EL JARDINERO
Aprendí con mi abuelo a plantar árboles.
“Los sauces necesitan
más agua, Andrés, que vos,
y sus raíces
al principio no son
demasiado profundas.
A veces crecen rápido
y otras veces se estancan en la tierra,
asustados del aire.”
Hoy no existe ni abuelo
ni país, pero queda
este sauce encorvado al que, me digo,
Andrés, hay que cuidar,
estas raíces frágiles,
este miedo a la altura de la vida.
No sé por qué persigo la bisagra
y entre los dos destinos de una cuerda
me instalo en la zona tirante
como si cada pie tuviese
un plan opuesto ¿cuál
llegará antes? qué tarea
ir mientras voy volviendo
quedarme cuando acabo de salir
ROTACIÓN DE LOS CUERPOS
Rotación de los cuerpos:
describen en la cama
órbitas mientras duermen,
se alternan, se aproximan
respirando por ciclos
en su quietud volante,
buscan agua en los pozos
de una arena posible,
la pisan, dejan huella
cuando mueven los pies.
¿Hacia dónde caminan?
Quizás avanzan juntos
en sueños paralelos
y sus lunas coinciden
y por azar se esquivan
y prosiguen girando
hasta que un cuerpo roza
el contorno del otro.
Y no hay choque ni eclipse
sino luz y regreso
a la tierra sin orden
donde ocurre el milagro.
No sé por qué venero la pornografía
esta mansa costumbre del salvajismo ajeno
cuando contemplo el placer de los otros
mi parte fugitiva se complace
espiando al que no soy
fornicando sin mí
veo reflejos
perversiones caseras
feliz de estar aquí con nadie
PLEGARIA DEL QUE ATERRIZA
Cielo yo que no creo que en ti floten mensajes
y que leo en el alma (y digo alma)
cómo nada más alto nos protege
que el placer, la conciencia y la alegría,
yo te prometo, cielo, si aterrizamos sanos,
que guardaré este miedo que hace temblar mi pulso
mientras escribo en manos de la furia del aire.
Lo guardaré, si llego, no para fabular
razones superiores ni para desafiarlas
sino por recordarte siempre, cielo,
liso, llano y azul como ahora te alcanzo,
hermoso, intrascendente, un simple gas que agita
la luz y me conmueve
como sólo un viajero transitorio,
como sólo un mortal puede saberlo.
LA OTRA VÍA
El ciclo de la piedra
La piedra que reposa sobre tierra.
La tierra que agitada lanza al aire
una piedra distinta, voladora.
El pájaro ligero que en trayecto
gris hacia el horizonte cae al mar,
y sumado a la vida se confunde
con la larga promesa de las olas.
Promesa libre que -adelante el tiempo
y adelante el azar- trae una piedra
inquieta y nadadora hacia la orilla.
El niño que asombrado por lo simple,
bajo el destello anónimo del cielo,
la devuelve al vacío, donde aguarda el poema.
(Del libro homónimo,
Antología poética 2000-2020,
Caleta Olivia,2024
Andrés Neuman
Andrés Neuman (1977) nació y pasó su infancia en Buenos Aires. Hijo de músicos argentinos exiliados, trabajó como profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Granada. Es autor de poemarios como El tobogán, Mística abajo, No sé por qué, Patio de locos, Vivir de oído o Isla con madre, muchos de ellos inéditos en Argentina. Recibió los premios Federico García Lorca, Antonio Carvajal e Hiperión de Poesía. Fue Finalista del Premio Herralde con su primera novela, Bariloche, a la que le siguieron La vida en las ventanas, Una vez Argentina, El viajero del siglo (Premio Alfaguara y Premio de la Crítica), Hablar solos, Fractura g Umbilical. Ha publicado libros de cuentos como Alumbramiento o Hacerse el muerto; el diccionario satírico Barbarismos; el diario de viaje por Latinoamérica Cómo viajar sin ver; y el tratado sobre cuerpos no canónicos Anatomía sensible. Obtuvo el Firecracker Award, otorgado por la comunidad de revistas, editoriales independientes y librerías de EEUU, y la Mención Especial del Independent Foreign Fiction Prize. Formó parte de la lista Bogotá-39 y fue seleccionado por la revista británica Granta entre los mejores nuevos narradores en español. Sus libros están traducidos a más de veinte lenguas.

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