del aspirante.
Toca el tiempo a la piel dormida,
fechas, esa forma de contar horas.
Al alba devuelve la vida su valor
arrepentido, la brisa abreviada de
los veneros cada vez que viniera.
Diríase, glosa usual de las usuras.
(Del libro: El cutis patrio, Mansalva, 2009)
Eduardo Espina (Montevideo, Uruguay,
1954)
(Del libro: El cutis patrio,
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