Trabajar cansa
Cruzar una calle para escapar de casa
lo hace sólo un muchacho, pero este hombre que vaga
todo el día por la calle ya no es más un muchacho
y no escapa de casa.
Hay en verano
siestas en que hasta las plazas quedan vacías, tendidas
bajo el sol que está por caer, y este hombre, que llega
por una avenida de inútiles plantas, se detiene.
¿Vale la pena estar solo, para estar siempre más solo?
Solamente vagar, las plazas y las calles
están vacías. Hace falta parar a una mujer
y hablarle y pedirle vivir juntos.
De otro modo, uno habla solo. Es por esto que a veces
hay un borracho nocturno que comienza a parlotear
y cuenta los proyectos de toda la vida.
No es cierto que esperando en la plaza desierta
se encuentra a alguno, pero el que recorre las calles
se para cada tanto. Si fueran dos,
aun andando por la calle, la casa estaría
donde estuviese esa mujer y valdría la pena.
A la noche, la plaza vuelve a estar desierta
y este hombre que pasa no ve las casas
tras las inútiles luces, no levanta ya los ojos:
siente sólo el empedrado que hicieron otros hombres,
de manos endurecidas como las suyas.
No es justo quedar en la plaza desierta.
Vendrá ciertamente aquella mujer por la calle
que, si uno le pide, querrá dar una mano en la casa.
La noche
Pero la noche ventosa, la límpida noche
que el recuerdo rozaba solamente, es remota,
es un recuerdo. Perdura una calma atónita,
hecha, también ella, de hojas y de nada. No queda
de aquel tiempo de más allá del recuerdo más que un vago
recordar.
A veces regresa en el día,
en la inmóvil luz del día de verano,
aquel remoto estupor.
Por la vacía ventana
el chico miraba la noche sobre las colinas
frescas y negras, y se admiraba de encontrarlas muertas:
vaga y límpida inmovilidad. Entre las hojas
que retrocedían en la oscuridad, aparecían las colinas
donde todas las cosas del día, los declives
y las plantas y las viñas, eran nítidas y muertas,
y la vida era otra, de viento, de cielo,
y de hojas y de nada.
A veces regresa
en la inmóvil calma del día el recuerdo
de aquel vivir absorto, en la luz atónita.
Gente fuera de lugar
Demasiado mar. Ya hemos visto suficiente mar.
Al atardecer, cuando el agua se extiende pálida
y esfumada en la nada, el amigo la mira
y yo miro al amigo y no habla ninguno.
A la noche terminamos recluidos en el fondo de una taberna,
aislados en el humo, y bebemos. El amigo tiene sus sueños
(son un poco monótonos los sueños junto al rumor del mar),
donde el agua es no más que el espejo, entre una isla y otra,
de colinas, jaspeadas de flores salvajes y cascadas.
Su vino es así. Se contempla, mirando el vaso,
alzando colinas de verde sobre el mar plano.
Las colinas me van; y lo dejo hablar del mar
porque es un agua tan clara que muestra hasta las piedras.
Veo solo colinas y me colman el cielo y la tierra
con las líneas firmes de los flancos, lejanas o cercanas.
Sólo que las mías son ásperas y estriadas de viñas
fatigosas en el suelo quemado. El amigo las acepta
y las quiere vestir de flores y de frutos salvajes
para descubrirles riendo muchachas más desnudas que los frutos.
No es preciso: en mis sueños más ásperos no falta una sonrisa.
Si mañana temprano nos ponemos en camino
hacia aquellas colinas, podremos encontrar por las viñas
alguna oscura muchacha, quemada por el sol,
y, dándole charla, comerle un poco de uva.
Tienes rostro de piedra esculpida,
sangre de tierra dura,
has venido del mar.
Todo recibes y escrutas
y rechazas de ti
como el mar. En el corazón
tienes silencio, palabras
engullidas. Eres oscura.
Para ti el alba es silencio.
Y eres como las voces
de la tierra —el golpe
del balde en el pozo,
la canción del fuego,
el ruido sordo de una manzana;
las palabras resignadas
y oscuras en los umbrales,
el grito del nene —las cosas
que no suceden nunca.
Tú no cambias. Eres oscura.
Eres la bodega cerrada,
con piso de tierra
donde entró una vez
descalzo el chico
y que recuerda siempre.
Eres la habitación oscura
que se recuerda siempre,
como el patio antiguo
en que se abría el alba.
Luces mudas alhajan de noche
los collares, en las avenidas, de las farolas.
La larga, macerante soledad
del día vil entre las altísimas casas
se reaviva con toda mi sangre
y se pega a mis ojos hasta el cielo.
Luces blancas, en las avenidas de vértigo,
se extienden lejos, sin un sonido,
sin un ser vivo.
Estoy solo en medio del universo
de todas estas luces.
Por todos lados sube en las avenidas
el polvo azulino.
Los recuerdos más viles
callan por un momento.
Y el cielo deslumbrado, desaparece.
Mañana, bajo el suicidio del sol,
retomará la vida solitaria.
