Carta de invierno
La lámpara permanece siempre encendida. A medianoche
a través de la pared mi padre pregunta: ¿despierta aun?
Yo respondo con voz ahogada: no puedo dormir.
A veces lo veo sentado en el centro del cuarto,
con lágrimas en las mejillas. Hace dos días
se acordó de ir al peluquero. Nuestras cosas irán
mejorando, sin duda; las zanahorias ya están en el mercado.
Contemplaba el vacío ella, casi sin aire, resignada ya.
Fue dos días antes de su muerte cuando me escribiste.
Estos días trabajo con más diligencia, mi concepto
ha mejorado, tal vez me aumentarán el sueldo.
Cuando vengas te llevaré a la orilla del río;
las noches de verano con frecuencia andaba sola ahí,
en la oscuridad ni se me ocurría pensar en vos.
“La luna brillante surge sobre el monte Tian
en medio de un vasto océano de nubes.”
Sentía una especie de paz, me daba fuerza para tender
los brazos al vacío. Entre vos y yo se extiende
un invierno largo y desierto. Cuando yo no estoy,
vos cortás leña, regás la huerta, ordenás las entradas
del último mes de tu diario. Cuando vos no estás,
yo leo Gide una y otra vez, las puntas de los dedos heladas,
absorta frente al escritorio cubierto de polvo.
Esas montañas empinadas, en el aire seco y frío,
¿estarán también, como nosotros, en paz y sin dolor?
Vivimos en una buhardilla gris
Vivimos en una buhardilla gris
A la mañana leemos poemas tristes
porque el sol está a punto de devorar
esta ciudad frenética, la oscuridad
que nos pertenece está por abandonar
la tierra seca. El río mismo brilla, el río
nos abandona. Nos escondemos detrás de las cortinas
y nos estrujamos las manos, con fuerza, fuerza.
Mirá, los labios ya están blancos,
el sol va brillar sobre nuestros cuerpos
en cualquier momento. Leemos
poemas tristes, cerramos los ojos.
Vivimos en una buhardilla gris.
Al mediodía leemos poemas dolorosos.
El dolor está encerrado bajo el techo, abre
la boca grande porque no encuentra su sombra,
se hace un ovillo. Nos odiamos
como si nunca nos hubiéramos querido.
Vos y yo, cada uno rasga sus propias
vestiduras, cada uno se hunde
en su mecedora, busca razones
sucias en la piel ajena, da vuelta
la cara, esquivando la mirada.
Vivimos en una buhardilla gris.
A la tarde, leemos poemas incoherentes.
El cuerpo está fatigado ya, el lenguaje
no tiene sentido. Nos mecemos mutuamente
en nuestras mecedoras, no hay ganas de hacer el amor.
Cómprame un frasquito de almíbar, amor,
por favor. Por favor no, no seas
así, amor. ¿No sigue corriendo el río
bajo la ventana? La noche se acerca.
Nuestro pequeño frasco de almíbar
se rompe antes de tener visión de sí mismo.
Ma Yan
(Del libro homónimo: 150
poetas chinos contemporáneos,
Gog y Magog, 2023)
(Traducción, selección y biografías:
Miguel Ángel Petrecca)
Ma Yan es una poeta nacida en Chengdu, provincia de Sichuan, en 1979, y muerta en Shanghai en 2010. Durante su vida publicó, editados por ella misma, un libro de poemas y otro de ensayos. En 2012, sus poemas reunidos, editados por el poeta Leng Shuang, fueron publicados por la conocida Xin Xing Chubanshe (New Star Press). Es una de las poetas más importantes de su generación y una de las más influyentes en los poetas de las nuevas generaciones.
IMAGEN: fotografía de Kdshutterman.
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