LENTE LEVE DEL VERANO
I
Noche de inmenso cielo
no lo veo más
que a través de la ventana
de la cocina
cuando voy a buscar
algo para comer.
Un viento fuerte del sur
hace caer los cables
que se unen al carrillón
y a más cables
en rítmico devaneo.
Nerón equilibrista los mira
sin dejar de rugir
por la presencia
que lo aleja de mi lado.
¿Qué hacer con la ansiedad?
preguntaste.
Si estuviéramos en el desierto
diría que se avecina
una tormenta de arena.
VI
Media mañana en el campo. El agua de la pileta está limpia
pero nadie se baña, será porque de a ratos llueve.
Leo el diario y por arriba de los anteojos
miro a los que se han puesto bronceador y buscan
la mejor ubicación para sus reposeras.
No se resignan al cielo plomizo.
Una imagen como cualquier otra, plácida,
si no fuera por este dolor de cabeza.
Burt Lancaster nadó en piscinas ajenas camino a su casa.
A medida que avanzaba, la mirada que los otros tenían sobre él
hacía que se desanimara; entonces el hombre todavía joven, atleta,
terminaba lastimosamente el recorrido hacia las colinas.
Cambién la hora de regreso. Me calma saber
que voy a legar a la ciudad antes de lo previsto;
no me preocupa si el calo oprime, estaré a resguardo del temporal.
Antes, las piletas de las quintas de los amigos se colmaban de visitas
y en el pueblo al atardecer me cruzaba con gente insolada
esperando colectivos para el centro.
Hoy somos todos desconocidos.
El teléfono celular no funciona. Me levanto, persigo una señal,
empiezo a caminar cada vez más cerca del agua.
Tal vez si me refresco se vaya este latido que molesta.
Una campana anuncia el almuerzo.
Aunque no sepa, voy a nadar.
XII
Las noticias del día desentonan
con la serenidad de esta mañana.
Cruzo la calle
y ahí está el mar;
algunas veces azul, otras verde
pero siempre resonando.
Puedo sentarme en la vieja
escalinata de madera,
mirarlo un rato y luego, irme.
Cuando bandadas de turistas
bajen las calles hacia el mar aturdido
tendré una idea de descanso
cada vez más lejos de todo.
EN ALGÚN LUGAR DEL CIELO
VI
Sobrevolando la idea
de estar arriba del mundo
o debajo de las sábanas.
Entre aceptar ese lugar cotidiano
que nos contiene en lo seguro
o elegir un ascenso
a la extensión del cielo.
Y ahora, a quince mil pies de altura
aunque las sábanas inviten
a placeres considerables,
la cercanía con las estrellas
deslumbra cada vez más.
DESPLIEGUE INCANDESCENTE
VII
Desde que se corrió el eje de la tierra
los navegantes temen desorientarse
o ser impactados por gigantescas
expresiones acuáticas.
Después de hundirnos y resurgir
¿hay algún modo de saber
que no seguimos siendo los mismos
y aún así continuar
en el lugar en el que estábamos?
Elba Serafini
Elba Serafini (Escobar, Provincia de Buenos Aires), vive en CABA, es Psicoanalista y profesora universitaria. Publicó “Dinamarca” (Sigamos enamoradas, 2007), Antología “Hotel Quequén-Submarino” (Sigamos enamoradas, 2011); y El lugar en el que estábamos (Viajero insomne, 2014); Sus poemas han sido publicados en blogs de poesía de Argentina, Brasil y Portugal. Realiza reseñas de libros de poesía Argentina para el Periódico de Poesía de la UNAM, México, desde 2011. Ha incursionado en la pintura y el teatro.
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