Esta (*) es una historia de cuando mi abuelo era pibe. Entiendo que por respeto a la memoria de mi abuela, él la contaba como si el protagonista fuese otro, pero estoy casi seguro de que el cadete de la anécdota fue él mismo.
Mademoiselle Yvonne era la actriz y cortesana más famosa de aquellos tiempos. Vendía, y muy caros, sus favores. Era hermosa, rubia de raíces no del todo negras, pasablemente francesa; y sabía hacer al hombre sentirse hombre, y le hacía suponer vanidoso que todo lo que ocurría en la cama era mérito de él. Casi todos los muchachos porteños soñaban con estrecharla en sus brazos, y unas cuantas cosas más. Soñábamos. En cambio, teníamos que conformarnos con sostener en la mano izquierda alguna foto de ella de las que salían en Caras y caretas.
A los cadetes del Colegio Militar se nos ocurrió una excelente idea. Hicimos una vaquita para juntar los 400 pesos moneda nacional que cobraba la diva, y decidimos por sorteo quién sería el afortunado. Participamos más de cien cadetes, a cuatro pesos cada uno. Ganó Gálvez, un morocho salteño. A él le tocó la suerte de mantener en alto el Honor de la Institución…
Recién bañadito, afeitado y perfumado, vistiendo el uniforme de parada (claro), y aferrado a un ramo de rosas, Gálvez toca timbre en el piso de la actriz. Ella lo hace pasar, y está genuinamente encantada de recibir a un cliente que no tiene setenta años ni pesa cien kilos. Casi nunca le toca en suerte hacer sus favores a un jovencito. Una de las desventajas de ser una puta cara.
Pasan un rato memorable con derecho a bis más memorable todavía. Y mientras fuman el ineludible cigarrillo, curiosa, Yvonne se decide a preguntar – dice: no te quiero ofender, no, pero ¿cómo hizo un chico como vos, digo, un estudiante, para juntar tanta plata? ¿Sos de familia rica? Gálvez duda, pero al final le explica, un poco avergonzado, lo del sorteo – así que pusimos cuatro pesos cada uno y bueno, el ganador fui yo. Gálvez se ruboriza. Piensa que quizás de algún modo, habérsela ganado en una rifa, rebaja y ofende a la famosísima actriz.
Al contrario, emocionada, Yvonne abre el cajoncito de la mesa de luz donde había guardado los 400 pesos. “Me siento muy honrada de que el Colegio Militar de la Nación, que los cadetes del Colegio hayan sentido que… Son unos dulces. Es más, en reconocimiento a este honor que ustedes me hacen, vas a poder contarles a todos, que ser recibido en los brazos y en el lecho de Mademoiselle Yvonne no te ha costado ni un centavo…”
Le pasa, rapidita y maternal, la mano por el pelo, le besa la punta de la nariz, y le devuelve sus cuatro pesos.
Jan de Jager (Buenos Aires, Argentina, 1959)
(*) Uno de los cuentos de Maupassant que más me gusta. Estoy convencido de que tuvo su origen en una anécdota relatada en alguna sobremesa de distendida charla y dilatados licores. Procuro refundir el cuento en un formato similar al del que creo fue su punto de partida. Además, me tomo la libertad de localizar la acción en Buenos Aires, en los años treinta.
IMAGEN: La modelo y actriz francesa Laetitia Casta.
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