HOTEL ROOM
Mi padre esperaba en el cuarto del hotel.
Yo me demoraba en una disquería de la esquina.
Era verano en nuestras vacaciones de hombres solos.
Cuando subí a la habitación, el viejo me dijo:
“Acaban de robarme, nos quedamos sin nada”.
Supe que no era verdad, porque mi padre
está muerto, y lo veía joven y flaco,
demasiado parecido a mí.
Así nos despedimos. En un sueño,
en un cuarto de hotel desconocido
demasiado parecido a mí.
BLUES DE LA CANILLA QUE GOTEA
Esto no es un tajo en el aire
ni un cuchillo que vuelve a la mano
que lo arroja. Esto no es un paquete
de frases, no es el blues de Santa Fe
y tampoco el de la lápida. Esto es una
canilla que gotea, los cueritos no aguantan
todos los plomeros se fueron, los dedos
estallan de tanto apretar el metal
de esa canilla que gotea y gotea.
No tengo la llave para hacer bajar
el sueño, sigue su lenta perforación
de la mente, y además afuera llueve,
y encima está oscuro porque todo
se apagó y quedó negro. La ceguera
me puede, tengo que oler el rastro
para volver, pero sólo hay olor a
cabeza quemada, a papeles muertos
que se pudren con el agua marrón
que babea de la canilla. Voy a perder
los ojos en la espera del amanecer,
se me van a caer por ahí, tal vez los
patee por accidente, y mientras tanto
debería afinar el oído para escuchar
algo distinto del goteo, percibir el canto
de un mosquito que recita alejandrinos,
las amenazas de una gata que destroza
las almohadas. Tendré la quinta caída
en el curso de la noche, y ahí voy a quedar,
nadie va a escuchar si digo algo, porque
el goteo gobierna el óxido de la oscuridad
en el verano, y aquí me quedo, a la pesca
de un túnel en el aire caliente.
DOS VERSIONES DE UN HOMBRE QUE FUMA
I
Un hombre fuma en la oscuridad.
Sólo un farol callejero lo ilumina. A lo lejos
un tren se deja oír.
Sólo fuma, no mira atrás ni adelante
ni al costado. Fuma y nada más.
Es un hombre que fuma en la oscuridad,
acompañado de un farol que tal vez se apague
y el ruido de un tren que se aleja.
II
Un hombre desnudo fuma en la oscuridad.
Sentado en su cama, pierde los ojos
en una luz vaga que entra por los ventanales.
Oye unos pasos alejarse por el corredor del edificio.
Escucha un ascensor que sube o baja.
Sólo es un hombre desnudo que fuma,
aplasta la colilla
y se apaga con las brasas.
INVITACIÓN
Lo que hasta ahora fue una flor
comienza a ser una cereza. Lo que fue
la palabra cereza, cae de la página y se convierte
en un fruto que rueda y se detiene
en los labios de los amantes. En secreto
lo muerden. En silencio atrasan los relojes
hasta la próxima estación.
Horacio Fiebelkorn (Argentina, La Plata, 1958)
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