Para no morir uno empieza a escribir por la mañana
con un cigarrillo en la mano
y esa paciencia de absoluto
que nadie es capaz de ejecutar.
Nos queda la escritura y el silencio
para cuando llega la tarde
y el humo del cigarrillo en la piel,
y otro cigarrillo más.
Qué oscura es la ciudad cuando anochece,
pero su oscuridad nos muestra una certeza.
Ahora sabemos
que con buena voluntad también se muere
y que uno es capaz de morir como cualquiera.
Se deja la vida a medio hacer,
se piensa en todo aquello
que jamás sucedió
y a nadie importa.
A veces se pierde y está bien.
La inmortalidad es algo demasiado alto,
demasiado pesado, demasiado lejano.
A veces se pierde y está bien.
Estoy listo,
estoy listo.
Por lo menos,
habré intentado mis palabras para no morir.
Enrique Solinas (Buenos Aires, 1969)
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