Resurge el sueño del padre Flanagan. Los Estados Unidos le habían gritado al mundo, desde un rinconcito de Nebraska, donde dominaba Liliput: no hay niños malos, sólo les falta un hogar. Y aquella sorprendente «Boys Town» que se abrió para los niños fue la afirmación gloriosa de lo que parecía un sentimentalismo anacrónico. Y fue, todavía más, el crisol donde los niños se enfrentaron, alma contra alma, en primitiva simplicidad, borrando todo lo que la civilización había aconsejado como indispensable: los prejuicios de raza, de religión, y el odio, el gran odio que nace magnífico en el individualismo cultivado y muere humillado al sonar la primera sirena. Los niños del padre Flanagan nunca desearán la guerra.
Resurge el sueño del padre Flanagan. En un rincón del Brasil, a lo largo de una
carretera, cinco mil chiquillas se instalarán en casas, en verdaderas casas, cubiertas,divididas en cuartos y salas… Y seguramente en su primera noche a cubierto, cinco mil chiquillas no podrán dormir. En la oscuridad de sus cuartos las miles de cabecitas que no pudieron entender la razón de su anterior abandono procurarán descubrir a cambio de qué se les da una casa, una cama y comida.
Cuando recibían caridad, recibían también un poco de humillación y de desprecio. No dejaba de ser bueno, porque no debían nada a nadie y se sentían muy libres. Libres para el odio. Pero en las casas donde ahora encuentran acomodo, casas limpias, con horas marcadas para la comida y la cena, con ropa y libros, son tratadas con naturalidad, con buen humor…
Las cinco mil chiquillas sufrirán en la duda algunos días, desconfiadas y ariscas.
Apenas saben, las niñas de Darcy Vargas, que inician la vida ante el sentimiento más raro en este mundo: el de la bondad pura, que no pide y sólo da.
La «Ciudad de las muchachas» no es propaganda para turistas. Esta es la realidad más seria y más emocionante. Nacerá inteligente y organizada. Será una escuela de mujeres. Lo que la criminología, la sociología y la psicología han investigado y afirmado en el mundo científico será ahora aplicado al terreno práctico. En una entrevista, la señora Darcy Vargas remarca que no es sólo casa y comida lo que esas niñas recibirán. Será, en cambio, y sobre todo, el ambiente, el hogar. Su preocupación por no construir uno de aquellos caserones inmensos como internados, que se grabaría en la memoria de sus habitantes como una penitenciaría, obedece a esta orientación. En los centenares de casas, simples y alegres, las niñas se desarrollarán sin promiscuidad, como en una pequeña familia. La educación física, profesional y artística, proporcionará una base en la vida a las pequeñas ciudadanas y constituirá el peculio de las jóvenes en su entrada en la vida. Serán admitidas con una edad máxima de ocho años, cuando todavía una vida tranquila y ordenada pueda borrarles las marcas dejadas por el abandono y por el sufrimiento.
Florecerán tranquila y pacíficamente. Pero en el momento de decir adiós a la
«Ciudad» sabrán por fin que realmente se les daba tanto a cambio de algo. Brasil,
América, el Mundo necesitan niños felices. Ellas ríen. Creen. Aman. Las jóvenes
sabrán, entonces, que se espera de ellas que cumplan con el serio deber de ser felices.
(Redactado para la Agência Nacional)
Clarice Lispector (Ucrania, 1920; Brasil, Río de Janeiro. 1977)
(Traducción: Elena Losada)
Puede LEER la biografía en entrada anterior de la autora (N.del A.)
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