martes, 9 de junio de 2015

EZRA POUND


Ya sabes que Ezra Pound fue declarado loco y traidor a su patria, los Estados Unidos. Loco y traidor, dos títulos de vieja y noble  leyenda en un mundo que ya no quiere leyendas; loco de tantas voces como llevaba dentro: las voces de los emperadores chinos, las voces del Cid y los suyos, la voz de Adams, la voz del hipocondríaco fascista Marinetti, la voz de Casanova llamándole desde su casa con vistas al Gran Canal. 
Gran codicia de todas las bellezas, de la sangre nublada del verano. 
Era verano, en Venecia, subí al vaporetto y me fui a la isla-cementerio de San Michel, la brisa en la cara, como un pañuelo de Dios. Italianos muertos con sus delirantes fotografías, las fechas, las tumbas, el recuerdo, las flores, gente muerta en la nada detenida y por la nada sostenida y yo lloré; un espectáculo celestial, eso es San Michel, sol sobre la muerte, sol de barro sobre el barro donde vive la muerte. 
Y allí busqué la tumba de Ezra Pound. Largos paseos por aquel cementerio en una mañana de fuego. 
Y me costó encontrar su tumba. 
La tumba de un hombre en una mañana en que otro hombre, sin ningún cometido, le busca para decirle algo. Me ayudé del consejo de los empleados del cementerio y tras un largo y errático paseo me encontré con una lápida de suelo muy parca en explicaciones. Sólo estaba el nombre y nada más: Ezra Pound. 
Acerqué mis labios a la tumba de Ezra Pound y le dije 

Ezra: La poesía ha muerto. Y la vida también. Y yo me largo,  
dejo esta mierda. 
Subí al vaporetto y me fui a la Fondamenta Nuove 
y en una terraza del Campo di S.S. Giovanni e Paolo, 
rodeado de turistas codiciosos de la luz adriática, 
me comí unos espagueti con gambas, calamar, pulpo y almejas, 
con mucho vino blanco, frío, bañado en una cubitera con hielo  
  grande,
mientras mi rostro se doraba bajo el maduro sol del cielo.



Manuel Vilas (Barbastro, España, 1962)



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