miércoles, 26 de febrero de 2014

Pasa la vendedora de frutas...



















Pasa la vendedora de frutas.

Pasa y nombra delicias.
Al nombrarlas, me las anticipa.

Canto esa mano que las ofrece, 
y canto ese pequeño sol de mimbre 
donde ella trae frutas de la estación.

Naranjas, mandarinas, 
un racimo de uvas, 
una yunta de pinas, 
todo un año de frutas, 
la dulzura de un día.

Guarda el dinero de la venta
en un pañuelo y sigue,
cruza esta plaza del adiós
como quien cruza todas las plazas que recuerdo
y dice todos los adioses que no olvido.


Quisiera verla, de repente, 
sin saber si viene o se va. 
Quisiera creer que se queda 
por ser parte de este lugar.

Ya la veo en la calle.
Hay sombras que barren la acera.
Después, se barren a sí mismas.

Hay niños que juegan a ser viejos
y, sin embargo,
no hay juego más antiguo que ser niño.

Ella se aleja, sigue andando.

Yo veo en un instante
el haz radiante de los años.

Veo zapatos de mujer
en una marcha lenta, larga, larguísima.
Nunca termina de pasar el ayer.



Pasan los años perros callejeros 
Pasan los años borrachitos olvidados.

Un tiempo ya en muletas, ya vestido 
de veterano en uniforme militar, 
desfila, por supuesto, con tristeza.

Y nadie sabe cuántos años tiene 
un espectro de poncho y de cigarro.

Busco en este folclor de muertos
a la vendedora de frutas.
Tengo suerte, pues no la encuentro.

Pienso en el río que combate a la piedra
hasta dejarla sin aristas, indefensa,
sin puntas y sin filos, derrotada.
Cantemos hoy a quien resiste
y no le demos tanto valor a una metáfora.
Yo, por mi parte, canto a la vendedora de frutas.



Jacobo Rauskin (Paraguay, Villlarica, 1941)




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