(Del libro "Poesía completa",
Barnacle, 2025,
Gentileza de Alberto Cisnero)
Cesare Pavese (Italia, San Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950)
(Traducción: Jorge Aulicino)
LAVORARE STANCA
Traversare una strada per scappare di casa
lo fa solo un ragazzo, ma quest'uomo che gira
tutto il giorno le strade, non è più un ragazzo
e non scappa di casa.
Ci sono d'estate
pomeriggi chefino le piazze son vuote, distese
sotto il sole che sta per calare, e quest'uomo, che giunge
per un viale d'inutili piante, siferma.
Val la pena esser solo, per essere sempre più solo?
Solamente girarle, le piazze e le strade
sono vuote. Bisogna fermare una donna
e parlarle e deciderla a vivere insieme.
Altrimenti, uno parla da solo. è questo che a volte
c'è lo sbronzo notturno che attacca discorsi
e racconta iprogetti di tutta la vita.
Non è certo attendendo nella piazza deserta
che s'incontra qualcuno, ma chi gira le strade
si sofferma ogni tanto. Se fossero in due,
anche andando per strada, la casa sarebbe
dove c’è quella donna e varrebbe la pena.
Nella notte la piazza ritorna deserta
e quest'uomo, che passa, non vede le case
tra le inutili luci, non leva più gli occhi:
sente solo il selciato, che han fatto altri uomini
dalle mani indurite, come sono le sue.
Non è giusto restare sulla piazza deserta.
Ci sarà certamente quella donna per strada
che, pregata, vorrebbe dar mano alla casa.
LA NOTTE
Ma la notte ventosa, la limpida notte
che il ricordo sfiorava soltanto, è remota
è un ricordo. Perdura una calma stupita
fatta anchessa di foglie e di nulla. Non resta
di quel tempo di là dai ricordi, che un vago
ricordare.
Talvolta ritorna nel giorno
nell immobile luce del giorno d'estate
quel remoto stupore.
Por la vuota finestra
il bambino guardava la notte sui colli
freschi e neri, e stupiva di trovarli ammassati:
vaga e limpida immobilità. Fra le foglie
che stormivano al buio, apparivano i colli
dove tutte le cose del giorno, le coste
e le piante e le vigne, eran nitide e morte
e la vita era unàltra, di vento, di cielo,
e di foglie e di nulla.
Talvolta ritorna
nell immobile calma del giorno il ricordo
di quel vivere assorto, nella luce stupita.
GENTE SPAESATA
Troppo mare. Ne abbiamo veduto abbastanza di mare.
Alla sera, che l’acqua si stende slavata
e sfumata nel nulla, l’amico la fissa
e io fisso l’amico e non parla nessuno.
Nottetempo finiamo a rinchiuderci in fondo a una tampa,
isolati nel fumo, e beviamo. L’amico ha i suoi sogni
( sono un poco monotoni i sogni allo scroscio del mare )
dove l’acqua non è che lo specchio, tra un’isola e l’altra,
di colline, screziate di fiori selvaggi e cascate.
Il suo vino è cosí. Si contempla, guardando il bicchiere,
a innalzare colline di verde sul piano del mare.
Le colline mi vanno; e lo lascio parlare del mare
perché è un’acqua ben chiara, che mostra persino le pietre.
Vedo solo colline e mi riempiono il cielo e la terra
con le linee sicure dei fianchi, lontane o vicine.
Solamente, le mie sono scabre, e striate di vigne
faticose sul suolo bruciato. L’amico le accetta
e le vuole vestire di fiori e di frutti selvaggi
per scoprirvi ridendo ragazze piú nude dei frutti.
Non occorre: ai miei sogni piú scabri non manca un sorriso.
Se domani sul presto saremo in cammino
verso quelle colline, potremo incontrar per le vigne
qualche scura ragazza, annerita di sole,
e, attaccando discorso, mangiarle un po’ d’uva.
Hai viso di pietra scolpita,
sangue di terra dura,
sei venuta dal mare.
Tutto accogli e scruti
e respingi da te
come il mare. Nel cuore
hai silenzio, hai parole
inghiottite. Sei buia.
Per te l’alba è silenzio.
E sei come le voci
della terra l’urto
della secchia nel pozzo,
la canzone del fuoco,
il tonfo di una mela;
le parole rassegnate
e cupe sulle soglie,
il grido del bimbo —le cose
che non passano mai.
Tu non muti. Sei buia.
Sei la cantina chiusa,
dal battuto di terra,
dov’è entrato una volta
ch’era scalzo il bambino,
e ci ripensa sempre.
Sei la camera buia
cui si ripensa sempre,
come al cortile antico
dove s’apriva l’alba.
Luci mute ingioiellano la notte
le collane, nei viali, dei lampioni.
La lunga macerante solitudine
del giorno vile tra le case altissime
si riaccende di tutto il mio sangue
e mi s’aderge agli occhi fino al cielo.
Luci bianche, nei viali di vertigine,
si snodano lontano e senza un suono,
senza un essere vivo.
Io sono solo in mezzo all’universo
di tutte queste luci.
Da ogni parte mi s’aprono nei viali
le polveri azzurrine.
I ricordi vilissimi
tacciono per un attimo.
Ed il cielo è abbagliato, scomparso.
Domani, sotto il suicidio del sole,
riprenderà la vita solitaria.
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