Del otro gran aventurero de la antigüedad y de la literatura, Odiseo, sabemos por buenas fuentes que se zambulló de lleno en la rutina cotidiana.
Después de vivir todas las aventuras que relata Homero (partir a
regañadientes de Ítaca hacia Troya, guerrear durante nueve años, lograr
finalmente con la argucia del caballo lo que no había logrado la valentía de
Aquiles ni la fuerza de Ayax – emprender luego el retorno a Ítaca pero esta vez
para demorarse otros nueve años por el camino con Sirenas, Cíclopes, comedores
de loto, Escila, Caribdis, el reino de los muertos, la ninfa Calipso, etc.), regresa
y con la ayuda de su hijo y unos pocos más, masacra a los pretendientes que
pretendían usurpar su trono y el uso de su esposa, tras lo cual aparentemente
vivieron felices y envejecieron en Ítaca.
Sin embargo, nos lo volvemos a encontrar veinte siglos después, en el
octavo círculo del infierno, en el canto XXVI de la Divina Comedia. Según el
testimonio del Dante, el eterno aventurero no puede ser atraído o retenido por
el amor de su familia, y sigue navegando los mares.
Nè
dolcezza di figlio, nè la pièta
Del veccio padre, nè´l
debito amore
Lo qual dovea Penelopè
far lieta,
Vincer poter dentro da me l´ardore
Ch´i´ebbi a divenir del
mondo esperto,
E delli vizi umani e del
valore
(Inf. XXVI 94-98)
Cruza el estrecho, según cierta tradición funda Lisboa, luego navega
casi cinco meses por el Atlántico, hasta llegar a avistar otro continente (que
según Dante es la montaña del Purgatorio), pero antes de llegar a tocar tierra,
su nave es engullida por las aguas.
Pero si ahora retrocedemos, esta vez unos 16 siglos, nos encontramos en
el libro diez de la República de
Platón con el relato de Er, un señor que, como el Dante, dicen que visitó el
más allá y vivió para contarla. En ese más allá que describe Er, no hay una
eternidad de Infierno, o Purgatorio y Paraíso, sino castigos y premios pero
luego reencarnación. Las almas esperan en burocráticas filas a que les sea
adjudicado un turno para elegir destino en su siguiente vida.
Una feliz coincidencia entre ambos viajeros a ultratumba, es que Er
también se encuentra con Odiseo. Pero la gran diferencia es que el Odiseo que
Er conoce, manifiesta que, después de su agitada vida de héroe homérico, no hay
nada que desearía más que la tranquila y anónima vida del más nondescript de los mortales.
Y resultó que
el alma de Odiseo recibió el último turno de todos y se adelantó a elegir su
destino. Recordando los trabajos pasados en su vida anterior, rechazó toda
ambición y estuvo largo rato buscando una vida de ciudadano común, uno que se
ocupase meramente de sus propios asuntos. Con dificultad, logró encontrar esa
vida, que se hallaba tirada en un rincón, descartada por todos, y al verla dijo
que aun si le hubiese tocado el primer turno, hubiese realizado la misma
elección.
(República, X, 620 c,d)
Esperemos ahora veinticinco siglos, y nos encontraremos, según Joyce,
con Odiseo cumpliendo ese destino que Er o Platón le adjudican, y viviendo la
vida de un tal Leopold Bloom, judío irlandés, humilde vendedor de espacios
publicitarios para un periódico de Dublin, cuya rutinaria vida es degustada y espulgada
a razón de más de 700 páginas / 24 horas.
Jan de Jager (Buenos Aires, Argentina, 1959)
IMAGEN: Gerald Davis Gerald Davis como Leopold Bloom, del Ulysses de James Joyce; fotografía de Amelia Stein.
No hay comentarios:
Publicar un comentario