La memoria es una isla de edición — dice
un pasante cualquiera, en un estilo nonchalant,
e inmediatamente apaga la tecla y también
el sentido de lo que quería decir.
Agotado el yo, queda el espanto del mundo no ser
llevado así de golpe.
Dónde y cómo almacenar el color de cada instante?
Qué trazo retener de la translúcida aurora?
Incinerar el leño seco de las amistades chamuscadas?
El perfume, quizás, de aquella rosa desvaída?
La vida no es una pantalla y jamás adquiere
el significado estricto
que se desea imprimir en ella.
Tampoco es una historia donde cada minucia
encierra una moraleja.
La vida está llena de sitios de desove, fiambres,
liquidaciones, quemas de archivos,
divisiones de captura,
supresiones de fragmentos, desapariciones de originales,
grupos de exterminio y fotogramas reventados.
Qué importa si las cenizas se enfrían
o si aún arden calientes
si no es seleccionada urna alguna adecuada,
sea griega sea bárbara,
para depositarlas?
Antes que el mañana se desplome aquí
aún hoy será olvidado lo que trae
la marca de agua de hoy.
Hienas aguardan en la emboscada del monte mientras
los perros de la fila del tiempo hacen un archipiélago
de hilachas del traje de la memoria.
Islotes. Imágenes en harapos de los días idos.
Numerosos cráteres de ozono.
Los lazos de familia vueltos lapsus.
Hueco y carie y cavidad y prótesis,
así el mundo va pariendo el difunto
de su sinopsis.
Sin ninguna explosión final.
Nulla dies sine linea. Ningún día sin un trazo.
Uno, sin nombre y con la voluntad aguada,
yergue este lema como una represa
anti-entropía.
Y los días se suceden y es firmada la intención
de transmutar todo veneno y óxido
en pedazo del paraíso. O viceversa.
El placer de estar a gusto,
como quien aprieta un botón de la mesa
de una isla de edición
y un dios irrumpe al final para rescatar el humano
fardo.
Corrigiendo:
el humano destino.
Waly Salomâo
Waly Salomâo. Escritor brasileño, nació en Jequié, Bahía, en 1943 y el 5 de mayo de 2003, a las 7 de la mañana, murió (de cáncer) en Río de Janeiro. Fue velado en la Biblioteca Nacional entre nenias y batucadas. Tenía 59 años. Poeta y letrista (trabajó con Caetano Veloso, Gilberto Gil, Moraes Moreira y Adriana Calcanhotto), intérprete y alquimista de las señales y desvíos que irradian las culturas, esteta voraz y verborrágico, amador de libros y de favelas, cifró su búsqueda en una palabra clave –travesía– y por eso fue un hábil constructor de puentes capaces de unir, con humor y sabiduría, “extremos” que a primera y torpe vista parecen inconciliables. Decía que “todo poeta debe creer que su lengua es reina y señora del mundo, de las montañas, las selvas y las ciudades, y por lo tanto no se puede someter a los postulados de los profesorcitos de literatura. El poeta tiene que ser el líder de la lengua y para eso debe trabajar el triple que cualquier profesor, que sólo se preocupa por sus horarios y espera la jubilación”. Como Oswald de Andrade –el más radical de los modernistas, el que puso a las vanguardias en sintonía con la literatura brasileña–, Waly se jactaba de ser un hombre sin profesión. Algunos de sus maestros: Walter Pater, Baltasar Gracián, San Juan de la Cruz. Creía que la tradición no debía ser canónica sino interna, íntima. Quería “sentir que Manuel Bandeira soy yo, que Carlos Drummond de Andrade soy yo, que Murilo Mendes soy yo. Que cada uno de ellos desciende en mí como un caballo desciende en el candomblé. Que mi cabeza, mi corazón, mis entrañas no se comprimen en una visión dogmática. Quiero ser un hombre de caminos múltiples, un heterodoxo. Amar lo que no soy”. Como su amigo (y primer lector e impulsor), el gran Hélio Oiticica, Waly se dejaba guiar por la idea de experimentar lo experimental. Con Hélio descubrió el parangolé y a propósito de Hélio escribió en 1992: “Sol, eje de convergencias y divergencias y contradicciones millonarias, nieto del mentor militante del movimiento anarquista Ação Direta. Hélio Oiticica en tanto vértice de un Brasil complicado, un Brasil complejo. Culpa y culpa y culpa y cárcel oscura y calabozo y mazmorra; herencia pesada de un Portugal inquisidor, de la pedagogía colonizadora jesuita y del estigmatizante espíritu de la contrarreforma. Brasil es un gigante semidormido del Atlántico Sur, signado por un abismo socioeconómico casi sin paralelo en la Tierra: un puñado de millonarios representa la pieza teatral ‘La vida en la isla de la prosperidad’... y una clase media cada vez más enjuta y una horda de miserables”. Un Brasil donde la muerte (que siempre actúa de la misma, imprevista manera) sorprendió al Navilouco Sailormoon en plena efusión pública: convocado por el ministro de Cultura de Lula, Gilberto Gil, dedicaba su energía volcánica a hacer de la Secretaría Nacional del Libro un organismo vivo. Un nuevo puente.En Verdad tropical, Caetano escribió: “La cara de Waly, su aire de seriedad dulce (el exacto opuesto a su personalidad habitual) quedó relacionada, para mí, con los momentos en que la frágil felicidad parecía posible”. La felicidad que Waly encarnaba, la de las Upanishads: “Cuando se obtiene felicidad se actúa. Pero antes es necesario desear conocer la felicidad”.
Teresa Arijón (Fragmento, de P/12- Radar, 15.06.03). Leer completo, aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario